Lun 29.07.2002

ESPECTáCULOS  › “MUÑEKOTES”, EN EL TEATRO LORANGE, PARA LOS MAS CHICOS

Viaje a un mundo de cotillón

El espectáculo, que tiene ingredientes de producción infantil televisiva, ofrece diversión al por mayor, con un atractivo extra, celebrado en estos tiempos de crisis: la entrada es a la gorra.

› Por Silvina Friera

MUÑEKOTES - 7 puntos
Libro y dirección: Sebastián Pajoni.
Intérpretes: Josefina Lamarre, Lucas Mirvois, Daniel “Prepu” Campomenosi, Noralih Gago, Sabastián Codega, Denis Cotton y Paula Broner.
Escenografía y gigantografías: Federico Ostrofsky.
Vestuario y caracterización: Blanca Vega, Luciana Labaronnie.
Coreografías: Diego Reinhold.
Música original: Carlos González, Nicolás Posse Molina.
Entrenamiento vocal: Nélida Saporiti.
Producción general: Kaktoo Entertainment Group.
Lugar: Teatro Lorange (Corrientes 1372), todos los días a las 15 y 17.

El entretenimiento está garantizado, la diversión, servida en bandeja, y los invitados, dispuestos a disfrutar de la fiesta. La receta funciona gracias a la reiteración de ciertos clisés que se nutren de los códigos del lenguaje televisivo y de la comedia musical infantil. La fórmula requiere de una historia sencilla, una figura carismática que protagonice la obra (si proviene de la pantalla chica, mucho mejor), un puñado de canciones pegadizas (recopiladas en un CD), una escenografía impactante y colorida y –el indispensable– happy end, después de superar los obstáculos de la trama, moraleja mediante. En Muñekotes, con libro y dirección de Sebastián Pajoni, todos estos ingredientes, propios de las convenciones de una superproducción, generan un producto final apto para el paladar de los más chicos.
Una torta gigante de tres pisos, ubicada en la mesada de una cocina, está lista para ser decorada. Jose, una muñequita de cotillón simpática y solidaria, se encuentra en la cima de esa torta. Aislada del resto de sus compañeros, ella no puede jugar y se siente sola. El travieso sobrino de la repostera, habituado a maltratar a los objetos de cotillón con juegos impertinentes, pronto recibirá su merecido: la pesadilla de convertirse en un muñekote.
Los detalles escenográficos como la llave de luz, la tostadora, un rallador, el colador de café y la torta de bodas, diseñados con el propósito de contrastar la inmensidad del mundo humano con la pequeñez de los muñecos, sumergen a los chicos en esa cocina fantástica, en la que prevalece el misterioso universo de las “figuras” de cotillón. Cuando el hombre interviene (en este caso, la repostera, representada por una mano enorme y siniestra) el peligro de destrucción es inminente porque las reglas del juego de esas deliciosas criaturas están en los antípodas de los mecanismos que rigen la vida de los hombres. El sobrino, una voz en off que acecha a los muñekotes, se queda dormido e ingresa en la acción, transformado en uno de esos seres que manipulaba a su antojo. Así, el cazador resulta víctima de su propia trampa. Los otros muñekotes, Púmbale, Esponjita, Bufón y Maruca, intentan colocarlo, como un adorno, en la cima de la torta para que le haga compañía a la Jose, interpretada por Josefina Lamarre (recordada por el programa “Jardín azul 2001”). El sobrino, que se llama José, se aferra a las diferencias para machacar una y otra vez que él es un ser humano, que tiene dedos en las manos, que es superior, que no se parece en nada a esos muñequitos de repostería.
El conflicto estimula a los chicos a interactuar constantemente con el desarrollo de las escenas, independientemente de que se lo exijan los actores, que abusan del recurso de saludar a los niños y preguntarles cualquier cosa, con el mero objeto de obligarlos a “participar”. Pero la participación no se impone. Por el contrario, surge del interés y la fantasía que despiertan las acciones y del modo en que las asimilan los espectadores. Cuando los personajes se dirigen a los chicos y les dicen que son como hormiguitas, el riesgo de la subestimación se transforma enun boomerang: los pibes rechazan de plano esa consideración con un demoledor “noooooo”. A pesar de estos equívocos, originados en los guiños televisivos que se incorporan en la comedia musical, la dinámica de los diálogos –ágiles y con mucho humor–, las canciones y las coreografías acentúan las situaciones disparatadas, provocadas por el enfrentamiento entre dimensiones supuestamente irreconciliables. Lucas Mirvois, en el papel de José, transita con fluidez expresiva y convicción corporal la mutación que padece su personaje. Su mezquindad inicial queda eclipsada al descubrir que no es tan difícil aprender a convivir con las diferencias. El espectáculo, recomendado para los más chiquitos, ofrece diversión al por mayor, con un atractivo adicional, celebrado en estos tiempos de crisis y bolsillos devaluados: la gorra permite que una gran cantidad de familias, imposibilitadas de pagar entradas que oscilan entre los cinco y diez pesos, puedan compartir un momento placentero con sus hijos.

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