ESPECTáCULOS
“La misma decisión que me llevó al Bronx me trajo ahora a La Boca”
El cineasta y fotógrafo estadounidense Richard Shpuntoff, radicado ahora en Buenos Aires, presenta hoy en La Nave de los Sueños una serie de cortos filmados en el legendario barrio neoyorquino, que ofrecen una mirada sin prejuicios ni estereotipos.
› Por Pablo Plotkin
Después de vivir algunos años en el Bronx Sur (epicentro de la mitología gangsta), Richard Shpuntoff se mudó a La Boca, bastión del malevaje rioplatense. Hijo de una familia blanca, judía y de clase media de Queens, Shpuntoff trabajó casi toda su vida como fotógrafo. Durante diez años registró el desfile anual de orgullo gay y lésbico de su condado –que recopiló en un documental titulado Parade– y también es el autor de God, Gold and Glory, un libro que reúne imágenes tomadas en un pueblo norteamericano. Cuando recaló en el Bronx, algo desencantado con el mundillo de la fotografía, Richard empezó a filmar y realizó una serie de tres cortometrajes. La idea era mostrar una posible mañana en ese barrio marcado por el plomo, el crack y las prostitutas. Alejándose drásticamente del estereotipo, los cortos mudos de Shpuntoff –Morning dance, As I went one morning... y El Grand 97– se ocupan de los ritos cotidianos, a veces secretos de la hora del desayuno. Instalado en Buenos Aires desde febrero (de novio con una argentina), el neoyorquino presentará sus películas hoy a las 22 en La Nave de los Sueños (Moreno 1379 1º piso, gratis). No es que Richard tenga una vocación arrabalera irrefrenable. En 1997, después de enseñar fotografía durante años en un centro comunitario de la zona, decidió mudarse al Bronx no por una razón meramente romántica. “Tuve la oportunidad de alquilar un departamento ahí y, considerando que es una zona bastante más barata que el resto de Nueva York, la aproveché. La misma decisión que me llevó al Bronx me trajo a La Boca: el dinero. Son zonas mucho más baratas. Y la verdad es que estoy bastante cómodo en el barrio. Para mí es como estar en el Bronx. Buenos Aires no es exactamente como Nueva York, pero tiene una onda bastante parecida.”
–En la serie de cortos parece haber una intención explícita de no aludir a la reputación violenta del Bronx.
–Parte de la cosa era dar una visión personal. El South Bronx no es lo que era. Recuerdo haber ido por primera vez a esa zona en 1986. Cuando entré con la cámara debajo de la campera pensé: “¿Qué estoy haciendo? Nunca voy a volver a casa”. Fue deprimente. Pasé un verano trabajando con los chicos del barrio. Uno de ellos un día me pidió subir a un techo para tomar fotos. Desde arriba se podía ver que, en apenas una cuadra, había cinco colas larguísimas de gente comprando crack, y en un baldío una prostituta se la chupaba a un tipo. Yo no sabía si cubrir los ojos del chico o los míos. Cuando volví a trabajar en la zona, en el ‘96, ‘97, fue bastante diferente. Un barrio pobre, deprimido, pero mucho menos peligroso. Le pregunté a un policía qué había pasado, si tenía que ver con la mano dura del alcalde Giuliani. Me dijo: “Fue como una guerra. Casi todos los soldados se mataron o están en la cárcel. Es bastante triste, porque estamos hablando de toda una generación de chicos afroamericanos. En un verano, sólo en esta callecita, se mataron 76 chicos”.
–Al ser sapo de otro pozo, ¿cómo le resultó retratar el barrio?
–Siendo un blanco de clase media era consciente de mis prejuicios, aunque no acordara con ninguno de ellos. Pero después de dos años de residencia, el Bronx era mi barrio, y quería representarlo mediante imágenes cotidianas, sin todo el peso de la historia del racismo, la desigualdad. Quería retratarlo como cualquier barrio, porque lo es. Sé lo que representa, pero la gente que vive ahí no se despierta cada mañana pensando “oh, no, otro día en el Bronx...”