Mar 23.07.2002

ESPECTáCULOS  › LA CRISIS MODIFICO ABRUPTAMENTE EL PANORAMA, Y LA PANTALLA ES CADA VEZ MAS CHICA

Después de la gloria, regresa el cartón pintado

La televisión argentina despertó de golpe y dejó atrás los sueños de grandeza. Los grandes proyectos desaparecen en el aire, las estrellas se exilian, el reality es cosa del pasado y los opinadores son el pan de cada día. Aquí, los protagonistas explican cómo se hace para producir con un presupuesto ínfimo.

› Por Julián Gorodischer

Se soñó grande y del primer mundo, entregó cachets millonarios en dólares, alardeó de su farándula y su alfombra roja, se saturó de publicidad y siguió la tendencia europea como un manual. ¿Qué queda de todo eso? La tele de la bancarrota, gran panel de opinadores y comentaristas, es otra cosa: estrellas en el exilio (Susana Giménez, Nicolás Repetto), el fin de la era reality, la emergencia declarada sobre sus recursos técnicos. La televisión de la Argentina en crisis anuncia y levanta programas todos los meses. “En este momento del país todo es descartable: el programa, el contenido, el conductor y los personajes, hasta el Presidente, hasta la vida”, dice Liliana Parodi, productora general de “Intrusos”, uno de los programas más exitosos de América. “Hay que hacer pavadas cada vez más llamativas”, admite. “¿A quién tengo que matar para que el rating funcione?”
En Telefé caen las superproducciones anunciadas (“Gran Hermano 3”, “Operación Triunfo”, “Susana Giménez”) y son reemplazadas por los programas con panelistas, esa vieja-nueva fórmula de la TV en crisis. El canal de las pelotitas, que lucha a brazo partido contra el 13 para conservar su liderazgo histórico en el rating, lanza este mes “Una para todas”, un ciclo que abonará una seguidilla de programas construidos en base a la presencia masiva de mujeres en un estudio, sin exteriores ni premios telefónicos, como “Mujeres desesperadas” en Azul, “Grandiosas” y “Las cortesanas” en Canal 13. En Azul se anunciaba la llegada del programa de culto bizarro “Televisión abierta” para mediados de este año, y fue uno más entre varios proyectos truncos. Sus productores, empero, no desisten. “Nunca se relaciona el dinero con la calidad de las cosas, lo único que importa es el discurso”, dice Gastón Duprat, su realizador junto a Mariano Cohn. “Los que dicen que la crisis los afecta, la usan como chivo expiatorio, para encubrirse y decir que lo que hacen no es tan malo porque es malo sino porque no se puede. Las películas de Orson Welles se hicieron con tres pesos”, ejemplifica.
Un productor explica la caída del reality show a través de una sentencia: “Es imposible, los presupuestos altos dan miedo”. Cuenta Mariano Chihade, director artístico de Endemol Argentina, que “se hizo todo para que ‘Gran Hermano 3’ saliera al aire, pero se cayó. Hoy no se puede grabar 24 horas, con todos sus hombres, cámaras y productores detrás. Son programas muy caros, y si vale 5 millones, con sólo perder el 20 por ciento se va un millón. Es algo que nadie se puede permitir”. El reality, entonces, se despide de la pantalla. La tele del 2001, sobrecargada de vida real y voyeurismo, prenunciaba un crescendo tentador o preocupante, según el cristal con que se mirase. Todo indicaba que en el 2001 llegarían los realities crueles, los exóticos en una estación espacial o en un micro de pasajeros. Pero eso es pasado. Lo que se puso cruel fue la realidad.
“Proyectos como ‘¿Quién quiere ser millonario?’o la tercera versión argentina de ‘Expedición Robinson’ estaban previstos para este año y fueron postergados”, detalla Carlos Rizzato, gerente general de la productora Promofilm. “En la situación económica actual, donde el mercado local se achica, los canales tienen problemas de presupuesto y los costos de producción son iguales a los del año pasado. Es importante fortalecer los negocios con el mercado extranjero”, explica. Así, Promofilm exporta variantes de “Expedición...”, y Endemol Argentina recibe con honores a una delegación sudafricana para producirle, a bajo costo local, un reality de calidad. “Somos sede de productoras extranjeras que deciden grabar en la Argentina”, cuenta Chihade. “Vienen con sus participantes y les damos producción. Es novedoso, pero lo hacen todos los que quieren subsistir en el mercado.” La veta teleexportadora otorga rédito y beneficios, compensa la torta publicitaria en baja y la caída de un 60 por ciento en la rentabilidad promedio de los programas. Al mismo tiempo se bajan costos para adentro. La tele de la bancarrota no se anima a correrse de los dictados de su fórmula fetiche: reunir a cuatro columnistas en dos paneles enfrentados y dejarlos pelear sobre un rumor, un chisme, un escándalo político o una guerra de vedettes. “Titanic”, “Intrusos”, “Indomables”, “Las cortesanas” pero también “Hora clave”, “Detrás de las noticias” o “Después de hora”, se aferran al último tablón: el comentario.
Un programador de TV abierta, en las sombras, dirá que “no queda otra: hay que repetir el panel y la cháchara. Programar sin plata es muy poco edificante”. Efectos curiosos de la emergencia: la dictadura del panel genera productores en disidencia. “Lo llevo como una enfermedad física, como una lobotomía”, reconoce Liliana Parodi. “Ponés cosas escandalosas y al día siguiente ya no tenés cómo superar ese impacto. Tratás de ser lo más honesto posible, pero somos presos de nosotros mismos. El humor y la parodia son mis maneras de poner algo propio, de identificarme...”
Crear con lo mínimo y ver cómo caen los recursos deja pocas opciones: bajar la calidad o perder identidad. En Canal 7 ya no queda presupuesto para generar ideas propias. El contenido queda limitado al programa-cultural-con-mesa-y-fondo-negro o al aporte de las productoras privadas. “En el ‘97 teníamos un presupuesto del orden de los 350 mil pesos”, recuerda Roberto Monfort, gerente de programación del canal estatal. “Hoy es el mínimo absoluto, sin ninguna posibilidad de gasto artístico. Esto lleva a perder identidad: sin producción propia se está a expensas de los productores que traen sus ideas. Va en contra de cualquier manual sobre programación en televisoras estatales.”
El estado de la técnica no es trivial. “El equipamiento está en situación congelada”, reconoce Carlos De Elía, gerente de noticias de Artear, la empresa que incluye a Canal 13 y TN. “Por la antigüedad de las cámaras y de las islas de edición, se corren riesgos de producción. Cuando hay una cámara a la que hay que darle un golpecito para que funcione, el material humano es fundamental. Ese capital marca la diferencia.” Las áreas de noticias se olvidan de los viajes y las coberturas en el extranjero, despiden a las transmisiones satelitales y, a lo sumo, preservan la provisión de las agencias internacionales gracias a convenios de intercambio. En la tele de la crisis más grave de la Argentina, hasta el canje (institución emblemática) desaparece. “Hoy la crisis es tal que ya ni siquiera hay mucho canje”, revela De Elía. “Antes, las casas de ropa se peleaban para vestir a la gente en pantalla. Ahora hay que buscar a ver quién te presta”.

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