Vie 23.08.2002

ESPECTáCULOS  › “BATALLA REAL”, DE KINJI FUKASAKU, CON TAKESHI KITANO

A veces lo que importa es sobrevivir

La primera obra que se conoce en la Argentina del veterano realizador japonés de cine clase “B” tiene la virtud de pensarse como un film fantástico que al tiempo es capaz de reflejar las tensiones de la sociedad real, como si fuera un espejo cruel y deformante

› Por Luciano Monteagudo

En el futuro cercano, Japón puede dejar de ser el país soñado del bienestar social y el milagro económico, para convertirse en una pesadilla. Esa es la premisa de Batalla real, la primera película que se conoce en la Argentina del veterano director japonés Kinji Fukasaku (ver aparte), un cineasta que ha hecho de la violencia su marca de fábrica. Nadie del grupo de estudiantes secundarios que sube al ómnibus pensando que sale de excursión tiene siquiera una idea aproximada de lo que les espera. Como tantos adolescentes, hacen bromas molestas, se empujan, se provocan y se celan, hasta que caen narcotizados por un gas. Para cuando despierten, estarán en una isla desierta, donde aprenderán rápidamente que sólo hay una manera de salir: matando al resto y sobreviviendo a todos los obstáculos. Sólo aquel que esté en condiciones de pasar esta prueba extrema podrá volver a la vida “normal” en la comunidad.
Extraña cruza de El señor de las moscas con “Expedición Robinson”, Battle Royal tiene la virtud de pensarse como un film fantástico, pero capaz de reflejar las tensiones de la sociedad real, como si se tratara de un espejo cruel y deformante. La ley del más fuerte, la supervivencia del más apto, la exclusión como norma aparecen en la película de Fukasaku llevados al último extremo, al punto límite, como si el director hubiera querido trasladar esos juegos que tanto éxito tuvieron en la TV a un estadio en el que pudiera quedar desnuda la naturaleza perversa del sistema. No parece tampoco un dato menor el que sean los adultos –unos adultos militarizados– quienes hayan concebido esta “batalla real” para eliminar a los más jóvenes, como una forma de perpetuarse en el control social.
Lo que hace del film de Fukasaku un objeto extraño, perturbador, que provocó en su país la ira de la censura y hasta un debate parlamentario, es el carácter brutalmente literal de toda la propuesta. La película podrá ser leída como una fábula, como una metáfora, pero sus imágenes son de una materialidad deliberadamente chocante, que no tiene nada que ver con el espectáculo gore del cine norteamericano para adolescentes, por ejemplo, donde todo está tamizado por un humor grueso y muchas veces cínico.
Si aquí hay humor, en cambio, es el humor terriblemente negro que aporta Takeshi Kitano, que asume con la mayor seriedad el rol del profesor que instruye sumariamente a sus alumnos en el difícil arte de la supervivencia. Un video de estilo ligero y vulgar factura publicitaria servirá para que los chicos y chicas recluidos en esa isla (al fin y al cabo, todo Japón también lo es) se enteren que son monitoreados a través de un collar que llevan adosado como si fueran perros y que no podrán quitárselo sin riesgo de que explote, como le sucede a más de uno, que pierde la cabeza. Por lo demás, en este singular viaje de egresados cada alumno recibirá las armas que le toquen en suerte –un hacha, un arco y una flecha o una ametralladora, por caso– y con ellas tendrán que decidir qué hacer y cómo usarlas. Las pulsiones sexuales de la adolescencias tendrán también mucho que ver en esto. No toda la película tiene la misma intensidad del comienzo, ni el rigor con que se plantean las reglas iniciales se mantiene hacia el final del relato, pero aún así Battle Royal se presenta como un film atípico, fuera de norma, que aprovecha ciertos códigos del cine de género (quizás sea el primero de Japón de este tipo que llega a la cartelera de Buenos Aires, acostumbrada al despliegue épico de Kurosawa o a la sofisticación narrativa de Kitano) para confrontar al espectador y dar una visión del mundo alarmante y sombría que, como los mejores ejemplos del cine y la literatura de anticipación, se nutre del más puro tiempo presente.

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