ESPECTáCULOS
› MUSICA
Un trío que practica el arte del dúo y del solo
Brad Mehldau en piano, junto a Larry Grenadier y Jorge Rossy, dio uno de los mejores conciertos de jazz de los últimos tiempos. El grupo es un ejemplo de densidad, interacción y sorpresa.
BRAD MEHLDAU TRIO
Brad Mehldau: piano.
Larry Grenadier: contrabajo.
Jorge Rossy: batería.
Salón Libertador del Hotel Sheraton. Domingo 14/7.
› Por Diego Fischerman
Salvo el primero, todos los discos solistas de Brad Mehldau, junto al contrabajista Larry Grenadier y el baterista Jorge Rossy, llevan como título The Art of the Trio. Para cualquiera que no lo haya escuchado nunca, el título de esos sucesivos volúmenes podría parecer pedante. Para cualquiera que haya estado este domingo en la primera presentación en Buenos Aires de este grupo extraordinario, que con frecuencia se subdivide en solos y dúos, la fórmula resulta apenas una aproximación a la interacción, densidad y permanente sorpresa que circula por sus interpretaciones.
La relajación, el control sobre el instrumento, la decisión acerca de articulaciones y el nivel de conciencia acerca del toque, de la velocidad de ataque y del manejo del pedal que Mehldau explicita, son, en su caso, el medio para la construcción de un discurso fenomenal en que la lengua del jazz no es más que el material desde el cual se erige toda una declaración acerca de la forma y del desarrollo como una de las bellas artes. Dos gestos aparentemente menores ponen en escena de manera inmejorable hasta dónde, para este lector de filosofía y poesía del Romanticismo alemán, la Idea (la mayúscula es indispensable) aparece como rectora.
Por un lado están los finales. Abruptos, contrastantes, imprevistos, para Mehldau estos últimos momentos de cada tema son una parte fundamental, tan meditada como el resto. No se trata, simplemente, de terminar. Esos acordes casi susurrados que sobrevienen, en ocasiones, a las vorágines, son una manera de ir en contra de la convención acerca del registro autobiográfico del solo. La exaltación que habitualmente se asocia con la velocidad, con los pasajes virtuosísticos y con las intensidades fortísimas, mal podría parar de golpe. En cambio, cuando Mehldau efectivamente frena en seco, parece decir que no se trata de enloquecimiento, de inspiración febril ni de descontrol. No es pathos o, por lo menos, no de manera exclusiva. Es una cuestión de forma y de lenguaje y, allí, el contraste vale aún más que la presunción de emoción incontenible. Como todo buen romántico (como sus admirados Schumann y Brahms), Mehldau es alguien absolutamente cerebral y sabe que la expresión es una cuestión de lenguaje.
El otro elemento de tesis es la manera en la que se estructuran los solos. Más cercanos a la forma en que un motivo es tomado (y variado o transformado) por maderas, cuerdas o bronces por una orquesta sinfónica, en una obra de tradición escrita, los solos de contrabajo y de batería tienen, en este trío, siempre un sentido orgánico. Son funcionales a la forma mucho más que a las necesidades de exhibición de los instrumentistas. De hecho, en el caso del propio Mehldau, el dominio técnico del piano se percibe más en sus formidables contrapuntos, en su trabajo sobre ostinatos y en la independencia de las voces que en pasajes de gran velocidad.
Grenadier y Rossy participan de este concepto, y ya desde el primer solo de contrabajo –un solo modulante, además– se puso de manifiesto la organicidad que el trío logra dar a las formas tradicionales del jazz. Temas del propio Mehldau, standards como “Get Happy”, temas provenientes de otras tradiciones, como el “Still Crazy After all these Years” de Paul Simon, el bolero “Tres Palabras” o “Exit Music (For a Film)” de Radiohead (que remeda, a su vez, un Preludio de Chopin) que llegó como primer bis, fueron el derrotero a través del cual el acendrado cromatismo del pianista (casi lisztiano) y la increíble compenetración de sus compañeros, dieron lugar a un concierto memorable, frente a la multitud que colmó la sala.