“Nueva ola” es la fórmula que viene a la boca ante Sábado, opera prima de Juan Villegas, que, dos años después de su realización, se estrena finalmente mañana. Nueva ola, por varias razones. En primer lugar, con Sábado ocurre lo que pasó, allá por fines de los ‘50, con las primeras películas de Truffaut, Godard, Chabrol y otros integrantes de la nouvelle vague: un crítico de cine debuta como realizador. El hecho tiene pocos antecedentes en la historia del cine argentino, y sirve de paso para refrendar paralelismos entre Cahiers du Cinéma, la legendaria revista francesa donde militaban los fundadores de la nouvelle vague, y El Amante, su similar argentina, donde Villegas (30 años) trabaja de crítico. Los cruces, repeticiones y coincidencias entre circunstancias y personajes están a la orden del día en Sábado, que Villegas filmó y montó en calles de Buenos Aires, con un grupo de tres actores y tres actrices, entre octubre del 2000 y enero del 2001. Entre la tarde de un sábado y la mañana siguiente, esas tres parejas formarán un juego de triángulos de lados variables, cuya permanente inestabilidad está dictada un poco por la casualidad y otro poco por sus ganas. Uno de esos personajes es Gastón Pauls, haciendo de sí mismo.
–¿Cómo se le ocurrió llamarlo a Pauls para hacer de sí mismo?
–Fue algo más intuitivo que razonado. Por alguna razón que no tengo muy clara, siempre me interesó la vida de los famosos, esa coexistencia entre persona y personaje, esa disociación entre lo público y lo íntimo. Eso me llevó a la idea de ponerlo. Me parecía que meter a un personaje al que la fama le trae tantos conflictos como ventajas podía resultar divertido, y al mismo tiempo es bastante dramático.
–Usted estudió cine en la Universidad del Cine y escribe en la revista El Amante. ¿Qué cosas aprendió allí que lo hayan ayudado en la realización?
–En la FUC aprendí los rudimentos del oficio y a la vez empecé a ver cine intensivamente, un poco por gusto y otro poco para rellenar “baches”. A la revista El Amante me acerqué primero como lector, desde los primeros números, y en el ‘98 pude empezar a escribir, después de haber ganado un concurso de críticas que esa publicación había organizado entre sus lectores. En ambos lugares encontré la posibilidad de asomarme a la historia del cine. En cuanto a posibles influencias, creo que hay bastante de comedia americana clásica y también del cine de Eric Rohmer y Peter Bogdanovich.
–En Sábado puede percibirse también un aire que remite a las películas del argentino Martín Rejtman, sobre todo Silvia Prieto.
–Sin duda hay cosas en común. Una es el cuidado en los diálogos, no sólo en la manera en que suenan, se desvían y se alternan sino en lo que hace a sus ritmos y musicalidad. Como los de Rejtman, mis personajes hablan sobre todo para tapar lo que les pasa, así como tal vez asome cierto sinsentido en el modo en que se relacionan. En mi film hay una cuota mayor de tristeza y melancolía, siempre más subterránea que expuesta. Pero lo que nunca quise hacer es un culto de la abulia: el desgano de los personajes de Sábado puede tener su costado divertido, pero la manera en que dan vueltas puede llegar a ser enervante, y ése es un efecto que busqué producir en el espectador.
–En Sábado, la ligereza de tono no disimula la soledad de los personajes, su falta de compromiso consigo mismos y con los demás.
–Eso es lo que me interesaba, porque así suelen ser las películas que me gustan. Lo que no me interesa es alternar escenas dramáticas con otras cómicas, que funcionen a modo de “descanso”. De hecho no me gusta nada, como espectador, cuando percibo esta fórmula, como puede ocurrir en El hijo de la novia, para poner un ejemplo reciente. Yo lo que quería era que ambos tonos aparecieran fusionados.