ESPECTáCULOS
› ENTREVISTA A LA DIRECTORA MIRA NAIR
Otro camino a la India
En “La boda”, que se estrena mañana en Buenos Aires, la realizadora hindú buscó reflejar la situación de la juventud de su país. “La nueva generación se está rebelando contra muchas cuestiones”, afirma.
Por Ana Bianco
En setiembre del año pasado, cuando La boda se llevó el premio mayor en la Mostra de Venecia, el León de Oro, la directora hindú Mira Nair ya definía su película como “una canción de amor a Nueva Delhi”, su ciudad natal. Ambientada en la India actual, en el seno de una familia de origen punjabi –tan cálida y bulliciosa como un grupo de familia napolitano–, La boda aprovecha la algarabía y el frenesí de la preparación de una multitudinaria fiesta de casamiento para exponer los contrastes de una tradición cultural que persiste y convive con un mundo globalizado. En el film se entrecruzan varias clases sociales, aparecen viejas disputas familiares, celos y algún secreto oculto, que dan a la trama un rasgo universal.
En eso precisamente, en dar a conocer al mundo la compleja identidad de su tierra, se ha especializado Nair desde que su primer largometraje, Salaam Bombay (1988), se consagró con la Cámara de Oro del Festival de Cannes. En un país que es el mayor productor de cine del mundo, incluso por encima de Hollywood, pero del que muy rara vez sus películas cruzan las fronteras de Occidente, Nair –como lo demostró en Kamasutra (1997)– consiguió abrirse un camino en los circuitos de exhibición internacionales. De los cambios en su sociedad y de cómo se reflejan en La boda –que se estrena mañana en Buenos Aires– habló Nair con Página/12, en una entrevista telefónica.
–¿Cómo surgió el proyecto de La boda?
–Yo estaba enseñando en Estados Unidos, en la Columbia Film School, y me presentaron a Sabrina Dhawan como una de las mejores estudiantes. Ambas provenimos del mismo lugar: una familia punjabi de clase media de Delhi. Entonces comenzamos a pensar que no había ninguna película que diera cuenta de la vida contemporánea en la India. No, al menos, la vida que vivimos y conocemos nosotras. Sabrina tenía muchas ideas, como por ejemplo la de contar la vida de una mujer soltera en Nueva Delhi. También queríamos contar una historia de abuso, de manera que juntamos los elementos y ella escribió este guión, que realmente yo amadriné.
–¿El eje de La boda es choque entre la tradición y la modernidad, el mundo globalizado?
–En Estados Unidos no existen las Oprah Winfrey ni los talk shows para discutir temas tabú, especialmente cuando le competen a la familia. Sabrina Dhawan, que es algo más de diez años menor que yo, tiene muy claro cómo son las cosas entre los jóvenes de la India hoy. Las generaciones más jóvenes se están rebelando contra muchas cuestiones, y sobre todo aparecen desafiantes con todo lo que tiene que ver con el cambio de costumbres sexuales.
–¿Hay otros cambios que la hayan impactado?
–Sí, por ejemplo el consumo de alcohol en la escuela secundaria. Creí que era un fenómeno netamente norteamericano. Pero todos los chicos de clase media alta hacen fiestas en las que corre la cerveza. Yo no me acuerdo de haber comenzado a probar alcohol hasta los 20 años y estas cosas me sorprenden.
–¿En qué podría compararse la vida de una mujer soltera de la India con la de una mujer occidental?
–La única gran diferencia es que en la India se pone gran acento en lo familiar. Y la familia puede resultar castradora y opresiva, al punto de obligar a la mujer a anteponer los intereses del grupo familiar por sobre los suyos. Pero en Estados Unidos, por ejemplo, pude percibir una gran sensación de soledad entre muchas mujeres solteras. Y eso nunca lo vi en la India.
–¿La boda refleja una familia típica de la India?
–Mi familia es casi exactamente como la de la película. Somos gente muy abierta, muy liberal y muy ruidosa. Pero al mismo tiempo que tenemos un gran sentido de la familia, existe lo que yo llamo “la costumbre de insultar”. Un constante “¡Idiota!” entre tío y sobrinas, como se ve en lapelícula, por ejemplo. Esto es muy de los punjabi. Mi pueblo se caracteriza por ser afectuoso, de practicar un amor incondicional dentro de la familia, somos muy expresivos, de exteriorizar los sentimientos. Pero a su vez, esto va de la mano con una actitud bastante autoritaria hacia los jóvenes: “Ven acá”, “Tráeme esto”, “Haz lo otro”. Pero no hay un criterio general aplicable en este sentido, excepto que la noción de familia, en todas sus variantes, es determinante en todo el país. A lo largo y a lo ancho.
–¿Cómo es hoy su vida familiar?
–Ahora vivo en Sudáfrica. Viajo mucho por cuestiones profesionales, pero mi hogar es donde están mi marido y mi hijo. Dejé la India a los 18 años y luego me dividí durante casi diez años entre la India y Estados Unidos, hasta que en 1990 conocí a mi marido en Kampala, Uganda, durante el rodaje de Mississippi Masala y me convertí en una nuera africana.
–Antes de darse a conocer con Salaam Bombay, usted trabajó mucho en el campo del cine documental. ¿Cómo se produjo su tránsito hacia la ficción?
–Reconozco mis raíces en la escuela documentalista emparentada con el cinéma verité, cuyo lema era: no manipular la realidad, pero crear una narrativa en la sala de montaje. Después de siete años de hacer este tipo de películas –que amo–, comencé a preocuparme por encontrar un público más amplio. Empecé a impacientarme, porque quería hacer las cosas por mí misma. Lo que amo de los documentales es su inexplicable naturaleza ausente en la ficción. La amalgama de ambos elementos confluyó en Salaam Bombay. Hay una cámara de ficción, pero trabajando con gente real. Después de 15 años de filmar ficción, el año pasado volví al documental: hice Laughing Club of India, que fue comprado por HBO. Tiene un espíritu muy similar al de La boda. Fue hecho en dos semanas y en soporte digital. Trata sobre un fenómeno increíble que se da en la India con un grupo de gente que todas las mañanas se reúne para... reír juntos.