ESPECTáCULOS
“Aún no exorcizamos los fantasmas de la dictadura”
El periodista y dramaturgo argentino Mario Diament, que estrenará el próximo viernes la obra “Esquirlas”, cuenta por qué su mirada de los años de plomo es “políticamente incorrecta”.
› Por Silvina Friera
”Somos una generación jodida. Nos hicieron explotar como una bomba y salimos disparados en cualquier dirección, como esquirlas. Somos fragmentos de vida... Seres incompletos, amputados.” Esta reflexión, teñida por el dramatismo de quien padeció las torturas y humillaciones más escalofriantes durante la dictadura militar, pertenece a uno de los personajes de Esquirlas, la última obra del periodista y dramaturgo argentino Mario Diament, que se estrenará el próximo viernes a las 21.30 en el Teatro del Pueblo (Roque Sáenz Peña 943). La pieza, dirigida por Víctor Mayol, cuenta con las actuaciones de Alejandra Darín, Edgardo Nieva, Tony Lestingi, Mario Alarcón e Isaac Haimovici. La acción se inicia cuando el periodista David Rabinovich regresa de Israel a Buenos Aires para el entierro de su padre, un viejo actor de teatro judío, sobreviviente del Holocausto. Cuando visita a sus dos viejos amigos, Hugo, un reconocido cineasta, y Claudia, abogada de derechos humanos, la evocación del pasado remueve las heridas porque afloran los reproches mutuos sobre las responsabilidades que cada uno tuvo en los años ‘70.
“Me interesa entender lo que nos pasó a los que formalmente hemos sido víctimas, y cómo vivimos con esas culpas. Si uno explora en las conciencias de cada argentino, nadie está exento de algún grado de culpabilidad, hasta por el hecho de no querer enterarse. El problema es que la gente no sólo trató de olvidar sino que menoscabó todo lo que sucedió porque le resultaba muy difícil de digerir, pero además porque no lo quería digerir”, señala Diament en la entrevista con Página/12.
Radicado en Miami hace diez años, Diament fue jefe de redacción del diario La Opinión (renunció cuando fue intervenido por los militares), trabajó dos años en Clarín y en 1979 fue corresponsal de la Editorial Abril en Medio Oriente. Un año después lo enviaron a Nueva York, donde permaneció durante siete años. Regresó al país por la revista El Expreso, un proyecto que sólo duró seis meses. Cuando se cerró la revista volvió a Estados Unidos para trabajar en el Miami Herald. Diament escribió piezas como Crónica de un secuestro, El invitado, Interviú (nominada para los premios ACE y Gregorio de Laferrere), Equinoccio (premiada por Argentores) y El libro de Ruth, que fue estrenada en abril de 2000 en Estados Unidos, premiada en el festival Streisand de San Diego y actualmente permanece en escena en Bucarest (Rumania). Hasta la escritura de Esquirlas, que se estrenó en marzo en Miami y que el cineasta argentino Eduardo Montes Bradley quiere filmar, el dramaturgo y periodista no se había animado a encarar el tema de la dictadura. “En Equinoccio, estrenada en el teatro Payró y también dirigida por Víctor Mayol, abordé la dictadura de lo cotidiano, desde un teatro más del absurdo, que era la manera en que me vinculaba con lo teatral en esa época, pero nunca hice una exploración tan directa del tema como en esta pieza”, confiesa Diament, profesor de la Escuela de Periodismo de la Universidad Internacional de la Florida y columnista del diario La Nación. Influido política y moralmente por Arthur Miller, Diament considera que su teatro se aproxima al de Harold Pinter. “Uno asimila un poco de todos hasta que encuentra su propia voz. La constante en todas mis obras es la relación con la mentira, con las máscaras, con el ser lo que no somos –explica–. Desde cómo aprendemos la historia hasta cómo evaluamos nuestra propia condición, siempre ha habido un elemento de ficción y de mentira.”
–Los personajes tienen viejas culpas como adormecidas. Incluso Claudia, la más vulnerable porque fue torturada y dio nombres de personas que están desaparecidas... ¿El planteo es riesgoso?
