ESPECTáCULOS
› A VEINTICINCO AÑOS DE SU IRRUPCION, LOS SEX PISTOLS SALEN DE GIRA POR ESTADOS UNIDOS
Los veteranos que querían volver a vivir a mil
El grupo encabezará el 14 de septiembre en California el festival Inland Invasion, que los mezclará con grupos de ventas millonarias, como The Offspring y Blink 182. Ha pasado tiempo desde que los Pistols eran sinónimo de rebelión. Ahora los auspicia Levi’s.
Por Diego Manrique*
En el mundo del rock, también la historia se repite. Pero de tal modo que aquélla que la primera vez fue tragedia, se convierte en comedia, cuando no en campaña de saqueo sistemático. El negocio del rock consiste en buena parte en una exhaustiva explotación económica de acontecimientos o discos de leyenda. Los Sex Pistols son uno de los mayores ejemplos posibles de esta relación de conveniencia entre desiguales. En su vida de polémico cuarteto, sólo se editó un LP. Ahora, el mercado cuenta con docenas de CDs donde se comercializan y repiten maquetas, conciertos y hasta entrevistas que una vez fueron grandes escándalos. Vistas las dimensiones de esa industria, urge recordar que la existencia del grupo original fue una via crucis. Marcados como la vergüenza nacional, se vieron prácticamente imposibilitados de tocar en el Reino Unido, con ayuntamientos que organizaban reuniones de emergencia para vetarlos, grupos cristianos que se manifestaban ante sus conciertos y críticos serios que los despreciaban.
En 1977, su “God Save the Queen”, visceral agresión verbal contra Isabel II que coincidía con su jubileo de plata, fue recibido como una declaración de guerra. El tema, prohibido por el gobierno, ni siquiera se mencionaba en los rankings, donde aparecía un espacio en blanco en el lugar que les correspondía. Y el pueblo inglés, haciendo honor a su tradición belicosa, se tomó la justicia por su mano: tanto el cantante Johnny Rotten como el baterista Paul Cook, al igual que otros asociados con el grupo, fueron atacados en varias ocasiones con palos, navajas y cuchillas de afeitar. Sin embargo, aquellos cuatro jóvenes tóxicos y revoltosos estaban dando vuelta la historia del rock, acabando de prepo con los años de apogeo del rock sinfónico y sus gestos de abundancia.
Aun peor que semejante linchamiento fue su gira por Estados Unidos, cuando el maquiavélico representante del grupo, Malcolm McLaren, los envió al Sur profundo, con la esperanza de que su encuentro con vaqueros y patriotas violentos generara sangre y publicidad barata. La absurda experiencia fue tal pesadilla que el cuarteto se rompió tras su concierto final, en San Francisco. Sid Vicious, el carismático bajista y kamikaze vocacional, decidió quedarse en Nueva York, donde inició un acelerado viaje a los infiernos que terminaría con su muerte por sobredosis, tras -probablemente– haber matado a su novia, Nancy Spungen.
Aquí sí que la tragedia tuvo un final de comedia negra: la heroína que acabó con su vida fue comprada por su propia madre (“si mi pobre Sid salía a la calle, iba a terminar arrestado”, dijo después). La madre era una dama bohemia que luego se paseaba con las cenizas de Sid en una caja de zapatos, hasta que una noche se despistó y terminaron mezcladas con el aserrín del suelo de un pub londinense. Así, el primer asalto del punk rock londinense a Estados Unidos se saldó con un desastre humano y un fracaso comercial: el disco Never Mind the Bollocks - Here’s the Sex Pistols no subió más arriba del número 106 en la lista de ventas de Billboard. Y sin embargo...
