ESPECTáCULOS
Cuatro argentinos a bordo de una legendaria locomotora uruguaya
Federico Luppi, Héctor Alterio, Pepe Soriano y Gastón Pauls tripulan un film hecho del otro lado del río, para el consumo internacional.
› Por Horacio Bernades
Coproducida entre España, Argentina y Uruguay con el aval del Sundance Institute de Robert Redford, Corazón de fuego es un producto de marketing internacional que, sin embargo, aspira a pasar por cine “de denuncia”. Dirigida por el uruguayo Diego Arsuaga (cuya anterior Otario, de 1997, fue un atendible ejercicio de film noir) y producida por Telefé, Patagonik y la empresa del español Gerardo Herrero, el guión se escribió en forma trinacional y en los roles principales aparecen los tres actores argentinos más reconocidos en la Madre Patria (Héctor Alterio, Federico Luppi y Pepe Soriano) junto a Gastón Pauls, de fuerte proyección allí.
Elevando la nostalgia al grado de forma de resistencia, la anécdota gira alrededor de un peculiar operativo de secuestro: el de una vieja locomotora, que un yuppie desalmado (Gastón Pauls) quiere vender a Hollywood. Apodada “La 33”, la máquina es una reliquia nacional uruguaya de existencia real, que según la ficción, la Asociación de Amigos del Riel decide birlar al odioso vendepatria que la posee. Tres veteranos serán los encargados del operativo. Se trata del Profesor (Alterio), representante del intelectual progresista, el maquinista Pepe (Luppi), encarnación del hombre de acción, y El Secretario (Soriano), un burócrata que, por ser sordo y tener una larga pica con Pepe, funciona como “descanso cómico” de la película. A ellos se les agregará un botija, algo así como un nieto adoptivo de Luppi, y todos juntos se subirán a “La 33”, huyendo de la ley con rumbo a ninguna parte. Obviamente nadie disparará un tiro, porque los buenos no tiran y la policía no es tan boba como para poner en peligro la vida de tres viejitos y un gurí. Aunque es obvio que la patriada está destinada a fracasar, tal vez a último momento se genere alguna forma de adhesión popular que haga pasar un mal rato a las autoridades.
Todo huele a fórmula en Corazón de fuego, desde la impoluta nobleza de la causa hasta el propio hecho de que los héroes sean tres viejitos algo anarcos, pero tan simpáticos e inofensivos como podían ser los de Cocoon. Fotografiado por el ducho Hans Burmann, el campo uruguayo luce casi como de western, con esos tonos terrosos y esos cielos llenos de nubes. Pero un western decorativo. En consonancia con la oferta de ese redituable artículo llamado nostalgia, en la banda de sonido se oyen milongas y valsecitos, a veces hasta la extenuación. Sin embargo, el mayor problema de Corazón de fuego es de orden estrictamente narrativo: a partir del momento en que los héroes abordan la máquina, lo único que ocurre es que los tres van a bordo de ella, festejando la audacia y haciéndose bromas. A los guionistas parece habérseles olvidado que para que el viaje tenga algún interés dramático estarían faltando incidentes y tensión, además de unos personajes algo menos enteléquicos. Desde La general hasta Escape en tren, pasando por La bestia humana y La dama desaparece, la historia enseña que con sólo una locomotora y un chofer puede hacerse cine en serio.