ESPECTáCULOS
› “LA VIDA POR PERON”, TERCER LARGO DE SERGIO BELLOTTI
Cuando los setenta eran un velorio
A partir de una novela de Daniel Guebel, el director de Tesoro mío y Sudeste se retrotrae al día de la muerte de Juan Domingo Perón y echa una mirada cáustica y no exenta de humor sobre aquella encrucijada histórica, vista a través de un absurdo operativo montonero. Por su parte, el veterano Ettore Scola quiere aggiornar su cine con el registro semidocumental de Gente en Roma, pero igual se lo nota cansado.
› Por Luciano Monteagudo
“Con gran dolor, debo transmitir al pueblo el fallecimiento de un verdadero apóstol de la paz y de la no violencia...” La voz quebrada, metálica, casi aterrorizada de Isabel Martínez de Perón se escucha a través de la radio de un viejo Chevrolet que recorre las calles desiertas de Buenos Aires. Es el 1º de julio de 1974: acaba de morir Juan Domingo Perón y el país no sólo está conmocionado, sino al borde de su desintegración, con los militares preparándose para dar un golpe de Estado y las organizaciones armadas del peronismo de izquierda y de derecha disputándose el vacío de poder que se avecina. La chica que maneja el auto –una suerte de Anna Karina en Bande à part, a cargo de Belén Blanco– se mueve con sigilo, estaciona en un garaje abandonado y saca del baúl a un soldado conscripto, que se arregla la ropa. “El hecho de que estés prestando servicio en el ejército cipayo es circunstancial”, le dicen los jóvenes que lo reciben, lo inician en su grupo con un bautismo de fuego y le hablan sin modestia de cambiar el destino del país. Son los que están dispuestos a dar la vida por Perón, aunque Perón ya está muerto.
El tercer largometraje de Sergio Bellotti, después de Tesoro mío (2000) y la injustamente ignorada Sudeste (2002), se ubica –a partir de una adaptación libre de la novela homónima de Daniel Guebel– en un territorio difícil, casi minado, pero riquísimo en posibilidades. Esa especie de vórtice de la historia argentina reciente que fue el momento de la muerte de Perón está visto por el film de Bellotti desde una perspectiva en escorzo, desde uno de esos márgenes capaces de dar cuenta del desquicio de esas horas decisivas, con una enorme parte de la población llorando en la calles mientras desde los sectores más antagónicos se fraguaban distintas maneras de hacerse con el poder.
El microcosmos que plantea La vida por Perón como reflejo de la Historia con mayúsculas es el que se mueve alrededor de Alfredito (Esteban Lamothe), ese conscripto que acaba de ser reclutado por una fracción de Montoneros en el momento menos propicio. No acaba de pasar por su iniciación al grupo cuando llega a su casa y descubre que ese mismo día no sólo Perón ha pasado a la inmortalidad. Sorpresivamente, también ha muerto su padre, un dirigente metalúrgico de la vieja guardia, “un burócrata sindical” para sus nuevos compañeros, que para asombro de Alfredo toman el control de la casa y deciden ocuparse de todos los detalles del servicio fúnebre, incluida la aparición de un taxidermista que tiene como misión embalsamar el cuerpo.
“¿Pero qué se creen, que es una lechuza?”, se rebela atónita Beba (Cristina Banegas, excelente), la madre de Alfredo, que no entiende nada de lo que está pasando, ni la muerte súbita de su marido ni esa invasión de desconocidos que manejan el velorio como si se tratara de un operativo militar, intentando incluso dejar afuera del responso a dos viejos amigos del difunto (Oscar Alegre, Jean-Pierre Reguerraz), que pasaban a buscarlo para ir todos juntos a la exequias del General y se encontraron con este inesperado, secreto velorio.
Aunque la película de Bellotti no juega necesariamente con el suspenso, conviene no adelantar más detalles de la trama, porque gran parte de su eficacia como relato radica en que el espectador nunca va sabiendo más de lo poco o nada que sabe Alfredo de todo ese enorme malentendido que parece materializarse en su casa. Lo notable de La vida por Perón, el riesgo que asume su película tiene que ver son su tono, con la manera en que anima a transitar esa cuerda floja que va de la gravedad de lo que sucede allí adentro al absurdo creciente que se instala en ese impostado grupo de familia y que remite a lo que se está viviendo en el mundo exterior.
Un poco como sucedía también en Sudeste –que curiosamente también giraba alrededor de un cadáver–, a Bellotti le cuesta llegar al final de su film con la misma intensidad con que comienza y el remate no está a la altura de su desarrollo, pero esto no invalida los méritos de un film de lenguaje muy preciso y que se anima a echar una mirada crítica y no exenta de humor sobre la década del 70.