ESPECTáCULOS
› ENTREVISTA AL BAILARIN ARGENTINO HERMAN CORNEJO
“Hay que disfrutar del arte”
El solista principal del American Ballet Theatre de Nueva York cuenta cómo aprendió a decir con el cuerpo lo que las palabras no expresan.
› Por Patricia Chaina
”No puedo vivir sin comer carne, lo siento en el cuerpo: cuando tengo que bailar, necesito proteínas. No puedo vivir sin jugar al fútbol y a veces me escapo al Central Park con otros bailarines latinos del American Ballet y hacemos un partido. Y como no puedo viajar mucho a mi país agradezco que me llamen para eventos como éste.” A los 21 años, Herman Cornejo es solista principal del American Ballet Theatre, de Nueva York, uno de los puestos más codiciados por los bailarines del mundo entero. Hace cuatro años que forma parte de esa compañía, “la más importante del mundo”, define. “Me fui de la Argentina después de conseguir la Medalla de Oro en Moscú (1997, por su interpretación en variaciones de El Quijote, Cascanueces, y Canaro en París, entre otras, especialmente creadas para él por Ana Stekelman) y me es difícil volver. Por eso, cuando me llamaron de parte de Oscar Aráiz para invitarme a bailar acá, dije que sí sin preguntar ni cuánto cobraba porque para mí bailar en mi país es genial”, detalla. Dentro del Nuevo Programa de Ballet del Teatro Argentino de La Plata y bajo la dirección de Aráiz, Cornejo se presentó anoche y volverá a hacerlo hoy y mañana con: Sueño de una noche de verano, y El espectro de la rosa.
En la Argentina, Cornejo estaba bailando en la compañía de Julio Bocca cuando decidió radicarse y trabajar en Nueva York junto a su hermana, la bailarina Erika Cornejo, su “mejor partner”, como la define. “Sólo que no podría hacer con ella un Romeo y Julieta, una obra que me apasiona, y me encantaría protagonizar, porque la escena del beso habría que cortarla, ¿no?”, sugiere. Cornejo tiene una sonrisa a flor de labios y un acento “latino” al hablar, que devela el perfil de la comunidad hispana con la que convive. Una cuarta parte del ballet es de origen latino, cuenta, pero no registra una mirada discriminatoria dentro ni fuera del estudio. Recién en 2000 volvió al país, invitado por Maximiliano Guerra para bailar en el Ballet del Mercosur. “Hasta este momento, no había vuelto a probar un buen asado”, asegura en la entrevista con Página/12. “Allá me conformo con McDonald’s”, confiesa.
–¿Cuál fue su primera inspiración, o su modelo?
–Para mí fue Vassiliev, porque cuando empecé ballet no tenía idea de lo que estaba haciendo hasta que lo vi aparecer en un escenario. Me quedó eso en la cabeza para siempre. Lo vi en video primero, después tuve la oportunidad de bailar con él en el Teatro Colón. Me impactó, no por la técnica ni por cómo interpretaba la obra, sino porque se paraba en el escenario y lograba una presencia desbordante. Pero mi maestro fue Wassil Tupin y la base que me dio fue todo lo que yo puedo hacer ahora.
–¿Cómo definiría esa formación?
–Que no importa la destreza sino lo que uno pueda expresar con eso, con un salto por ejemplo. Cuando uno crece a veces toma el camino fácil. En esta carrera si uno sale al escenario y no gira o no salta, la gente no aplaude. Es una lástima que se haya perdido el arte. El expresar un rol y hacerle saber a la gente de qué se trata la obra. El girar y saltar, si se tiene la cualidad para poder hacerlo, está bien, pero yo trato de inclinarme a lo teatral. Ahora trabajo en la limpieza y la precisión, buscando armonía y sutileza en los movimientos. Tratando de hacer cada rol diferente, la idea es expresar lo que no se dice con palabras.
–¿Como expresa en silencio?
–Cuando salgo al escenario y bailo, entiendo que estoy hablando con el público. Estoy contándole una historia o, si es algo creado para mí, le cuento lo que siento o lo que quise decir, la idea. Esto es lo más importante en un ballet, y en cualquier bailarín: poder transmitir qué siente, desde el cuerpo. Hoy en mi país quiero transmitir en una hora ymedia de función la posibilidad de disfrutar de la belleza. Pienso que hay que disfrutar del arte, a pesar de todo.
–¿Qué evaluación hace tras haber trabajado con los dos grandes bailarines de la Argentina?
–Trabajar con Julio fue inolvidable: uno aprende viéndolo en un escenario pero también en la vida. Viajamos, recorrimos muchos escenarios, una experiencia extraordinaria. Después conocí a Maxi, y para mí es un honor haber podido trabajar con los dos. Son diferentes, y aprender de ellos va más allá de la técnica y de cómo bailen, pero cada uno se distingue por la madurez. Al ver un ballet completo ves la diferencia, desde cómo interpretarlo a cómo llevar una compañía sobre tus espaldas. Ahí es cuando ves realmente la potencia de cada bailarín. Me gustan los dos. De cada uno saco pequeños detalles.