ESPECTáCULOS
“Una banda de jazz es como un equipo de fútbol”
El músico Adrián Iaies es futbolero, fanático de Charly y de Spinetta y dice tener una “actitud políticamente activa”, al utilizar procedimientos jazzísticos para interpretar el tango.
› Por Fernando D´addario
El pianista argentino Adrián Iaies vive con sus hijos en una casa bonita y cómoda, en un pasaje poco conocido del barrio Presidente Roque Sáenz Peña, en Saavedra. La callecita, además de promover el fastidio de los taxistas y prolongar la búsqueda de los visitantes no avezados, es víctima involuntaria de una costumbre argentina: como el barrio, obrero en su origen, fue construido por el primer gobierno de Perón, debió mutar su nombre una y otra vez en los últimos cincuenta años, en función de las oscilaciones políticas del país. Tanto es así que los vecinos, según la edad o la preferencia partidaria, llaman a la calle de distintas formas. Algo de esta ambigüedad formal debe haberse trasladado a la música de Iaies, o al menos a la visión que, desde afuera, se tiene de su música. Es un notable pianista de jazz, que este año está nominado (por segunda vez en su carrera) a los Premios Grammy Latinos 2002 en el rubro Mejor disco de tango por Tango Relections, su último cd, editado en España y –devaluación mediante– tan difícil de conseguir en la Argentina como un disco de música afgana. Iaies tiene también otros álbumes (como el excelente Las tardecitas de Minton’s, por ejemplo) con repertorio tanguero, detalle que confunde a los etiquetadores. El músico, que no está molesto con la confusión, aclara en la entrevista con Página/12: “Que me hayan nominado en el rubro tango es un error. Yo no hago tango. El repertorio son tangos, pero yo soy un músico de jazz”.
La incertidumbre genérica que puede inferirse de estas idas y vueltas tiene rápida solución: Iaies actuará el próximo sábado en el ND Ateneo (Paraguay 918), al frente de su trío, que integran Fernando Martínez en batería y Arturo Puertas en contrabajo. El show tendrá como artistas invitados a Liliana Herrero y a Pablo Mainetti. Allí estará su música. Hay también un puñado de datos que afinan el perfil del artista: el aplauso del público del Lincoln Center de Nueva York, una carrera sólida en el circuito de festivales europeos de jazz, la realidad inminente de ver en la calle (en las calles de las ciudades de Europa, al menos por ahora) dos nuevos discos (uno de ellos, Round midnight y otros tangos editado por el sello Lola Records, propiedad del cineasta español Fernando Trueba), en los que profundiza su búsqueda de personalidad musical. En otros terrenos, fuera de la exquisitez que se desprende de sus arreglos para canciones como “Chiquilín de Bachín”, “Sur” y “Volver”, entre otros clásicos releídos, aparece también un Iaies poco previsible. Un tipo que se crió en Haedo (lejos, bien lejos de la crema jazzera local), que es fanático (pero fanático en serio) del fútbol, que admira a Spinetta y a Charly García.
–¿Cómo definiría su acercamiento al tango?
–Con una anécdota: cuando vivíamos en Haedo, cada vez que mi viejo se ponía a hacer un asado, ponía en el Winco el disco Troilo for Export. Yo me fastidiaba, no lo quería escuchar más. Pasó el tiempo, y sin que lo hubiera premeditado, treinta años después, me descubro en el living de mi casa escuchando ¿qué cosa?: Troilo for export.
–De chico renegaba del tango. ¿Qué música le gustaba?
–El primer disco que me regalaron fue Let it be, de Los Beatles. Pero también, a los cinco años yo leía música. Mi mamá es pianista clásica. A los 14 años yo estaba estudiando con Manolo Juárez, y me pasaba Jarreth, Bill Evans. En Haedo, el asfalto llegaba hasta la esquina, después era todo potrero. Pero hasta ahí llegaba todo lo que quería escuchar, y escuchaba de todo: Jethro Tull, King Crimson, Genesis, Pescado Rabioso...
–¿Por qué dice que no hace tango sino jazz?
–Lo que define el rótulo, si es que vamos a admitir los rótulos, no es qué sucede en el origen de la música sino la filosofía creativa que la anima. Y en mi caso es el jazz, por el concepto de improvisación. Yo toco a partir de lo que hizo Gardel, del mismo modo que Bill Evans lo hizo con Gershwin. Lo que no tengo que hacer es convertir un tango de Gardel en una caricatura. No swingear con la melodía de “Volver”.
–Se da en estos últimos años que varias agrupaciones y solistas provenientes del jazz, como El Terceto, El Quinteto Urbano e inclusive Luis Salinas, buscan lo que podría llamarse un “sonido argentino”...
–Es difícil analizar esto integralmente, porque todos los casos que mencionás tienen motivaciones distintas. Pero pocas músicas tienen tantos puntos de contacto como el jazz y el tango. Y no te hablo de temática y orígenes, donde podríamos decir que las dos son músicas con raíces negras, que incorporaron elementos de sofisticación europea, las dos son músicas de puertos, que supieron reflejar la opresión y tienen un costado sórdido. Pero también en lo armónico son géneros muy compatibles.
–De todos modos el fenómeno que se da es inverso al de décadas atrás. Antes los músicos más sofisticados del tango y del rock buscaban referencias en el jazz. Ahora parece ser al revés.
