Vie 09.08.2002

ESPECTáCULOS  › PABLO QUAGLIA ESTRENA LA OBRA TEATRAL “LOS HIJOS”

“Sin ideología no hay teatro”

El actor explica por qué abordó el tema de los desaparecidos intentando un punto de vista diferente para un tema que “nos lastima”.

› Por Hilda Cabrera

Cuando el actor Pablo Quaglia entendió que había logrado formarse un criterio propio sobre el oficio teatral, se atrevió con un espectáculo integral (puesto que es también autor y director) sobre un tema que no vivió en carne propia pero que lo conecta con su generación, con situaciones y hechos vividos por otros jóvenes de su edad. Obtuvo material de las organizaciones de derechos humanos y agrupaciones de hijos de desaparecidos, y del ya existente en películas y textos referidos a las víctimas de la dictadura militar. Quiso que su acercamiento fuera el de alguien sensibilizado como persona pero también el de un actor que, como es su caso, se formó con varios maestros, hasta anclar entre 1998 y 2001 en el teatro escuela del actor y director Norman Briski, de quien fue ayudante de dirección en Poroto, obra de Eduardo Pavlovsky, y Rebatibles, del mismo Briski. “Que me echó”, cuenta ahora en diálogo con Página/12, y sin resquemor alguno, revelando, por el contrario, gran admiración por el maestro: “Yo tenía otro criterio sobre el teatro y me había dado cuenta de las diferencias que me separaban de él”, puntualiza.
Dedicado a la música desde los 14 años, primero bajista y después estudiante de guitarra y canto (desde melódico hasta ópera), y de régie en la escuela del Teatro Colón, con el maestro Guillermo Landi, se interesa por el teatro en tanto hecho artístico e ideológico. “Sin ideología no se puede hacer teatro”, dice, y quiere demostrarlo en la pieza que ahora presenta en el teatro El Vitral, de Rodríguez Peña 344, únicamente los viernes a las 21. La obra se denomina Los hijos, y se refiere a aquéllos de “las personas desaparecidas”, precisa. Es el retrato de dos jóvenes, dos personajes que surgen desde lo que Quaglia denomina la dramaturgia del actor. Lo acompaña Bettina Bocchicchio, quien fuera una de las jóvenes intérpretes de Adolesce que no es poco (adolesce por adolescente), obra presentada temporadas atrás en el circuito comercial.
–¿Las diferencias de criterio respecto del teatro son en su caso generacionales?
–En un aspecto sí. La experiencia de un joven es completamente otra, pero si tengo que hablar de un maestro como Briski, no puedo negar que para mí es un contemporáneo. Uno piensa que lo nuevo está en los que tienen entre 25 y 30 años, pero no es así siempre. A diferencia de otros, Norman genera una gran adicción. Uno necesita escucharlo y asimilar lo que cree correcto, pero no estar a su sombra.
–¿Los hijos supone la búsqueda de su identidad como creador?
–Para mí es una obra comprometida e impredecible. En ella intento otro camino posible para una historia que nos lastima. Encontré otra gente que conoce bien el oficio teatral, pero que a la hora de aportar nuevas ideas no coincidía con lo que yo estaba buscando.
–¿Qué sería eso nuevo?
–Cada uno es distinto de otro, pero todos estamos influidos por las mismas cosas. Lo nuevo surge de la forma en que las asimilamos y qué hacemos con ellas: en cómo las recreamos. Sobre el tema de hijos de personas desaparecidas, busqué en todo lo que se había hecho sobre ellos: tanto en teatro y literatura como en cine y video. Trabajé sobre este material desde mis vivencias y desde la técnica de la dramaturgia del actor que aprendí con Norman (Briski).
–En la obra Poroto, dirigida por Briski, y donde usted fue asistente, el protagonista escapaba siempre ¿qué pasa con estos personajes de Los hijos?
–A estos hijos no se les puede aplicar la técnica del escape, y esa es una gran responsabilidad de los que nos acercamos a este problema. Los hijos de desaparecidos no pueden escapar, en el sentido de que no puedencrearse un futuro ajeno a esto que les pasa. Hasta que no superen ese corte generacional del que fueron víctimas no van a poder despegarse.
–¿Lo ve como una carga social?
–En algún sentido sí, porque hay mucha gente que chapea, que habla sobre el tema de desaparecidos y hace discursos sin fundamento. Yo invité a algunos hijos a ver mi obra, y cuando me hicieron la devolución noté una sapiencia diferente. Tienen otro equilibrio: no hablan porque sí. A mí eso me da mucha esperanza, en el sentido de que los pibes puedan ir encontrando opciones y la oportunidad de armarse una vida diferente. Me parece bien que el tema esté en la sociedad, y que se hable y discuta, pero no me gusta cuando lo utilizan para moralizar y juzgar.
–Sobre todo aquellos a los que nunca antes les importó...
–Totalmente, y me estoy refiriendo a los que están adentro y afuera del teatro. Hay que diferenciar entre hacer política y tener una intención artística. El que quiere hacer política que se dedique a la militancia, que es otra cosa. El artista necesita el impulso del pensamiento ideológico, pero no tiene que mezclarlo con la política. No debe juzgar ni moralizar, sino mostrar alternativas estéticas comprometidas con lo humano. Sobre el tema de desaparecidos, está de moda decir esto es bueno o malo, sin que importen demasiado los sentimientos. Mucho de lo que se divulga está tratado desde lo anecdótico.
–¿Cuál fue la razón que lo movió a escribir e interpretar Los hijos?
–Es normal, creo, que me haya sentido muy sensibilizado por esto. Cuando empecé a estudiar teatro, sentí que mi abanico de conocimientos se iba desplegando de manera asombrosa. En esta obra no quiero mostrar anécdotas sino emociones, y decirles a esos hijos, siempre desde mi lugar de actor y de persona, que bajen la mochila, que no la vacíen, porque es fundamental no olvidar, pero que la bajen. Recuerdo que, cuando fui a una de las agrupaciones de hijos me sentí un extraño, a pesar de que me atendieron bien y me ayudaron. En este momento, en que empiezo a recibir en el teatro la devolución de algunos, creo que puedo contribuir por lo menos a eso, a que bajen la mochila sin vaciarla.

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