ESPECTáCULOS
Un concierto de música barroca por los mejores intérpretes
Graciela Oddone, Manfredo Kraemer y Juan Manuel Quintana estarán en el estreno del recién descubiero “Gloria” de Händel.
› Por Diego Fischerman
El año pasado, cuando los musicólogos Joachim Marx y Steffen Voss, de la Universidad de Hamburgo, confirmaron que habían encontrado una nueva obra de Händel, el mercado de la música se convulsionó. Allí empezó una verdadera guerra para ver quién, de los popes de la música antigua, llegaba antes al disco. Sir John Eliot Gardiner y Robert King entre los directores, Emma Kirkby, Barbara Bonney y Catherine Bott entre las cantantes, estuvieron entre los postulantes para ser los primeros en registrar en CD este Gloria para soprano, dos violines y bajo continuo compuesto por Händel cuando estaba en Italia. El próximo miércoles 7, a las 20.30, esta obra dedicada al marqués Francesco Maria Ruspoli –uno de los mecenas romanos del autor– y compuesta para la célebre cantante Margherite Durastanti, tendrá su estreno sudamericano, en el Teatro Avenida de Buenos Aires y como parte del ciclo 2002 de Festivales Musicales.
El concierto contará con la participación de varios argentinos que están entre los mejores intérpretes de música barroca del mundo. El violinista Manfredo Kraemer, Juan Manuel Quintana en viola da gamba y la soprano Graciela Oddone estarán junto a Joëlle Perdaens (también en violín), Manfredo Zimmermann en flauta travesera y Mario Videla en clave y fortepiano. El programa se completará con una pieza magnífica del barroco tardío, el Cuarteto en Sol Menor para flauta, violín, viola da gamba y continuo, de Georg Philipp Telemann, y la genial Ofrenda Musical de Johann Sebastian Bach. Escrito como homenaje al rey de Prusia, cuenta la leyenda que el tema sobre el que está basado este conjunto de cánones y obras imitativas (llamadas en este caso Ricercar) además de una Sonata a Trío, fue tocado en un teclado por el rey Federico de Prusia, durante una visita que Bach había hecho a la corte, por iniciativa de su hijo Carl Philip Emanuel, que estaba a su servicio. Johann Sebastian Bach improvisó una fuga sobre ese tema y, al poco tiempo envió una partitura al monarca en cuya dedicatoria las letras de la palabra “ricercar”, además de aludir a una vieja forma musical de características contrapuntísticas, surgida como adaptación instrumental de los motetes vocales, constituían las iniciales de una frase que rezaba “Regis Iustu Canto Et Reliquia Canonica Arte Resoluta” (cuya traducción aproximada es “El canto lo proveyó el rey, el resto fue resuelto de acuerdo con el arte del canon”).
Este grupo de piezas que desarrollan un mismo tema (el “tema Real”) aparecen, junto a las Variaciones Goldberg, El Clave bien Temperado y El Arte de la Fuga como la summa del saber contrapuntístico del siglo XVIII. Durante mucho tiempo se opinó que estas composiciones no eran artísticas sino didácticas pero, en realidad, esta oposición responde a un modelo clasificatorio posterior al romanticismo. En la época de Bach las obras teóricas eran las más importantes y aquellas en las que el autor trataba de poner en juego todo su arte. Todavía estaba presente en la valoración la idea medieval según la cual los verdaderos músicos no eran los que hacían música sino los que entendían sus reglas. En ese sentido resulta clara la parábola de San Agustín en la que compara a los músicos prácticos con los pájaros, en contraposición con los verdaderos músicos. “También las bestias pueden cantar bellas melodías”, explicaba el santo. “¿Pero acaso puede llamarse a ese canto arte, teniendo en cuenta que esas bestias ignoran lo que hacen y por qué lo hacen?” La paradoja de Bach, en todo caso, tiene que ver con la manera en que la historia lo convirtió -precisamente a él, que jamás escribió sin una finalidad precisa en mente– en el músico absoluto por excelencia. Un mito, en todo caso, en el que la Ofrenda Musical juega un papel fundamental.