Mar 06.08.2002

ESPECTáCULOS  › TEATRO

Una obra intranquilizante

“EL PACIENTE”, EN EL RECOLETA

› Por Cecilia Hopkins

“Más que una vivencia mueve una visión”, escribe Luis Cano (autor de Dis Pater, Socavón y Los murmullos, entre otras) al referirse a El Paciente, su último estreno. El espectáculo se inicia en la o.scuridad: durante largos minutos, sólo se escucha una voz femenina que enumera decenas de nombres ordenados alfabéticamente. Luego de la exasperante letanía, cuando se ilumina la gran sala, los personajes ya se encuentran ubicados: Triviño (el protagonista), sus padres, un hombre con la cabeza vendada, un médico y una enfermera, la misma que había tenido el listado a su cargo. Con impersonal frialdad, la mujer advierte al paciente acerca de las durísimas condiciones que le esperan durante su internación. Nada indica que se encuentra en un sitio destinado a su curación. El clima amenazador se afianza con la intervención del médico, un hombre que afirma reconocer las dolencias con sólo ver el cuerpo del enfermo pero que, a medida que van pasando los minutos, parece más comprometido en complicar el estado de las cosas. Recién cuando aparece el propio Cano leyendo el epílogo de la obra, con todo el elenco reunido frente a la platea, algunas palabras llegan al espectador como si quisieran echar alguna luz acerca de la historia
La intención fue concretar un espectáculo “sin sugestionar, sin ofrecer argumentos”, que además reniega de las pretensiones actorales. Es por esto que este grupo de personas prácticamente inmóviles se distribuyen en la sala como si formaran parte de un grupo escultórico. La puesta se construye a partir de la sincronización de ínfimos movimientos que realizan los personajes, con intervenciones. Como el sonido de una radio que deja oír entrevistas sobre temas de actualidad, aludiendo a una realidad exterior –degradada, amenazante, pero con signos vitales– que contrasta con la sensación de tiempo inmovilizado que reina en el hospital. La cama y las sillas de hierro y las lámparas crean un espacio que presenta un indudable interés plástico al que se suman los cuerpos de los intérpretes. En suma, El Paciente se ofrece como un juego que reclama atención y paciencia por parte del espectador, invitándolo a establecer –si no es ganado por el tedio– el significado de cada silencio y, en especial, de aquello que permanece oculto detrás de las palabras.

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