–Es que los músicos de jazz de mi generación llegamos tarde. Los del rock, por ejemplo, aprendieron enseguida a expresar un sonido personal. Nosotros, de pendejos, íbamos a los clubes de jazz y escuchábamos standars de tipos que querían sonar igual que los americanos. Desde el punto de vista didáctico, para tocar, estaba fenómeno. Pero fijate que en el rock nacional, al mismo tiempo que Bob Dylan escribía en Estados Unidos sus mejores canciones, acá Almendra sacaba su primer disco.
–¿Por qué pasó eso?
–Puede ser que el rockero, en general, contaba a priori con menos recursos técnicos. Con menos a mano, necesitaba inventar todo.
–¿Puede ser también que en el rock está implícita una actitud que necesita ser sostenida con creaciones propias y no con covers?
–Eso también es cierto. Pero yo insisto en la técnica porque el músico de jazz siempre estuvo muy determinado por el estudio específico del género. Y tardó mucho en producirse un break entre lo didáctico y un verdadero proyecto artístico. El rock, o al menos algunos músicos de rock, tienen un proyecto. Estoy seguro de que le ponés a un americano un disco de Manal y, más allá del idioma, le va a encontrar algo distintivo, algo que no tienen ellos. No conozco a ningún rock star del primer mundo que toque como Charly. Los jazzeros entendimos tarde eso. Crecimos mirando para afuera. Somos hijos de la generación de la plata dulce, y tuvimos al alcance todos los discos de Pat Metheny, Return to Forever, Wheather Report.
–¿Cómo fue el quiebre que lo llevó a expresarse a través del tango?
–Empezó como un juego. Pero yo siempre había buscado, a partir del jazz, una música que me expresara. En los últimos años sentí que me estaba expresando de manera más personal interpretando esos tangos que tocando mis propios temas.
–Antes hablaba del rock. ¿Le gusta?
–Me gustan determinados músicos de rock, pero creo que en muchos casos el género tiene más cáscara que contenido. Mucha prensa, mucho clip, mucha groupie, mucho manager, y poca sustancia. Pero soy absolutamente fan de músicos de rock que, estoy convencido, recién dentro de algunos años, con perspectiva histórica, se valorará el aporte que hicieron a la música de la Argentina. Discos como el primero de Almendra, o Artaud, o Kamikaze, son joyas. Yo tengo dos hijos. Al mayor, Martín, de 12 años, le regalé los discos de Seru Giran. Y le encantaron. El está en otra, con Los Piojos, Attaque 77, y yo le traje los primeros discos de Fito, para que escuche también otras cosas. Ojo, me encanta que escuche Los Piojos. Por lo que captan los chicos de las letras rockeras, me doy cuenta de que yo me estoy perdiendo algo. Y mi hija, Laura, de 8 años, está con Shakira, Bandana...
–¿Tuvo que llevarla a ver a Bandana?
–No, porque no tuve la oportunidad. Pero lo haría sin ningún problema. La música tiene que ser un vehículo para pasar un buen momento. Para ella ese buen momento se da con Bandana.
–¿Es cierto que sus mejores momentos tienen que ver con el fútbol?
–En una época, la música era el hobbie y el fútbol la verdadera pasión. Soy fanático de Estudiantes de La Plata. No soy platense, pero me hizo hincha un tío. Toda la vida fui de jugar y de ir a la cancha.
–Un prejuicioso diría que el fútbol y el jazz son mundos que no se tocan.
–Sin embargo están muy cerca. Tanto el jazz como el fútbol tienen un mix de técnica e improvisación. Una banda de jazz es como un equipo. Puede estar muy atildada, pero tiene que aparecer en algún momento el trompetista que haga la diferencia. En el fútbol es igual.
–¿Y usted en el fútbol es de los que suman para el equipo o de los que marcan la diferencia?
–(Risas) No... yo soy de los buenos. El fútbol para mí es una pasión en serio. Durante quince años me junté todos los jueves con los mismos amigos para jugar al fútbol. Llegué a decir que no a la programación de conciertos para no perderme los partidos de los jueves.
–Para un futbolero esa es la reacción correcta. El jazzero, en general, ¿es un bicho raro?
–Un músico es un bicho raro, como lo es cualquier tipo que deja la vida en algo. Y particularmente los tipos que hacemos y consumimos jazz somos bichos raros, no sé por qué la estética del jazz magnetiza a un tipo especial de personajes. Y ojo que yo no tuve formación jazzística, sino que estudié escuchando discos. Pero el argentino amante del jazz es muy especial, lo reconocen inclusive los músicos extranjeros, que vienen y se sorprenden por lo culto y lo exigente que es el público de acá.
–El jazz siempre pareció estar como al margen de la realidad. ¿Usted la ve como una música despolitizada?
–No, en absoluto. El jazz siempre reflejó el estado de las cosas. Hoy hay un jazz oficial, absorbido por el establishment, pero hay otra corriente que busca nuevos caminos, y que no es nada complaciente. En la Argentina, tocar jazz también es político, desde el momento en que opera sobre lo que nos pasa. Si tocás copiando lo que hacen los americanos no estás hablando de nuestra realidad y es una postura despolitizada. Pero hay otra manera de tocar jazz. Una actitud políticamente activa es utilizar procedimientos jazzísticos desde una música que nos representa. Es meter los pies en la zanja, sin necesidad de ningún panfleto.