Lun 22.07.2002

ESPECTáCULOS  › “MI BELLO DRAGON”, ESCRITA Y DIRIGIDA POR ENRIQUE PINTI

En el país de los acertijos

La obra fue creada por el actor en 1967, pero no perdió nada de su frescura.
La “marca” Pinti se manifiesta en una puesta que tiene un ritmo vertiginoso, además de diálogos ingeniosos y disparatados.

› Por Silvina Friera

En Mi bello dragón, comedia musical escrita y dirigida por Enrique Pinti, los personajes se mueven constantemente en un universo regido por las apariencias, las conspiraciones y los engaños. Esas criaturas escurridizas y difíciles de clasificar, en contraposición con los clásicos héroes y villanos de las historias infantiles, nunca son buenas ni malas, ni mucho menos víctimas y victimarios. Apenas se erigen como muecas frágiles y precarias de lo que quieren parecer. La originalidad de la obra reside, precisamente, en burlarse del maniqueísmo de los mundos absolutos, desde una perspectiva que esboza las situaciones absurdas como una constante multiplicidad del devenir escénico.
La gitana Pandereta, que por dinero es capaz de pronosticar un futuro a medida de los deseos de sus desprevenidos clientes, le sugiere al duque Salamino que se case con la princesa Terremoto, la hija del rey Ñoqui, una joven con fama de mujer “complicada”, que somete a sus probables pretendientes a un desafío: enfrentar al dragón, si la quieren tomar por esposa. El equívoco inicial de una boda incierta dispara las acciones hacia una sucesiva acumulación de enredos, trampas y obstáculos, que mantienen el ritmo y la tensión hasta el final.
Pinti escribió esta obra en 1967 y la estrenó un año después en el Nuevo Teatro (actualmente el Lorange), en pleno furor de las comedias musicales y los productos Walt Disney, por ese entonces con mensajes totalitarios. En la puesta, recientemente estrenada, la notable coreografía de Ricky Pashkus aporta los ingredientes imprescindibles para reforzar las disparatadas situaciones en la que se sumergen los personajes, impulsados por una ambición sin límites. Aunque Roblecito, un ingenuo y romántico leñador, rechaza la posibilidad de casarse con la temible princesa, Cupido lanzará sus flechas, y la confabulación urdida –supuestamente por dos mendigas–, amenaza con derrumbar los principios, figuradamente inclaudicables, del joven galán. Los juegos de simulación de los personajes, delineados por Pinti con la precisión de un relojero, sostienen la trama al mismo tiempo que la desvían, y provocan en los niños una intervención genuina y espontánea. Los niveles de torpeza y confusión del guardia del rey Ñoqui, muy bien interpretado por Oscar “Oski” Guzmán, exasperan a los chicos, que le indican, a los gritos, a cuál de los pretendientes de la princesa debe entregarle el papelito, que contiene la resolución del acertijo que les permitirá casarse con la codiciada mujer.
La entrega de los actores, algunos integrantes de la Banda de la Risa como Diana Lamas (la gitana Pandereta), Cristina Fridman (el hada Ventolina), Cacha Ferreyra (el duque Tracañote), Oski Guzmán (el guardia) y Marcos “Bicho” Gómez (el dragón), es rigurosa, equilibrada y enriquece los matices clownescos que requieren los personajes que interpretan. Además, resulta acertada la incorporación de Diego Jaraz (Roblecito) yElena Roger (princesa Terremoto), que por sus antecedentes en el género musical en obras como Fiebre de sábado por la noche y Mi bella dama, entre otras, derrochan ductilidad en los movimientos y una entonación armoniosa en la mayoría de las canciones. La música de Julián Vat, entretenida y pegadiza, resulta el soporte ideal para recrear las trampas, embustes y torpezas, que impregnan la mayoría de las escenas. A pesar del dominio de los códigos infantiles, hay guiños y determinados chistes que exceden la esfera cotidiana de los pibes. En estas circunstancias, esporádicas, los chicos quedan excluidos de la picardía y la complicidad que se pretende establecer desde un lenguaje más acorde con el imaginario del adulto. Sin embargo, la puesta jamás pierde el ritmo vertiginoso, los diálogos ingeniosos y disparatados que, al mejor estilo Pinti, entretienen y divierten sin parar.

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