ESPECTáCULOS
Denzel Washington contra el capitalismo salvaje
Por su parte, en “John Q”, Denzel Washington hace un remedo de “Tarde de perros”.
› Por Horacio Bernades
Haciendo foco en el drama de un matrimonio de clase baja a quien la salud pública, el seguro social y las compañías aseguradoras niegan sistemáticamente el trasplante de corazón que necesitan para salvar la vida de su hijo, John Q. comienza como un film de denuncia sobre la América ultracapitalista de Bush & Cía., pasa luego a la épica personal tan cara a las “películas de la semana” que suelen verse por televisión, se define en su tramo medio como una Tarde de perros en el hospital y finalmente se desbarranca en una serie de golpes bajos, manipulaciones de la sensibilidad del espectador, trampas narrativas y brutalidades expositivas. Lo más llamativo es que hay un Cassavetes detrás de esta operación de explotación cinematográfica. Pero no es el viejo John, que hace rato pasó a mejor vida y jamás hubiera condescendido a algo así, sino su hijo Nick, quien después de haber filmado un par de películas medianas (Unhook the Stars, editada aquí en video, y Cuando vuelve el amor, sobre libro de su padre) plantea ahora serias dudas sobre su ética e intenciones.
El comienzo llama la atención, ya que no es nada común ver gente de clase baja en el cine estadounidense. Mucho menos un trabajador metalúrgico, como es el protagonista. Consecuencia de la recesión, John Q. Archibald (Denzel Washington, en su más reciente aparición después del Oscar) ve reducido su horario en la fábrica y por lo tanto sus ingresos, por lo cual la aseguradora se lleva el auto de su esposa. No es nada al lado de lo que está por sucederles. Cuando el pequeño Mike —cuya simpatía excesiva es signo de que algo le va a pasar, desde las primeras escenas— sufra un ataque cardíaco en medio de un partido de béisbol, el jefe de cardiocirugía del hospital al que van a parar (James Woods) informa que el único medio de que el chico siga vivo es un trasplante. Pero la operación cuesta nada menos que 250.000 dólares, los Archibald no tienen ni casa propia para hipotecar y la directora del hospital (Anne Heche) parece concentrar en sí toda la insensibilidad del capitalismo salvaje, negándose a mover un dedo si no aparecen los billetes.
Como es el mejor padre del mundo, mientras su esposa no para de quejarse (las mujeres no salen muy bien paradas de esta película), John Archibald va a hacer lo que sea necesario con tal de salvar la vida de su hijo. Ruega un plazo para juntar el dinero, suplica por un poco de sensibilidad y cuando se convence de que con esa gente no hay diálogo posible, pistola en mano toma por asalto el Hope Memorial Hospital (el mismo de la serie “Chicago Hope”), con médicos, paramédicos y pacientes adentro, avisando que si no le consiguen un corazón para su hijo nadie sale vivo de allí. De ahí en más, es Tarde de perros, con la llegada de la policía y los equipos SWAT y las tensiones adentro y afuera del hospital, incluyendo la disputa entre un jefe de policía a quien lo único que le interesan son las cámaras (Ray Liotta) y un negociador curtido y bastante más humano, que desea lo mejor para todos (Robert Duvall).
No conforme con el simplismo dramático de la situación, Cassavetes Jr. muestra la agonía del pobre niño y la muerte de un chico en la cama de allado, genera suspenso con la posibilidad de que la policía asesine despiadadamente al padre y hace girar el último tramo de la película sobre la opción de que el padre se suicide para donar su corazón al niño, en un encabalgamiento de golpes bajos en el que cada uno pega más bajo que el anterior. Triste desarrollo para un drama humano frente al que nadie puede sentirse indiferente. Salvo que el espectador perciba hasta qué punto lo han tomado de rehén sentimental, en cuyo caso la indiferencia será la única reacción posible ante tanta manipulación.
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