Mié 16.01.2002

ESPECTáCULOS

“En Argentina, descansar equivale hoy a retroceder”

El actor Osvaldo Santoro, único personaje adulto de “Pequeños fantasmas”, que estrena mañana en Multiteatro, cuenta por qué intentó escribir planteándose una “revisión del propio pasado”.

› Por Hilda Cabrera

La memoria de la infancia puede ser hoy una salvación, modesta, personal, pero de ninguna manera desdeñable para el único personaje adulto de Pequeños fantasmas, obra de Osvaldo Santoro, también actor en esta pieza que escribió en forma conjunta con Manuel González Gil, director de este montaje que se verá en el Multiteatro, de Corrientes y Talcahuano, a partir de mañana (en funciones de preestreno), y del que participa un elenco de cinco actores de apenas 10 años. En diálogo con Página/12, Santoro dice entender ahora qué significa interpretar los propios textos y, por otro lado, tomar conciencia de las demandas que implica elaborar una puesta con niños-actores. Nunca antes vivió estas experiencias, aunque respecto de la segunda algo aprendió en su labor televisiva. Pero esto es diferente. Aquí no se trata de una escena circunstancial.
“Manuel tenía en mente un proyecto que fuera, en algunos aspectos, continuidad de Los mosqueteros, donde trabajaron Juan Leyrado, Darío Grandinetti, Hugo Arana y Jorge Marrale”, cuenta este actor que –egresado del Conservatorio Nacional de Arte Dramático e integrante de la hoy inexistente Comedia Nacional, a la que ingresó becado junto a Marrale– logró destacarse en la escena, el cine y la televisión. Entre otros títulos, participó de la celebrada Hamlet, la guerra de los teatros, creación de Ricardo Bartís; Puesta en claro, conducido allí por Alberto Ure; Trátala con cariño, dirigido por Laura Yusem, y, más lejos en el tiempo, en una recordada puesta de Barranca abajo, protagonizada por Osvaldo Terranova. Entonces, quien lo convocó fue Kive Staiff: “Aquél fue un elenco impresionante. Trabajaban Elena Tasisto, Alicia Berdaxagar, Alfonso De Grazia...”, recuerda Santoro, a quien ni el cine ni la televisión le fueron esquivos. Se lo vio en Espérame mucho (1983); Asesinato en el Senado de la Nación y La Rosales, las dos de 1984; Alguien te está mirando y El camino del sur (1988), una coproducción con Yugoslavia, donde conoció a Emir Kusturica, quien al verlo advirtió que tenía “una cara muy cinematográfica”. También en Moebius (1996) y, entre las últimas, Buenos Aires me mata y Corazón iluminado (1998). En televisión participó de “Poliladron”, “Fiscales”, “Mi cuñado”, “Casa natal” y otros ciclos y unitarios. “Durante el año pasado fui invitado a casi todos los ciclos que se hicieron en TV, ‘Tiempo final’, ‘Culpables’, ‘Cuatro amigas’..., pero la continuidad acabó en marzo, con ‘Campeones’”, apunta Santoro, dispuesto ahora por poco tiempo a resguardarse del trajín televisivo: “Desgraciadamente, en nuestro país descansar equivale a retroceder. Uno empieza a asustarse al hacer su balance y ver que las cuentas a pagar van sumando y el ingreso baja, o nos lo retienen en los bancos. La situación que vivimos hoy nos obliga a seguir, aun cuando quisiéramos tomarnos un respiro. Lo triste es cuando uno no tiene dónde ejercitar su oficio”.
Santoro hace recuento y dice que en realidad el teatro nunca se ha detenido en la Argentina, “ni en época de crisis económica ni de falta de libertad”. Ejemplifica esto último con el movimiento iniciado en 1981 con Teatro Abierto, todavía bajo la dictadura militar. “El teatro es terapéutico –dice–. Ahí podemos juntarnos, crear y sentirnos representados, vernos las caras y recuperar la alegría.”
Tampoco este actor se detiene. Estrena Pequeños fantasmas y sigue dedicándole tiempo a la escritura. Está elaborando un guión para cine sobre un relato suyo, Cementerio de caracoles, en tanto dos dramaturgos marplatenses, Gabriel Di Lorenzo y Omar Magrini, le solicitaron autorización para adaptar a la escena su texto, Primavera en Mataderos, que interpretará el mismo Santoro. Allí el “coprotagonista” es el sonido, y no un grupo de niños-actores, como sucede en Pequeños fantasmas, según el actor “una pieza tan divertida como dolorosa” que cuenta la “historia de un médico de 50 años que no ha podido progresar, que se siente maltratado por el país y duda entre irse y quedarse”, adelanta. Su personaje se entera de que van a implosionar la escuela a la que asistió siendo niño para construir allí un shopping. Llega hasta el lugar, donde todavía se encuentra el mismo portero de su infancia, cobrando un sueldo miserable. Logra entrar, y es ahí donde aparecen los pequeños fantasmas que dan título a la obra.
“Nuestra intención es expresar en carne viva el dolor que nos produce ver a nuestro país hecho pedazos”, resume el actor. Lo que se verá en escena es una especie de catarsis, “una revisión del propio pasado, de lo que se quiso hacer y no se logró, pero también el deseo de hacer valer los recursos que aún tenemos y pueden salvarnos”. Esto significa no quedarse en la nostalgia, sino –cree– plantarse en este difícil presente que nos destruye: “Con el productor Carlos Rottemberg apostamos a un teatro intencional. Empezamos trabajando en un principio con actores muy jóvenes y talentosos para que después los chicos tuvieran el personaje ya armado. Ellos debían ajustarse a lo que habían creado los mayores. Fue una experiencia fantástica, porque los chicos se adaptan de una manera notable, y tienen además una memoria fabulosa”.

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