Jue 17.01.2002

ESPECTáCULOS  › “GITANO, QUIERO SER LIBRE”, DE TONY GATLIF

La tragedia de los gitanos

El film francoespañol se apoya en la obra de artistas como Tomatito o La Caita para una historia previsiblemente dura. Antonio Canales se luce al frente de un elenco no profesional.

› Por Martín Pérez

“No les tengo miedo”, grita Caco sobre la cubierta del barco que hace las veces de restaurant flotante. Condenado por la tragedia y escapándole a la vida con un tren de fiesta tras fiesta, Caco quedó como jefe de su familia, enfrentada por una ineludible cuenta de sangre a la familia de quienes ocupan otra mesa en el mismo restaurant. “No les tengo miedo”, les grita Caco, y el jefe de la otra familia murmura: “A Dios es a quien le tienes miedo”. “No le tengo miedo a nadie, ni siquiera a Dios”, reacciona Caco, fuera de sí, al tiempo que se clava un cuchillo una y otra vez en su brazo izquierdo.
Asumiendo sin tapujos el aire trágico de la música flamenca para su película, el director gitano Tony Gatlif ha moldeado la historia de Vengo –tal el título original de Gitano, quiero ser libre, un título poco feliz– alrededor de una anécdota sencilla. Alguien muere, el responsable de esa muerte huye, y quienes quedan detrás tienen para con él, así como para con sus enemigos, una deuda que tarde o temprano deberá ser pagada. No por sencilla, la anécdota estructural de Vengo queda expuesta de buenas a primeras en el film, sino que se irá develando con el correr del metraje. Acompañadas por las canciones interpretadas por músicos como Tomatito o La Caita, verdaderas leyendas del flamenco, cuya música no es sólo espectáculo agregado ni siquiera banda de sonido, sino que es la verdadera esencia del film. En el centro de Vengo, además de la música –que es presentada de manera generosa y jamás tangencial–, está Caco, interpretado por el bailador flamenco Antonio Canales, que no baila ni una sola vez en el film. Porque, encarnando el peso de la tristeza de Caco, Canales no puede bailar. Como explicó el mismo Gatlif en un reportaje para el New York Times, los gitanos son un pueblo que desprecia la memoria. Y cuando alguien muere, no se lo puede nombrar. De esta manera, cuando Caco es presentado apenas comienza el film al lado de la tumba de su hija, queda claro que es un hombre condenado. Por él mismo, y por su tristeza. Una tristeza inexplicable, que no puede ser narrada por ninguna historia, sino por la música.
Abrazando el cliché mafioso sin ningún reparo, y casi sin escenografía que lo recubra, Vengo es un film lleno de horizontes abiertos y autos lujosos. Lleno de casas blancas y ancianas vestidas de negro al sol, así como de mujeres de generosos escotes en la noche y hombres solitarios pero acompañados. Caco sufre desde el primer fotograma de Vengo por la muerte de su hija, y se enfurece por la amenaza que pende sobre el destino del hijo de su hermano, que al huir quedó a su cuidado. Su sobrino Diego, un encantador fanático de la música con cierto retraso mental, pasará a ser su única preocupación en un cerco que se irá cerrando cada vez más alrededor de ambos.
En una interpretación conmovedora, Antonio Canales encarna la tristeza de su música y de su raza sin recurrir a la danza, su especialidad. Y así también es que su interpretación le escapa al género en el que se enmarca sin prejuicios un esbozo de guión pergeñado por Gatlif junto a David Trueba. Porque esa desprejuiciada sencillez para construir la historia deja en claro que no es eso lo que importa en Vengo. Lo que importa es Canales, o los demás intérpretes, todos ellos gitanos antes que actores, una costumbre en el cine de Gatlif, un cineasta que se hizo conocido gracias a un fantástico documental llamado Latcho Drom (1993) y del que sólo se ha estrenado comercialmente en la argentina el emocionante film El extranjero loco (1997), una fábula de pasión por la música gitana de Europa del Este, que a la vez es un contundente alegato en contra del consumo burgués de esa música. A pesar de estar lejos de la calidad de estos dos antecedentes, los arrabales de Vengo –cuyo mundo nocturno y transgresor está más cerca de la imagen prejuiciosa hacia los gitanos antes que del retrato políticamente correcto– son una fábula digna de ser habitada por el triste y mágico duende del flamenco más puro.

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