Dom 28.07.2002

ESPECTáCULOS  › “MINORITY REPORT”, O LA PESADILLA DE PHILIP K. DICK HECHA REALIDAD

Una conspiración eterna

Considerado “el paranoico de los paranoicos” y “el Shakespeare en anfetas de Estados Unidos”, el autor detrás del éxito de “Blade Runner” llega ahora, veinte años después de su muerte, a su infierno más temido: la consagración definitiva en Hollywood, de la mano de Steven Spielberg.

› Por Martín Pérez

“Mi fantasía era la siguiente: iba al estudio donde estaban rodando Blade Runner y me presentaban a Ridley Scott y a Harrison Ford. Yo me sorprendía tanto que no alcanzaría a decirles nada cuando me saludasen y me diesen la mano. Después me dejarían ver el rodaje de una escena. Y cuando Harrison Ford dijese algo así como ‘Tira esa pistola de rayos o sos androide muerto’, atravesaría con un salto de gacela el estudio lleno de efectos especiales para agarrarlo del cuello y comenzar a golpear su cabeza contra la pared, al grito de ‘Han destrozado mi libro’.” Philip K. Dick (19281982) relató así, en la última entrevista antes de su muerte, las reservas que tenía sobre su incipiente relación con Hollywood, una industria que hoy parece haberlo adoptado decididamente. No en vano el autor de los clásicos de ciencia ficción que mejor han envejecido ha sido considerado “el paranoico de los paranoicos”.
Una prolífica obra que comenzó a escribir en la década del cincuenta encontró su mejor forma en los sesenta y alcanzó una extraño formato iluminado y vanguardista durante la década del setenta caracterizan a Dick, que recién ingresó al radar de Hollywood cuando su novela ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (1968) devino en largometraje. De los resultados del film, Blade Runner (Riddley Scott 1982), nunca pudo saberse su opinión final, ya que falleció de un ataque al corazón tres meses antes del estreno. Desde entonces y hasta ahora, y especialmente en la última década, es posible poner su nombre al lado de films que han ido delineando el inconsciente paranoico del espectador de cine de los noventa. No sólo por adaptaciones oficiales como El vengador del futuro (1990) o la menor y fallida El impostor (2002 protagonizada por Gary Sinise y Madeleine Stowe), u homenajes reconocidos como los de Darren Aranofsky en Pi (1998) o Richard Linklater en Waking Life (2001), sino también por películas evidentemente “dickianas” como The Truman Show (1998) –cuya trama recuerda demasiado al pueblo prefabricado de su novela Time out of Joint, de 1959– o incluso la megaparanoia de The Matrix (1999), que tiene una indudable deuda con su mundo personal. Esto no se termina aquí: ya hay en producción al menos un par de films, entre ellos uno en el que un policía debe arrestarse a sí mismo, producido por Soderberg y George Clooney y que dirigirá Linklater. Todo parece indicar que el “Shakespeare en anfetas de Norteamérica” –tal como lo definió el diario inglés The Observer– es el autor ideal para un público masivo educado por el fenómeno X-Files, otro gran invento paranoico deudor suyo.
“Vivimos en una sociedad cuya espuria realidad es construida por los medios, por los gobiernos y por las grandes corporaciones. Somos bombardeados por seudorrealidades manufacturadas por gente muy sofisticada utilizando mecanismos electrónicos sofisticados. Y no desconfío de sus intereses. Desconfío de su poder”, escribió Dick, mucho tiempo antes de Mulder y Scully, de “Los Expedientes X”. “Su escritura está basada en la conspiración, pero sólo ahora, después de Watergate, el affaire Irán-Contras y muchas otras conspiraciones gubernamentales, el gran público puede ver las cosas como él las veía”, explicó Aranofsky, el director de Pi. “El primero y más evidente de los temas trenzados en su obra se refiere a la división planteada entre la humanidad y todas las complejidades de sus creaciones, una de las preocupaciones esenciales de todo escritor consecuente. Sin embargo, Dick cambió la pregunta ‘¿qué es ser humano?’ por la de “¿cómo es no ser humano?’”, se lee en el prólogo a los cinco tomos que compilan los cuentos completos del autor de los inquietantes androides de Blade Runner. Y del tráfico de memorias que es la base de Total Recall (sobre la que se basó El vengador del futuro). O de la idea de una policía que puede prevenir los crímenes antes que sucedan, concepto que es la base de Minority Report (2002), el flamante film dirigido por Steven Spielberg y protagonizado por Tom Cruise, último opus del amplio, difundido y cada vez más actual canon dickiano.
