Mar 18.06.2002

ESPECTáCULOS  › ANA MARIA BOVO INTERPRETA “LA ODISEA”, DE HOMERO

El exilio interior de Ulises

La actriz y narradora oral explica por qué en su nuevo espectáculo vincula el mítico relato griego con una historia de Pedro Almodóvar.

› Por Hilda Cabrera

Reconocer en el hoy los viejos mitos y hacer dialogar el presente con mundos pasados reales o ficticios es la propuesta que la actriz y narradora oral Ana María Bovo viene planteando a través de su espectáculo Hasta que me llames, en el histórico Club del Progreso, de Sarmiento 1334. En esta casona de 1911, acondicionada para que además de restaurante funcione como centro cultural, la fina intérprete de Humor Bovo, Relatos y Maní con chocolate, entre otros unipersonales, teje nuevas redes sobre La Odisea, poema épico de la antigua Grecia atribuido, al igual que La Ilíada, al legendario Homero, que se supone vivió en el siglo IX a.C. (Recién en el siglo XX hubo acuerdo sobre la existencia del poeta, aunque aceptando que sus cantos habían sido objeto de numerosas interpolaciones.) Bovo rescata la historia del astuto Ulises, no tanto en sus peripecias de regreso a su reino en la isla de Itaca tras la extensa guerra de Troya sino en su deseo de reencuentro con su esposa Penélope, símbolo de la mujer fiel que teje y espera.
En su buceo literario, la actriz halló a su vez lazos con una de las historias que se cuentan en un film de Pedro Almodóvar, La flor de mi secreto, y con una experiencia personal de “exilio interior” en tiempos de la dictadura militar. Se ha dicho que nadie regresa entero al país de su juventud. La frase es aplicable al mítico Ulises y a todo aquel que vuelve a su lugar de origen después de afrontar fieras amenazas. En diálogo con Página/12, Bovo dice armar sus espectáculos a partir de aquello que la conmueve: una muestra reciente fue su trabajo con un grupo de narradoras que, de modo coral, aportaron una mirada femenina sobre el personaje de Madame Bovary, creado por Gustav Flaubert. Hasta que me llames (que se puede presenciar los sábados a las 19 y a las 21.30) la dirige Enrique Federman, también artífice de la puesta que ilumina Gonzalo Cordova. Colaboran la vestuarista y asistente de dirección Mariana Pérez Gigoj y la coreógrafa de flamenco Marcela Suez.
Maestra en el arte de narrar textos de autores célebres, que enlaza con otros de su autoría, la actriz no apuesta todo a la palabra. En su Escuela del Relato (así la denomina), que funciona en el mismo Club, impulsa a sus alumnos (en su mayoría profesionales no necesariamente vinculados al arte) a utilizar en la vida cotidiana recursos no verbales y aprender a “sustituir texto por gesto, como modo de condensar información y expresividad, y organizar mejor el mensaje”. Bovo no sólo cree que la información transmitida en forma de relato permite que aquello que se dice “perdure en la memoria de quien escucha” sino que el relato “es germen de todas las artes y punto de unión de todos los géneros”. Lo experimentó en su Maní con chocolate, “donde –cuenta– hacía el relato de algunas películas, mezclándolas con mis recuerdos y con personajes de la vida real y la literatura”.
Su objetivo es ahora “desgranar otras esperas”, además de la mítica de Penélope. Todas de índole amorosa y retratadas en sus “aspectos más intimistas”. Confiesa que nunca antes había reparado en el imperioso deseo de volver de Ulises: “Sabía de lo fecundo que había sido para tramar ardides y salir ileso de cualquier trampa, pero no que había derramado lágrimas por estar ausente de su casa. Esto me conmovió, y me hizo pensar en otras historias”. La actriz asocia el viaje hacia los orígenes con el deseo de reafirmar la identidad: “Cuando Ulises vuelve a Itaca su familia no lo reconoce (la excepción, según la leyenda, es su perro Argos y su nodriza Euriclea). Debe probarlo y readquirir su identidad, revelada a su hijo Telémaco. El personaje de la mujer abandonada por su marido en La flor de mi secreto también adquiere identidad y puede curar sus heridas de amor cuando vuelve a su pueblo. Me interesaba ligar estas imágenes con otras de mi vida, como el patio de la casa de mis abuelos en Córdoba, ciudad que dejé en la época de la dictadura militar para venir a BuenosAires. Entonces tenía que irme porque realmente corría peligro, pero tampoco podía dejar la Argentina: si sacaba pasaporte me iban a identificar. En Córdoba era maestra jardinera y profesora de danza. Hice mi exilio en una oficina de la city porteña. Fueron para mí siete años de silencio. Después, ya estando en democracia, pude empezar a trabajar en lo mío”.
Esta dolorosa experiencia, sin embargo, no es puesta en primer plano por la actriz, cuya intención –asegura– no es armar una leyenda de tipo personal: “Esto yo lo cuento de modo muy metafórico. Lo que hago es enlazar las historias como si estuviera tejiendo. Entonces las llevo una a una hasta un punto, y las igualo. Después me desplazo de una a otra hasta completar la trama, pero sin cerrarla nunca. Las imágenes las tengo que producir yo, y debo hacerlo sin interrupciones. Tengo que llevar al espectador a un palacio y un patio con parral, a una fragua y a la redacción de un periódico madrileño. El vestido que uso para el espectáculo es parte de la trama: lo tejió hace treinta años la abuela de una amiga. Es como el tejido de Penélope, como la espera amorosa y todas las cosas que guardan tiempo”.

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