ESPECTáCULOS
› ESTA NOCHE TERMINA LA ETAPA MAS BIZARRA DE “POPSTARS”
El encanto de los rechazados
Los primeros castings fueron la faceta más atractiva de este reality show, al presentar una feria de excéntricos que buscan fama. Ahora, todo se concentrará en la formación de las futuras estrellas del pop.
› Por Julián Gorodischer
Para muchos, hoy concluye la veta más atractiva de “Popstars”: sus primeros castings, esas dos etapas en las cuales todavía no se reconocen caras ni voces, ninguno resulta familiar, y el programa entero es una vidriera de gente común mostrando sus gracias. Después, la maquinaria del espectáculo llevará todo por carriles más convencionales, pero hasta esta noche, mientras sólo se trata de mirarlos como a un primo en una reunión familiar, como a un aficionado en concurso de karaoke, la tele presenta su faceta más novedosa: dejar hablar no al famoso sino al fan, inaugurar un nuevo escalafón que confiere interés al que toda su vida miró desde el otro lado. En las pruebas individuales, en ese “solo” de los aspirantes frente al jurado, se cuentan historias de televidentes.
Antes de la conformación del grupo pop, “Popstars” es, apenas, la puesta en el aire de un casting. Durante años la tele ignoró el potencial de sus instancias en las sombras. De pronto, alguien descubrió que todo podía ser tan simple como derribar el telón. Pero ésta no es la mostración de un back stage: la cámara es central. El jurado es exageradamente amable o sádico según el caso; no hay naturalidad. El aspirante exagera el nerviosismo mientras espera en el banquillo ad hoc. Todos representan su mejor papel: demorar la intriga, festejar o quejarse cuando se enteran de que siguen en el equipo de los “fracasados”, o pasan a la siguiente etapa.
Mientras “Popstars” transcurre no deberían existir experiencias ajenas a “Popstars”. Un participante se presenta ante el jurado diciendo que canta mal. El lo sabe, y el tribunal lo confirma. “Sólo quería cantarle a mi novia que me dejó y se fue a vivir a España”, avisa después. Aplauso, medalla y beso. Palmada en el hombro y felicitación: “Sos muy valiente”, decide el jurado. A la tele le encanta construir figuras de autoridad, llenarlas de respeto y rigor en las decisiones, hacerlos evaluar una musicalidad pero también una vida. “Tenés mucha personalidad”, suelen decir a los aspirantes.
El jurado, podría afirmarse, es el verdadero eje de “Popstars”. El resto es elenco rotativo, chicos o chicas, vencedores y vencidos, pero el hada buena (Magalí), el villano (Pablo) y los consortes (Afo y Fernando) conocen de memoria sus protagónicos. Por momentos despliegan una incorrección política que elude la demagogia o la previsibilidad. Un chico, por caso, llega con el aval del intendente y los vecinos, consiguió la adhesión de una comunidad y se presenta con un pueblo entero como hinchada. La decisión se demora. Pablo niega después con la cabeza. Llanto y decepción. A “Popstars” le gusta poner en duda sus propias decisiones, generar conflictos, hacer quejar a los chicos frente a la cámara y hasta exigir un descargo al jurado. La tele muestra su show off, pero necesita que sea atractivo, y eso no incluye el acatamiento sin dudas: que haya rebelión, y que la rebelión se aplaque con un par de excusas.
Después de esta noche, los aspirantes serán cada vez menos, y la maquinaria pop recorrerá el ascenso del ídolo como ya ocurrió con Bandana. Pero por el momento, “Popstars” es apenas la excusa para una catarsis. Un participante quiere mostrar cómo baila, sólo eso; él no canta, dice, apenas sabe bailar, y en la pista deslumbra cuando muestra al jurado su voltereta hip hop. La ovación se desata, pero el “no pasaste” es previsible. “Popstars” tranquiliza conciencias: que se muestre por una vez y entienda la validez del cliché “tendrás un minuto de fama”. En sus primeras instancias, el programa es una fiesta escolar, una cena familiar, un festejo con amigos, y por eso mostrar una habilidad es parte del ritual, no un paso hacia el triunfo o una escala para “cumplir un sueño”.
Después sí, la consigna “cumplirás el sueño” será más resonante que todo lo otro, y hasta tendrá cierto eco surrealista puesta en el contexto de la Argentina, pero, por ahora, el adolescente que canta a Raffaella porque es lo único que quiere cantar, o los mellizos que rapean el mismo tema y sevisten igual, o el chico rasta que homenajea a su padre muerto con una canción de cuna componen una feria de excentricidades que no abunda en la pantalla: la tele gana rating pero también valor dramático, y descubre lo que nunca había sospechado. Sólo se trataba de abrir el juego a otras voces y otros ámbitos.