Vie 26.07.2002

ESPECTáCULOS

Un viaje al país de los sueños

La versión que Adelaida Mangani y su grupo de titiriteros hace de “El pájaro azul” rescata la frescura y emoción del original de Maurice Maeterlinck, Premio Nobel de Literatura 1911.

› Por Silvina Friera

El valor de los clásicos en la literatura infantil radica en el abordaje de temáticas universales, como el miedo a la muerte y la búsqueda de la felicidad, que perduran más allá de las coyunturas en que fueron concebidos. El pájaro azul, del dramaturgo Maurice Maeterlinck (1862-1949), considerado por algunos como el “Shakespeare belga”, es un ejemplo contundente de cómo adquiere vigencia –y se resignifica en el imaginario social y cultural– una pieza escrita en otra era. Cuando Stanislavsky era director del Teatro de Arte de Moscú, aceptó el desafío de montarla en ruso, y obtuvo un éxito inmediato, que se multiplicó en Nueva York, Londres y la mayoría de las capitales europeas. Adelaida Mangani, directora de la versión adaptada por Andrea Garrote, estrenada por el grupo de titiriteros del Teatro San Martín, se encargó de la riesgosa tarea de explorar un texto de 1909 aparentemente sencillo, desde la óptica del lenguaje, y más intrincado respecto de las concepciones filosóficas y morales predominantes, que consideraban factible el acceso a la felicidad humana a través del poder redentor del amor.
Los hermanos Tyltyl (el niño) y Myltyl (la niña), hijos de un leñador muy pobre, observan por la ventana los festejos navideños de sus vecinos ricos. La aparición de un hada, que les encarga la búsqueda del pájaro azul para salvar a una vecina enferma (Cecilia) –que morirá si no lo encuentran–, obliga a los niños a emprender un largo viaje que los llevará a recorrer el país de los recuerdos, el país de la noche, el jardín de la dicha y, finalmente, el país del porvenir. En este periplo, los niños se reencontrarán con sus abuelos, a los que creían muertos (“hasta los muertos concluirán por morir, a menos que no hayan cesado jamás de vivir”, sentenciaba el escritor y pensador). Tyltyl y Myltyl les pedirán que los acompañen el resto del camino. A pesar de que los abuelos rechazan la invitación, los niños continuarán atravesando esos universos, poblados de espectros, duendes de la naturaleza y enigmas.
No es casual que en los planos de la realidad y de la fantasía prevalezcan los enigmas, los misterios que no terminan de revelarse plenamente. El escritor y pensador belga, que obtuvo en 1911 el Premio Nobel de Literatura, articuló la mayoría de sus dramas en torno de una preocupación, que se fue incrementando con el transcurso de los años: su obsesión por el más allá lo transformó en el dramaturgo por excelencia del misterio. Aunque sus primeros escritos están impregnados de un profundo pesimismo, un estado de angustia y duda permanente frente al mal y la muerte, con Peleas y Melisanda (1892), transformada en ópera (1902) por elcompositor francés Claude Debussy, y La princesa Malena (1889) comienza un viraje hacia una actitud más optimista acerca del destino de los hombres.
En Maeterlinck, la singularidad del motivo del viaje iniciático, frecuentado en la literatura destinada para adultos, reside en la inversión del héroe (habitualmente un hombre o un joven entrando en la adultez): ahora los chicos son los protagonistas principales de esta aventura, no exenta de peligros. La puesta de Mangani profundiza este detalle y potencia con audacia lo onírico, gracias a un puñado de expertos titiriteros (Ana Alvarado, Carlos Almeida, Guillermo Roig, Ariadna Bufano, Eleonara Dafcik y Daniel Spinelli, entre otros) que manipulan los muñecos con tanta solvencia, que en varias escenas consiguen esa maravillosa sensación de que adquieran vida propia.
En este sentido, resulta imprescindible el aporte de la iluminación de Gonzalo Córdova, minucioso a la hora de multiplicar las expresiones y los movimientos de cada uno de los títeres, y la música de Gabriel Fernández Capello (Vicentico), se erige como un vehículo eficaz para crear climas y sugerir emociones. Sin embargo, una de las debilidades de la adaptación, que se percibe en la puesta, está en algunos diálogos entre los personajes. Ciertamente, el trabajo de Garrote obtiene un resultado destacable en su conjunto, pero tropieza con serias dificultades vinculadas con la expurgación de los extensos parlamentos filosóficos presentes en la obra de Maeterlinck. El regreso sin el pájaro entristece a los hermanitos, que pronto descubrirán que la felicidad se encuentra donde menos la esperaban.

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