ESPECTáCULOS
“En Uruguay corremos el riesgo de convertirnos en un país vacío”
La reflexión es de Raquel Diana, autora y actriz teatral que en la vecina orilla tiene en cartel “Banderas en tu corazón”, sobre un tema de los Redondos. Esta noche estrena aquí “Cuentos de hadas”.
› Por Hilda Cabrera
Cuando a la dramaturga y actriz uruguaya Raquel Diana se le pregunta si Cuentos de hadas, la obra que estrena hoy en la Sala Cunill Cabanellas del San Martín, se relaciona con la infancia, responde que no, que los enlaces se dan con el mundo de la mujer, con sus “berretines de querer ser princesa”, pero confrontados aquí con otros asuntos, con situaciones en las que se pasa hambre y se tiene miedo. En esta pieza, “la falta de libertad es uno de los elementos de tensión”, suma la autora, entrevistada por Página/12. Autora, entre otras obras, de El fantasma de Canterville (inspirada más en la canción de Charly García que en el texto de Oscar Wilde) y Episodios de la vida posmoderna, las dos de 1997, Del miedo a los racimos (1998), Niñoquepiensa (de 1998, sobre poemas de Mario Benedetti Los ojos abiertos de ella, Secretos (2000) y Descosidos, visitó la Argentina en otras oportunidades, recorriendo ciudades de provincia como actriz integrante del elenco de El Galpón de Montevideo, su casa —dice— y lugar de estudio. De ahí su admiración por el fallecido Atahualpa del Cioppo, creador de El Galpón, y sus compañeros de esa época.
Cuentos... –que subió a escena en 1998 en Montevideo y fue llevada en gira por el interior de Uruguay y ciudades europeas y estadounidenses– se desarrolla en un período convulsionado de la historia uruguaya: arranca en los ‘70 y toma momentos de las décadas siguientes. Son los años que Diana conoce en profundidad, “las experiencias de una generación que no terminó de madurar, quizá porque nos secuestraron la juventud”. Militante, pero no en la lucha armada, dice haber tenido suerte: “Nunca estuve detenida, pero sí la gente que me rodeaba, mis amigos y compañeros del partido. El personaje a quien llamo el Negro en la obra era novio de mi tía Elvira”, cuenta.
–¿En qué situación está hoy el teatro en Uruguay?
–Se siguen haciendo muchísimas cosas. La Comedia Nacional trabaja muy bien, pero el resto está pasando una situación terrible. Los teatros independientes como El Galpón atraviesan momentos difíciles. Pasado un mes del estreno, los espectáculos se quedan sin público. Lo único positivo de esto es que la gente empezó a reunirse para hacer lo que tiene ganas. Total, dinero no hay y el público no responde. Los uruguayos, en general, no saben qué va a pasar con el país y están muy descreídos. El Carnaval es lo único que convoca a multitudes y se ve un movimiento interesante en los barrios y en la gente muy joven.
–¿Mantiene alguna línea en sus obras?
–La escritura es un proceso de aprendizaje y búsqueda de la propia voz. Tengo un par de obras en la línea de Cuentos..., que es un teatro poético pero no se aparta de la realidad. Escribí una obra sobre Sui Generis (El fantasma de Canterville) y una que está en cartel en Montevideo, Banderas en tu corazón, título que tomé de la canción “Juguetes perdidos” de los Redonditos de Ricota. Me apasiona ese rock que, creo, expresa con fuerza lo que el teatro de hoy quiere decir. Me gusta hacer estas mezclas. Trato de encontrar formas de expresión viscerales, cercanas al aullido.
–¿Quiere decir que nunca se despega del entorno?
–Mi formación en El Galpón me lleva a eso. Del Cioppo dejó una profunda huella en todos nosotros. Por otro lado, ser también actriz me empuja a crear textos que puedan ser escenificados hoy. Como escritora trato de arriesgarme formalmente, pero nunca al punto de que el público pueda llegar a rechazarme. No podría escribir una obra pensando en que tal vez dentro de diez años pueda ser representada. La actriz me empuja al ahora.
–Quizá porque es difícil imaginar el futuro...
–El futuro ya llegó, como dicen los Redondos. En Banderas... trabajé justamente ese tema de los jóvenes y la sensación del no futuro. De todas maneras, el presente nos ofrece bastante para revolver.
–¿Quién es Elvira Diana, a quien dedica Cuentos...?
–Una mujer mágica, una obrera, de esas mujeres que saben hacer de todo y tienen ganas de ayudar. Para una intelectual perdida como yo, que estudié filosofía y me disparo fácil a las nubes, personas como ella me plantan en la vida e impiden que me pierda, que es uno de mis miedos. La escritura me está salvando, pero también me gustaría volver a la escena. Tuve un derrame cerebral y todavía no me atrevo. Acabo de terminar una versión escénica de la novela Novecento y un texto sobre Tita Merello, no sobre su vida sino sobre el arte visto como una forma de escaparle a la miseria y la soledad.
–Su obra Descosido se relaciona con esas condiciones?
–Trata de la desvalorización en la que cae el varón desocupado. Es una situación muy terrible, donde el espíritu de lucha de la compañera es esencial. La trabajé a la manera de una tragicomedia no realista. Es una historia de amor con una anécdota robada al Decamerón. Lo que quiero decir es que siempre habrá un roto para un descosido. En el fondo cuestiono el sistema económico y político que nos toca sufrir, pero me cuido de no espantar al espectador. No me interesa conmocionarlo desde lo que está mal. Me gusta escribir sobre lo que está bien, sobre lo mejor de nosotros. Estamos viviendo un tiempo difícil, y necesitamos que nos abracen. La gente que tiene alguna educación se está yendo. En Uruguay corremos el riesgo de convertirnos en un país vacío.
–Impresiona en Cuentos... una escena en la que se recuerda a una chica arrastrada por los cabellos en un liceo y por un militar...
–Esa fue una escena real, que yo vi. La pregunta que me hice entonces fue por qué el pelo no se rompía. Son esas cosas absurdas que se nos cruzan a los seres humanos en momentos de espanto. Nunca pude saber quién era esa chica. En Uruguay existe una “ley de caducidad de la prevención punitiva del Estado”. Es una ley de impunidad que beneficia a torturadores y asesinos. Cuando escribí Cuentos... imaginé esa y otras escenas como una venganza, aunque fuera mínima. Lo manifiesto en personajes como el de la vieja, cuando dice que va a rezar para que a ese que mató y torturó se le caiga el pito. Empecé a escribir en 1997 y conserva, creo, el impulso de las obras primerizas, aplastado luego por el conocimiento que se adquiere sobre técnicas y estilos. Por eso quizás a alguno pueda parecerle ñoña.