Alguna vez Philip K. Dick confesó que el hecho de que, a comienzos de los años setenta, su mujer Nancy lo hubiera dejado para huir con un militante de las Panteras Negras le abrió la puerta a los diez años más interesantes de su vida. “Antes de eso yo era un burgués, me estaba comprando una casa, manejaba un Buick y usaba traje y corbata”, le intentó explicar a John Boonstra, que le estaba realizando la que sería la última entrevista de su vida para la revista The Twilight Zone. “Y como resultado de aquella sorpresa toqué fondo y terminé de patitas en la calle, con gente de la calle de verdad.” Gente de verdad, sin embargo, es lo que nunca faltó en unas historias que han sido descriptas como alimentadas tanto por un agudo trauma infantil producto de la muerte de una hermana gemela como por la inmensa cantidad de drogas ingeridas para poder alcanzar sus fechas de entrega.
Cuando llegó el momento de su muerte, Philip K. Dick llevaba publicadas 36 novelas y unos 130 cuentos, pero la mayoría de ellos dentro del circuito de la ciencia ficción y por lo tanto muy mal pagos. Casado y divorciado cinco veces, con antecedentes de serios desvaríos y crisis paranoides, era un escritor muchas veces frustrado, comparado con Kafka, Joyce e incluso Jorge Luis Borges por la crítica francesa pero casi ignorado en su tierra, salvo por los elogios que derramaban sobre él sus colegas de género, que lo consideraban como uno de los mejores del ramo. Y mucho más que eso. “Dentro de cincuenta o cien años, Dick será reconocido en retrospectiva como el mejor novelista norteamericano de la segunda mitad del siglo veinte”, escribió sin tapujos el británico Norman Spinrad en el prólogo de una de sus novelas.
Nacido unas seis semanas prematuro durante el frío invierno de 1928 en Chicago, Philip Kendred Dick tuvo una hermana gemela, llamada Jane, que nunca conoció ya que murió prácticamente en brazos de su madre Dorothy. Un desidioso accidente con una mamadera vinculado a un serio caso de desnutrición acabó con ella y casi sucede lo mismo con él, que sobrevivió para quedar obsesionado con aquella historia de su doble perdido, una trama que puede rastrearse en casi todas sus ficciones. Niño ansioso y enfermizo, plagado de problemas alimenticios y acechado por el asma, Dick padeció vértigo y arritmia durante su adolescencia, y en su vida adulta sufrió tanto por la agorafobia como por una dependencia hacia las anfetaminas que agudizaban su paranoia, pero le permitían permanecer semanas enteras teclando frente a la máquina de escribir, luchando por una subsistencia a base de 100 dólares por cuento y 1500 por novela en el submundo de la literatura más popular de todas: la ciencia ficción. Ya durante esa época inicial terriblemente prolífica Dick tenía propensión a escribir sobre androides destrozados en una banquina antes que de gigantescas astronaves surcando el espacio.
