ESPECTáCULOS
La “revolución” de América, una postal de un país de desocupados
El canal amplió a los sábados su grilla de lunes a viernes, partiendo de la realidad de que para millones todos los días son parecidos.
› Por Julián Gorodischer
Allí donde ha muerto el sábado, la tele anuncia una “revolución” que no es productiva sino todo lo contrario, y cuestiona la vigencia del espectáculo: ¿para qué?, ¿para quién? En su reemplazo, lo que aparece es un acompañante, que no es terapéutico pero se le parece, listo para hablar, todo el tiempo, a toda hora, con volumen fuerte y acusatorio, desde el doctor D’Alessandro en “La Corte” hasta Jorge Rial o Mauro Viale, como para que el ruido ahuyente los fantasmas del tiempo libre, desocupado, a la una de la tarde o a la noche, el lunes, el martes, el jueves... y también el sábado. A tono con la Argentina del 2002, la nueva programación de América anuncia “un cambio total de las reglas del juego”, y el slogan no parece tan errado: repone los programas de la semana hábil también el sábado, disuelve la estructura moderna de organización del tiempo, un mismo vacío que habrá que llenar con muchos panelistas opinando.
Existió alguna vez una semana dividida en horas libres y ocupadas, y el sábado decretaba una frontera. En la Argentina todavía había trabajo y la tele pensaba en un espectador liberado de su faena, listo para el show, el continuado de cine o el gran banquete. No hay que ir muy lejos para comprobarlo: en el 2001, el sábado propuso una gran cena (“Sábado Bus”, por Canal 13) o un show con intriga y fuegos de artificio (“Gran Hermano”, por Telefé). La TV acompañaba las necesidades del sábado: “Pensar en otra cosa”.
“Sábado Bus” y “Gran Hermano”, secuelas tardías de la Argentina menemista, imaginaron un primer mundo, permitido el lujo de la gran cena, el manjar y las chicas lindas con poca ropa. Todavía el famoso, de vez en cuando el político, tenía en el programa de Nicolás Repetto un aura de respetabilidad, todavía la tele ligaba el sábado a la salida a comer afuera, al día de la cena con amigos en el living o en el estudio de TV. La tele del 2001 creía en la emoción del show, en el espectáculo, y por eso “Gran Hermano” se preocupó por mostrarlo todo grande, enfático, listo para concentrar la atención y la intriga en temas alejados de la actualidad urgente. Todavía la TV proponía pagar tres pesos por un llamado telefónico y se aceptaban los vestidos de gala para Soledad Silveyra.
La tele habla del país: en el 2002, la revolución de América terminó con el fin de semana. Mauro Viale, Jorge Rial, Guillermo Andino, Moria Casán, se suceden a lo largo de la tarde y diseñan un nuevo modelo de espectador; es una TV para el desempleado. A cambio, la tele premoderna da trabajo a unos pocos elegidos, dice Rial en “Intrusos”, como para que nadie chiste por trabajar un día más. Rial dice que “ésta es la revolución del trabajo”: más trabajo dentro de la tele (sobreocupación en una de las pocas instituciones perdurables aún en la Argentina en bancarrota), pero anulación del trabajo del otro lado. América imagina una casa con la tele prendida todo el día.
En el medio, la “revolución” necesita algo de emoción, como para que el continuado de panelistas no decepcione, como para que esa gran marea de imágenes y sonidos, de lunes a sábado, del mediodía hasta la noche, sorprenda al desempleado que, a esta altura, podría llegar a confundirlo todo: ¿martes o sábado?, ¿media tarde o madrugada? Entonces, el duelo ayuda a mantener la concentración. Será en “Intrusos” o en “Indomables” entre Malenna Candelmo y su madre, entre dos vedettes o, la más reciente, entre Jorge Guinzburg y una participante de “El legado”, o, como puesta en extremo del recurso, entre “personas comunes” al borde de un ataque de nervios en “Entre Moria y vos” o “La Corte”. Los dos, el programa de Moria y el de Mauricio D’Alessandro, son tal vez los comentaristas de la revolución de América, espacios en los que la tele ironiza o reflexiona sobre sí misma y su nuevo encuadre, sondea en las variaciones más extravagantes del conflicto íntimo, y entonces queda reflejado lo que sepresumía: el trabajo terminó, lo que permanece es una nueva organización de la semana en la cual lo único que parece importar a mucha gente es la vida privada.