ESPECTáCULOS
“Tuve la necesidad de llegar a lo propio a partir de algo universal”
Ana María Stekelman explica por qué se inspiró en arias de Vivaldi, Händel y Haydn para idear la coreografía de su nueva obra, “Operatango”.
› Por Hilda Cabrera
Una nueva Operatango acaba de estrenarse en Buenos Aires. El título remite a otros trabajos, diferentes pero ineludibles, como María de Buenos Aires, la ópera tango de Astor Piazzolla y Horacio Ferrer, y Tango Buenos Aires, la suite de ballet basada en el poema Tango de Fernando Guibert, con música de Eduardo Rovira. La Operatango que puede verse de miércoles a domingo hasta el 8 de setiembre en el Teatro Presidente Alvear (de Av. Corrientes 1659) es una coreografía de la bailarina Ana María Stekelman, directora del grupo independiente Tangokinesis, intérprete de este espectáculo que bailan Nora Robles, Gisela Nátoli, Vanesa Odetti, Mercedes Appugliese, Pedro Calveyra, Marcelo Carte, Martín Rodríguez y Federico Farfaro. Stekelman se inspira aquí en arias de Vivaldi, Händel y Haydn. Los tangos y las arias previamente grabados son el material con el cual “dos músicos en vivo juegan en forma contraria o a favor de la cinta”. Ellos son Julián Vat (saxo tenor y flauta, y director musical) y el bandoneonista Ernesto Molina.
La propuesta de la coreógrafa es fusionar lenguajes musicales diferentes y convertir al tango-danza en vehículo de expresión de un aria. Artista formada en Buenos Aires con las maestras Renate Schottelius y Paulina Ossona, y con estudios de perfeccionamiento en Estados Unidos (básicamente en la escuela de Martha Graham), Stekelman integró en diferentes etapas el Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín, del cual fue incluso su directora, dedicándose a partir de 1992, cuando fundó Tangokinesis, a profundizar en la relación del tango con la danza contemporánea. Creadora, entre otras obras, de Memorias, Muerte del padre, Imágenes, Triple tiempo, Bailando en la oscuridad, Formas y La tarde cae sobre una mesa, fue invitada a realizar trabajos para compañías de ballet de Brasil, Chile, Francia y otros países. En el plano local, perduran sus aportes al ballet del San Martín y del Teatro Colón y sus coreografías para Julio Bocca (Concertango, Consagración del tango, Mambo suite, Piazzolla Tango vivo y Bocca tango). Obtuvo premios por sus coreografías para la película Tango, del español Carlos Saura, por ejemplo, e invitaciones a festivales internacionales americanos y europeos, entre otros al muy prestigioso de Avignon, donde presentó su celebrado Tango, vals, tango. En diálogo con Página/12, Stekelman reedita su pasión por un género que siente como único: “Es el folklore de la ciudad en que nací, y es curioso que, habiendo estudiado ballet y después danza moderna, recién al final tuve necesidad de investigar en el tango: llegué a lo propio a partir de algo universal. Es como una vuelta a uno mismo”, resume.
–¿Cómo se relaciona con el tango “histórico”, el de las viejas milongas?
–En realidad uno termina dándose cuenta de que debió empezar por ahí, pero a veces lo entiende después de algunas vueltas. Hice Jazmines en 1985, y lo bailé yo misma sin saber mucho de tango. Ahí aprendí que necesitaba ir a la milonga para tomar contacto con lo más “terrestre”.
–Una de las particularidades de los milongueros es la improvisación. ¿Cómo resuelve eso en su fusión con la danza contemporánea?
–En el proceso de creación de una coreografía hay siempre un grado de improvisación, que a veces parte de mí y otras de los bailarines. Después el trabajo se fija, y en general queda cerrado, aun cuando permanezcan algunos lugares de libertad.
–¿Influyen las letras de los tangos en la creación de sus coreografías? –En Operatango utilizo tangos instrumentales, pero cuando me inspiro en otros que sí tienen letra, me conecto profundamente con lo que dicen. La siento como una poesía muy local, pero capaz de trascender, como sucede con las obras de arte. Acá usé muchas composiciones vertidas por Francisco Canaro y su Quinteto Pirincho. Los títulos son “La metralla”, “El huracán”, “El Once”, “El pollito”, “La barra fuerte” y “El Marne”.
–En general, trabajó sobre temas de Piazzolla... ¿Por qué este cambio?
–Por eso mismo, porque había creado mucho sobre la música de Piazzolla, a la que al principio le tenía miedo, por su alto nivel. Me parecía inalcanzable. Pero en mis dos últimas obras preferí volcarme al tango antiguo. En Operatango, por ejemplo, lo más alto, sublime, espiritual o religioso está representado por las arias, y lo terrestre, por el tango, que es esencialmente popular y responde a su origen. Me gusta esta mezcla.
–Que en Tango, vals, tango no se producía...
–No, porque ahí todos los temas eran populares, salvo las composiciones de Piazzolla, que se despegan de lo terrenal, si es que las comparamos con las de Canaro, que fue uno de los primeros tangueros que trabajó en París. Aquel tango tradicional, que está sin tocar por la cultura europea, es muy considerado en Francia. La sensación que tuve en las últimas giras es que los extranjeros quieren conectarse con el tango de los mayores, aunque en este momento, creo, hay interés por todo. No podemos quejarnos.
–¿Cree que es posible llegar a eso que se considera la esencia del tango?
–No se puede llegar sin maestros. Uno ve en las milongas de París a algunas parejas que bailan a la perfección. Copian bien, pero eso que podríamos llamar su esencia es único e inimitable.
–¿Todos sus bailarines de Tangokinesis son argentinos?
–Son argentinos, y bailan bien el tango y tienen la cabeza abierta a muchas cosas. Después de la temporada en el Alvear, la compañía va a la Bienal de Danza Terra Latina de Lyon. Llevamos un programa de tres obras: Suite de Tango, Valses y Cuatro Piazzolla, que también presentaremos a comienzos de 2003 en Estados Unidos.