Sáb 13.07.2002

ESPECTáCULOS  › ERLAND JOSEPHSON HABLA DE BERGMAN Y TARKOVSKI

Las confesiones de un actor

El protagonista de “Escenas de la vida conyugal” y “El sacrificio” explica las semejanzas y diferencias entre dos grandes directores del cine, para quienes se convirtió en un intérprete imprescindible.

Por Elsa Fernández-Santos
desde Madrid*

Erland Josephson (Estocolmo, Suecia, 1923) e Ingmar Bergman son amigos desde la adolescencia. “Yo tenía 16 años cuando él, con 21, llegó a nuestra compañía de la escuela”, cuenta el actor. “Estaba lleno de fantasía y temperamento. Las mujeres estaban locas por él. Me quedé fascinado.” Juntos han escrito obras de teatro y las han dirigido, han compartido poder (Josephson sustituyó a Bergman al frente del Dramaten, una de las instituciones teatrales más importantes de Europa) y han sido director y actor en innumerables películas, entre ellas Fanny y Alexander, En presencia de un clown, Gritos y susurros y Escenas de la vida conyugal. “También nos hemos dejado de ver muchas veces, pero los conflictos son buenos para la amistad”, dice el notable intérprete.
“Después de tantos años, Ingmar conoce todos mis límites como actor y yo conozco todos sus anhelos como director. Para mí, sus complejidades no son tan complejas. El tiene mucho sentido del humor.” La afirmación provoca un abierto asombro y él añade socarrón: “Le aseguro que se ríe mucho de sí mismo, y juntos nos reímos mucho también. Hace años escribimos una comedia y no paramos de reírnos, luego la llevamos a escena y también nos reímos muchísimo. Al público no le hizo ninguna gracia, fue un fracaso absoluto. Pero nosotros nos divertimos.”
Josephson está sentado en la biblioteca de la Embajada de Suecia. Un maravilloso espacio abierto a un viejo patio del barrio madrileño de Chamberí. Fuerte y alto, con el pelo blanco y una voz profunda y grave, impartirá en los cursos de verano de El Escorial (Madrid) una conferencia sobre otro de los grandes de la historia del cine con los que ha trabajado: el ruso Andrei Tarkovski, al que, además, la Filmoteca Española dedica un ciclo este mes de julio.
“Tarkovski no era un hombre misterioso, pero sí era un hombre en contacto con un misterio”, afirma Josephson. “Si el cine de Bergman es un reto a los sueños del hombre, al inconsciente, Tarkovski retaba a la eternidad. Tenía una personalidad muy rica y complicada, pero era abierto y amable y jamás manipulaba a los actores. Lo más que me llegaba a decir si no le gustaba un plano era una tímida queja. Sólo decía: ‘Qué extraña es la vida, Erland’, y yo sabía que algo fallaba. Era muy inspirador trabajar con él.”
Para Tarkovski, Josephson interpretó Nostalgia en 1983 y El sacrificio, testamento cinematográfico del ruso, en 1986. “Eramos personas muy distintas, pero nos entendimos muy bien. El era muy religioso y yo no lo soy, y él nació en un país socialista, y yo no. El creía muy firmemente en los secretos del hombre y creía que el cine no debía mostrar esos secretos. La mayoría de los directores con los que he trabajado quieren decir todo lo posible de los personajes, darles mucha información a los espectadores, pero Andrei creía que los espectadores tenían que adivinar la mayoría de las cosas. Andrei hablaba del alma y por eso sus películas son tan hipnóticas, pueden ser largas y aburridas, pero están llenas de un misterio indescriptible. Tarkovski me buscó para trabajar con él cuando yo rodaba otra película en Roma. Creo que lo hizo porque tengo un sentido especial para expresar todo tipo de experiencias religiosas. En Italia me dijeron una vez que los actores suecos parecemos más profundos que los demás. Pero eso, pienso, sólo es porque somos lentos en los gestos y eso nos hace parecer más espirituales.”
La última película de Josephson fue Infidelidades, dirigido por Liv Ullmann en 2001 que escarba en la dolorosa visión que del amor, la pareja y la familia tiene Bergman. En Infidelidades, el actor interpreta a un anciano director retirado en una isla (la de Farö, cómo no), donde se enfrenta al fantasma de la mujer a la que amó y traicionó hastadesintegrar toda su existencia. “Es una película dolorosa, pero no lo fue hacerla. Lo era para Ingmar, y por eso no quiso rodarla él. Yo no pretendo parecerme a él en la pantalla, no tengo su cuerpo, ni su cara.” El actor se levanta y camina, taconeando de forma extraña alrededor de la mesa donde se desarrolla la entrevista. “¿Ve? Así camina él. La película tiene algún guiño, como este caminar, pero son chistes entre nosotros.”
Autor de media docena de novelas y de obras de teatro, Josephson asegura que necesita retirarse de cuando en cuando de la actuación. “Mi último trabajo en el teatro ha sido el rey de Ivonne, princesa de Borgoña, de Witold Gombrowicz, está lleno de infantilismo, de crueldad. Es de mis obras favoritas, un ejemplo de lo que ahora me gusta hacer. Es una obra brillante. Pero igualmente necesito alejarme de la actuación. Es un riesgo actuar demasiado, es una profesión extraña, se puede malgastar el gesto y agotar los recursos. Yo tengo mis expresiones para el amor y para el dolor, y a veces me asusta cómo se puede uno acercar a la prostitución mental al despilfarrar esos recursos. Necesito protegerme de eso y retirarme para luego volver limpio. Es sólo una defensa.”

*Especial de El País para Página/12.

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