“Vendí mi primera historia en 1951 y mi primer cuento fue publicado en 1952. En 1953 había trece revistas de ciencia ficción en los Estados Unidos, y en junio de ese año tenía historias publicadas simultáneamente en siete de ellas. Llegué a publicar treinta cuentos ese año”, recordaba Dick, que casi abandonó tanto el género como la escritura hacia 1959, por culpa del colapso de aquel prolífico mercado. “Me fui a hacer joyas con mi mujer, pero yo no tenía el talento que ella tenía. Y por eso decidí encerrarme a escribir una novela con una máquina de escribir portátil usada que me costó sesenta y cinco dólares y que tenía trabada la tecla ‘e’”, explicaba sobre la génesis de la que tal vez sea su novela más famosa: El hombre en el castillo. Aquel regreso con éxito lo devolvió al género justo para acompañar la revolución generada por una nueva generación de escritores, liderada por británicos como James G. Ballard oBrian W. Aldiss. Durante los años setenta, sin embargo, Dick intentó con suerte diversa alejarse del género guiado por alucinaciones místicas –en febrero del ‘74, a los 46 años, llegó a confesar una epifanía que le duró dos meses llenos de alucinaciones y sueños en estado de vigilia–, y cuando la suerte lo acercó a Hollywood recién estaba alejándose de ese camino.
Como todos, Spielberg está al tanto de lo que el nombre de Dick significa dentro del universo de ciencia ficción. Por eso su más consciente reconocimiento de ese lugar es haber intentado evitar todo tipo de referencias tanto a Blade Runner como a El vengador del futuro. “Creo que el logro más grande de Blade Runner tiene que ver con su estilo y su estética visual”, confesó Spielberg al diario Los Angeles Times. Y agregó: “Creo que Ridley hizo el mejor trabajo de su carrera con la iluminación... porque no había mucha historia para contar”. Sin embargo, lo que nunca faltó en las novelas de Dick son las historias. Muchas de ellas. Y múltiples. Una de ellas es la que intentará contar Richard Linklater en el film que deberá rodar para Clooney y Soderberg, basado en la novela A Scanner Darkly, de 1977, su período místico y oscuro, precisamente el que homenajea Linklater en Waking Life. En ella, el lóbulo izquierdo y el derecho de un policía de incógnito dejan de comunicarse entre sí y uno debe investigar y arrestar al otro. “Dick es definitivamente un pensador posmoderno”, opina el cineasta holandés Paul Verhoeven. “Tiene una filosofía en la que existen dos verdades, lo que soñamos y lo que experimentamos como realidad, y no hay interpretación que favorezca a ninguna de las dos. Eso es lo que yo quise explorar en El vengador del futuro, ese sentimiento de que no podemos decir cuál de las dos es real.”
Si bien hay un cierto consenso de que las mejores tramas dickianas llevadas al cine son las que no están basadas en sus historias –como The Matrix o The Truman Show–, generalmente Blade Runner es considerada como la película que mejor homenajea su obra. Algo con lo que, aunque jamás alcanzó a verla completa, Dick finalmente llegó a estar de acuerdo. Pero no pensó lo mismo cuando tuvo acceso al primer guión del film, al que odió por completo. Sólo recién cuando leyó la reescritura de David W. Peoples y vio los efectos especiales de Douglas Trumbull, se convenció de que representaba fielmente el mundo que había imaginado en su novela. Pero pensar que por eso su relación con Hollywood hubiese sido mucho más sencilla de haber superado el infarto masivo que le quitó la vida a tres meses del estreno de Blade Runner es olvidar quién era Dick.
Una de las últimas disputas de Dick con el estudio responsable de Blade Runner fue por la reedición de la novela original en la que estaba basado el film. El estudio quería que reescribiese el guión bajo forma de novela, mientras que él se negaba. Lo explicó así: “Me proponían algo así como la versión para escritores del infierno del Dante. Un lugar en el que estás condenado a hacer adaptaciones infantiles de tus propias obras, al menos de las mejores, por toda la eternidad. El hecho de que aceptar ese pacto significara para mí más dinero que el que había visto junto en toda mi vida no hacía más que subrayar lo grotesco del asunto”. No por nada se trataba del gran paranoide de la mejor literatura de ciencia ficción. Un hombre que presentó en una de sus novelas a un personaje llamado Philip K. Dick, un escritor al que un complot del gobierno condenaba a seguir firmando obras aun cuando muriese antes de que se editasen todas. La paradoja Dick en acción.

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