Sin embargo, los Sex Pistols y todo lo que ellos representaban han terminado triunfando a lo grande en Estados Unidos. El próximo 14 de septiembre, los Pistols encabezarán Inland Invasion, un festival multitudinario que se celebra en los alrededores de San Bernardino (California). Se trata de un cartel inteligente, donde se juntan los pioneros ingleses –también tocan los Damned y los Buzzcocks– con sus discípulos norteamericanos. Entre ellos, grupos millonarios, como The Offspring y Blink 182. Inland Invasion no es ciertamente un evento subversivo: tiene todas las bendiciones oficiales y una generosa subvención de Levi’s.
El éxito tardío del punk rock en Estados Unidos viene a recordar cuán frágiles son las habituales explicaciones socio-políticas de aquellamúsica. Rotten y compañía eran, se supone, la reacción ante el empobrecimiento del Reino Unido en los años ‘70, las odiosas barreras clasistas, la sensación de hallarse ante un callejón sin salida en términos vitales, un descontento nacional que desembocaría en la ascensión de Margaret Thatcher. No obstante, el punk rock prendió primero en la próspera California, entre hijos de familias sin urgencias económicas. Resulta evidente que la agresividad general, la rabia interna, la estridencia sonora, corresponden a necesidades personales de desahogo y provocación, no necesariamente conectadas con carencias sociales. De hecho, los primeros punks estadounidenses optaron por manifestar su antagonismo frente a la disco music dominante, una pose que apenas escondía creencias racistas u homófobas.
Pero Estados Unidos es demasiado grande y su industria del entretenimiento está muy compartimentada: la introducción del punk rock fue necesariamente lenta y clandestina. Los pioneros neoyorquinos, encabezados por los Ramones, no llegaron a salir del underground o se autodestruyeron, al estilo del descerebrado Sid Vicious. Pasaron quince años antes de que las actitudes punk salieran a la superficie, como ingrediente esencial del movimiento grunge. Para entonces, el punk rock había pasado en el Reino Unido a ser otra secta más, sepultada por mil modas posteriores, reducida a los márgenes de la industria discográfica (como ocurrió en casi todos los países). Lo curioso es que los estadounidenses no se contaminaron del cinismo de sus maestros británicos. En realidad desarrollaron los planteamientos implícitos en el primer punk rock y crearon sus redes de fanzines, locales, discográficas. Eso explica la vitalidad de movimientos como straight edge, con Fugazi y otros grupos refractarios a la industria discográfica y definidos por su militancia antimachista o el vegetarianismo.
Esas muestras de rigor ideológico sólo despiertan la lengua venenosa de Rotten, ahora convertido en un cascarrabias con una envidiable capacidad para taparle la boca a cualquiera que señale sus contradicciones. Igual que a los puristas, Rotten detesta a la rama más comercial del punk rock estadounidense, tipo Green Day, donde abundan los músicos cuya autoestima se define por los centímetros de piel tatuada y el número de actrices porno en su agenda de contactos.
Intacta su habilidad para llevar la contra, el diabólico Anticristo de 1977 ni siquiera muestra ahora antipatía ante la –antaño– despreciada Familia Real, que, asegura, está haciendo un buen trabajo. Ni rastro de las provocaciones de la anterior reunión, en 1996, cuando los Pistols se ofrecieron a tocar en un concierto cuyos beneficios irían a la princesa Diana, en el caso de que la Reina no llegara a un acuerdo financiero satisfactorio tras su ruptura con el Príncipe de Gales.
Los Sex Pistols del 2002 rechazaron participar en cualquier concierto que pudiera interpretarse como un apoyo a la causa republicana. A pesar de que un observador suspicaz podría creer que el programa de festejos con que Isabel II conmemoró su medio siglo en el trono estaba diseñado para responder a las ofensas de los Pistols en aquel lejano 1977, a Buckingham acudieron, entre otros, Brian May, Paul McCartney, Elton John, Eric Clapton y Phil Collins. Rotten dijo que éstas son “estrellas serviles”, el tipo de dinosaurios del rock que los primeros punks querían desahuciar.
* De El País de Madrid, especial para Página/12.
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