Sáb 27.07.2002

ESPECTáCULOS

El universo de “Manuelita”, cuarenta años de vigencia

Claribel Medina, Fabián Gianola y un equipo de acróbatas, malabaristas y murgueros dan vida a una versión de “Canciones para mirar”, la obra estrenada por María Elena Walsh en 1962.

› Por Silvina Friera

Manuelita, esa entrañable tortuga surgida de la lucidez de María Elena Walsh, atraviesa –con su paso audaz– cualquier boom de temporada para instalarse cómodamente en la memoria colectiva de grandes y chicos. El “fenómeno Manuelita” tiene su correlato social en una suerte de dogma: “El que no escuchó las canciones de Walsh no tuvo infancia”. ¿Cómo atreverse a cuestionar , entonces, esta canonización de la tortuga, sin derrumbar la construcción cultural de ese himno nacional a la niñez? En Canciones para mirar, la dupla de directores conformada por Manuel González Gil y Rubén Pires, toma distancia de los peligros de polemizar con el universo de Walsh. El aporte de la dirección consiste en complementar la riqueza de las imágenes y las palabras que se desprenden de este clásico con el histrionismo de Fabián Gianola, la dulzura de Claribel Medina y un despliegue vertiginoso del equipo de acróbatas, malabaristas y murgueros integrado por Mariana González, Javier Davis, Lucrecia Pinto, Facundo Pires, Analía Raimonde, Cecilia Roche, Juan Bautista Carreras y Leandro Aita.
Los padres y abuelos, eximidos del temor al ridículo, tararean con la misma frescura que sus hijos y nietos los temas más populares, como “Manuelita” y “Canción de tomar el té”. En los adultos, la nostalgia por esas infancias perdidas en los convulsionados pliegues de la historia del país revela la necesidad de recuperar, aunque sea por unos instantes, la magia del juego y la palabra que emanan de los cuentos y canciones de Walsh. La vendedora de sueños (Medina) pasea en bicicleta y proclama a los cuatro vientos su condición de proveedora de “sueños como trapitos de colores”, disponibles para todos los gustos. Gianola, que se desliza como un pez por las aguas del humor y el clown, amaga con narrar un cuento que nunca concluye porque se olvida, se confunde o se enmaraña en detalles prescindibles. Presionado por la murga, que lo obliga a continuar con el relato, Gianola establece una complicidad incesante con la platea. Los chicos se impacientan frente a las dudas del narrador y exigen a los gritos, como si conformasen una murga paralela, que termine de una buena vez el cuento. En este contexto, la interacción del actor con los chicos se constituye en uno de los momentos más intensos y mejor resueltos de la puesta.
Para eludir los riesgos de la sublimación de las canciones de Walsh, Pires y González Gil escribieron “Las murgas”, una manera de superar el desafío de incorporar textos propios, en un material susceptible de alimentarse de otras influencias musicales. Los arreglos deGardelín y la dirección musical de Martín Bianchedi, con toques murgueros, rockeros y rapperos, sincronizan con las letras, sin alterar la esencia de las melodías. “Canción del jardinero”, “Manuelita”, “Serenata para la tierra de uno” y “Marcha de Osías” (que cierra el espectáculo) acumulan climas y emociones con altibajos en las interpretaciones. Los acróbatas-bailarines, funcionan como pilares del mundo de las canciones. Sus destrezas en el trapecio, en las sogas o telas y en una especie de rueda gigante, asombran a los niños.

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