ESPECTáCULOS
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Los valientes finalistas
Sale primero Matías, y no parece sorprendido. “Ser gay me resta”, había dicho, anticipando su lugar como cuarto finalista, acreedor, sin embargo, a 10 mil pesos de premio consuelo. Lo que llega, para agasajarlos por turnos, es el abrazo de Soledad Silveyra de gala, y el video-homenaje de la estadía, como un viaje de egresados, pero en versión carcelaria. A Romina, tercera finalista, la recibe su flamante prometido, Eduardo, y los dos destacan las virtudes de la casa como Cupido: “Nos enamoramos”, exclaman a dúo y acorde a lo que el reality desea: formar parejas. Fijan la fecha del casamiento, reciben los 12 mil para los preparativos y dan pie al subcampeón, “un pibe macanudo”, según dice Solita, que a cada uno le encuentra un rótulo a medida. Mauricio es, también, el engendro africano o el monito. Solita llora mucho cuando él le dedica la victoria a su hermana, porque ella misma perdió hace poco al suyo. Llegan los 15 mil para el “más liero” de los rehenes, y le dan el alta a Viviana, a esta altura desesperada por el encierro a solas, ansiosa por salir cuando Solita le pide que pegue la oreja al televisor. “Me da corriente”, se queja la morocha y, finalmente, se queda muda. “Está shockeada”, decreta una hermana, y ella recorre el estudio de Martínez, extraviada, y vive su momento en silencio, alejada de las reglas del espectáculo. Solita festeja, un poco menos eufórica, con menos pompa y menos fuegos de artificio que en otras ediciones, a tono con la crisis, y el final encuentra al pionero entre los realities con destino incierto, en la era de las academias de cantantes (“Operación Triunfo”, “Escalera a la fama”), con poco margen para una continuación. “Dios quiera que volvamos”, dice Solita, y es lo último que se escucha.
Nota madre
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