Mié 07.08.2002

ESPECTáCULOS  › PIÑON FIJO, EL PAYASO MUSICAL QUE ATRAE MULTITUDES

El éxito que llegó en bicicleta

Se llama Fabián Gómez, y desembarca en Buenos Aires luego de que una multinacional descubriese su éxito masivo en Córdoba.

› Por Cristian Vitale

Ana Sol y Jeremías son, hoy, dos adolescentes extrovertidos. Ayer, cuando eran niños, cuando sus amiguitos iban a jugar con ellos tildaban ante una escena inesperada: un hombre pintándose la cara en el baño. “No se asusten, es mi viejo que se va a laburar”, naturalizaban ellos. Fabián Gómez, o Piñón Fijo, el payaso más famoso de Córdoba, elige hablar de sus hijos para explicar lo singular de su profesión. “Ellos son la mejor manera de contar mi vida. Hoy tocan en mi banda de música y no lo hacen como un choreito –del cordobés, changa–, sino como parte esencial del grupo”, cuenta. Piñón Fijo es al humor infantil cordobés lo que la Mona Jiménez es al cuarteto. Comenzó a payasear hace 12 años recorriendo plazas y peatonales en Córdoba Capital con una bicicleta desvencijada. Juntaba diez o veinte pibes en una esquina e interactuaba con ellos, provocando el encanto entre los changos. Hoy, pese al desencanto nacional, es un fenómeno de masas no sólo en su provincia, sino también en varias ciudades del interior. “Comencé pedaleando por los estamentos más bajos de la calle, pasando la gorra en parques y haciendo algo similar a lo que hago ahora. Mi esencia es el humor universal, va más allá del mero humor infantil. Busco el equilibrio para que el grande no me tome por idiota y el chico no se aburra”, dice.
Si bien es un interrogante en Buenos Aires, el payaso convoca multitudes en Córdoba (fue la revelación del 37º Festival de la Doma y el Folklore en Jesús María, por ejemplo), La Pampa y Santa Fe. Mete no menos de 4 mil personas por presentación y lleva vendidos casi 40 mil discos en su carrera paralela como músico. Así, de sobrevivir en el under callejero pasó a atraer la atención de la compañía BMG, que transformó a ese clown de 36 años en un proyecto de negocio a gran escala.
–¿Le sorprende haber sido contratado por una multinacional?
–Nos hemos mezclado hace poco tiempo. Creo que uno se beneficia si sabe manejar la popularidad tranquilo. Hay cosas que uno pierde, como por ejemplo terminar de actuar y darse el lujo de darle un beso a cada uno de los chicos. O ganarse la enemistad de cierta gente que te dice “si te sacás el disfraz de payaso no sos nadie”. A mí no me afecta, porque soy un laburante como cualquier oficinista o cartonero.
Piñón nació en Dean Funes, ciudad del noroeste cordobés, y a los 13 años se mudó a la capital serrana. Fue detodista –véase más abajo– hasta que se compró una bicicleta y decidió manifestar sus ideales sobre dos ruedas. Ideales que mantiene por amar a esos “escenarios olvidados” de los pueblos del interior. El origen del apodo cae de maduro: “Está relacionado con mi bicicleta pero, además, me interesa el doble sentido que tiene que ver con ir desenfrenadamente hacia adelante”.
–¿Su norte es el de todo payaso, o se diferencia en algo del arquetipo?
–Yo no soy actor, no me desdoblo de mi persona para convertirme en payaso. Piñón Fijo tiene mucho de mí y eso me realiza como persona. Cada uno necesita servir en algún aspecto. Me cierra por el lado de rescatar una sonrisa en medio de este caos.
–¿Tiene referentes?
–Como niño disfruté mucho de Pepe Biondi, Miliki, Carlitos Balá y Pipo Pescador, pero jamás con la intención de parecerme a ellos. Tal vez me influyan más el Julián Weich del “Agujerito sin fin”, el Manuel Wirtz de “No te quedes afuera”, o el Esteban Morgado de Cablín.
–¿Cómo hizo para sobrevivir como payaso antes de adquirir notoriedad?
–Cuando me dediqué a esto me di cuenta de que entre invertir 14 o 15 horas haciendo algo fuera de mi gusto por dos mangos prefería, por la misma plata, cazar la bicicleta y salir a hacer reír. Antes era detodista, peón de todos los oficios. Sin embargo, no me cerraban ni los números ni los ideales.
–Su compañía dice que en Córdoba no hay un niño que no conozca a Piñón Fijo. ¿Exagera?
–Los números no exageran: terminamos la temporada de invierno con sala llena en el teatro Comedia y habíamos metido 8 mil personas en dos funciones en el Teatro La Vieja Usina, un lugar mítico de la música popular. Que un payaso logre esto es realmente algo muy loco.
–No es fácil trabajar con chicos. ¿Cuál es su fórmula?
–No sé si existe una fórmula exacta, pero me dio mucha experiencia la calle. Me sirvió para lograr un fino equilibrio entre el grande y el chico. El training de la calle me posibilitó entrarles a los pibes con naturalidad. Mi gancho con ellos es hablarles de igual a igual. Siempre digo que sólo tengo la fisonomía del payaso, porque sigo manteniendo el espíritu de fogón en el que todo el mundo disfruta de lo que sabe hacer el otro.
–¿Con qué parte de su personaje cree que se identifican los padres?
–Se sienten cómplices de mi espontaneidad y mi historia, que es el sueño de llegar a una meta haciendo lo que te gusta. Ellos mismos te lo dicen: “Qué bueno que uno, al menos, pueda trabajar de lo que le gusta, sin transar en hacer cualquiera por fama o guita”. Creo que se emparentan con el laburante que la lucha desde abajo.

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