–Por supuesto, no soy políticamente correcto ni me interesa serlo. Como generación, no estábamos preparados para enfrentar lo que sucedió. La decisión de un padre de cerrarle la puerta a su hijo que necesita refugio,porque eso pone en peligro a todo el núcleo familiar, es algo que nadie aprende. Eso es lo que nos planteó la dictadura y si mi generación no siente culpas es por la inconsciencia.
–¿Por qué incorporó a la obra la cuestión judía, a través del padre del periodista, un actor que hace teatro en ídish?
–En la Argentina somos todos, de una manera u otra, hijos de inmigrantes, hijos de culturas diferentes. Si bien por alguna extraña razón tratamos de hacer tábula rasa con nuestros orígenes me parece que uno pierde riquezas si no parte de sus propios ancestros. Pero por encima de todo, en ese arco que va del Holocausto a la dictadura militar argentina quedó atrapada mi generación. No son experiencias similares, ni las maquinarias puestas en movimiento son comparables. Sin embargo, en ambos propósitos hubo una idea demencial de exterminar en un caso a un pueblo, en otro a una generación.
–En el texto se dice que no pueden desaparecer 30.000 personas sin complicidades u omisiones de la sociedad. ¿Cuesta revisar este aspecto?
–Como ha quedado demostrado muchas veces en la historia, ningún golpe militar prospera si no tiene apoyo de la sociedad civil. Me encontré con gente extraordinariamente informada que sigue insistiendo que no sabía lo que sucedía hasta que terminó la dictadura militar. Me parece más grave lo que sucedió después. En determinado momento los familiares de los desaparecidos se convirtieron en “leprosos”, porque la sociedad se cansó de remover estas heridas como si uno pudiera olvidarse de que está enfermo, que tiene cáncer o una enfermedad mental y que por algún lugar va a aflorar. Mucho de lo que nos pasa como sociedad empieza por el olvido en el que sumergimos esa historia. La Iglesia hizo una tibia disculpa, los militares también, sin embargo la sociedad civil no hizo ninguna disculpa. La sociedad argentina no exorcizó todavía los fantasmas de esa época.
–Uno de los personajes, un cineasta que filmó una película sobre el Mundial 78, parece remitir a Sergio Renán. ¿Los personajes están inspirados en personas que conoció o son producto de su imaginación?
–Muchos me han planteado la relación con Renán. El episodio de la filmación de la película está inspirado en Sergio, pero las causas y las razones que lo llevan al personaje a hacer esa película son diferentes. Los personajes tienen retazos de gente que conocí, incluso hay aspectos de mí mismo en cada uno de ellos. El episodio que Claudia cuenta, el momento de su mayor vergüenza, es una historia que escuché y que entiendo. Jacobo, el padre del periodista, dice que uno puede sobreponerse al dolor pero que es muy difícil superar la humillación total. Eso es lo que nos hicieron como sociedad, entre otras cosas porque lo permitimos. Al desalojar espacios, éstos los va ocupando el enemigo hasta que ya no queda más que el abismo. El miedo te permite entender algunos aspectos pero hay otras partes de nuestra historia reciente que para mí siguen siendo misteriosas.
–¿Cuáles?
–La ambigüedad del torturador. Cómo entender a un tipo que a la mañana torturaba y a la tarde tomaba mate con su mujer. Necesitás hacer un ejercicio de extrema sofisticación para dilucidar qué hace ese torturador cuando se peina a la mañana, cómo se ve frente al espejo. No eran locos que andaban sueltos, no son entelequias, son personas que hoy caminan por la calle, tienen familia, hijos, nietos.
–En esos años, ¿sintió que su vida corría peligro?
–Sí. La máquina de mi desaparición se detuvo por una de esas cuestiones escalofriantes y fortuitas. Cuando volví de cubrir la guerra de Yom Kippur para La Opinión, un periodista de apellido Silva, que cubría Fuerzas Armadas, me dijo que el comandante del Primer Cuerpo quería que yo diera una charla para coroneles sobre lo que había visto en esa guerra. Después que di la charla, el comandante, del que no recuerdo su apellido, me dio la mano y me dijo: “Considérese un amigo del Primer Cuerpo”. Mucho tiempodespués me encuentro con Silva, ya en democracia, y me cuenta que el comandante me vio en una lista y me tachó. Clarín realizó una investigación sobre las personas que estaban en las listas negras de la dictadura y ahí está mi nombre.