ESPECTáCULOS
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Una emperatriz del tango que se llamó a silencio
› Por Julio Nudler
Dos grandes transformaciones ocurrieron en el tango durante los años ‘20 del siglo pasado. Una fue la revolución decareana, realizada por el sexteto de los hermanos Julio y Francisco De Caro, que enriquecieron y transformaron el lenguaje musical del género. La otra, el surgimiento de una manera específica de cantar el tango, un estilo propio cuyo gran precursor fue Carlos Gardel, aunque Rosita Quiroga fue también una adelantada. Así, en los primeros años de esa década el tango cantado fue adquiriendo su definido carácter urbano, despegándose del estilo gauchesco y folclórico. Aun así, el cantante seguía acompañándose de guitarras, de modo que la evolución musical corría por otro carril. Salvo contadas excepciones, el encuentro de cantor y orquesta (por lo general, sextetos) debería esperar hasta fines de la década.
No todas las voces surgidas para la época se sometieron a la influencia gardeliana. Hasta cierto punto Charlo, pero no así Ignacio Corsini ni Agustín Magaldi, éste más marcado por la ópera italiana. La misma diferenciación bifurcó los caminos de las voces femeninas, que irrumpieron con enorme vigor y personalidad. Además de Rosita, al promediar los años ‘20 aparecieron Azucena Maizani, Libertad Lamarque y Mercedes Simone, por mencionar sólo las más importantes y valiosas. En ese grupo hay que incluir también a Ada Falcón, cuyas primeras grabaciones datan de 1925, cuando tenía 19 años de edad.
Con su maciza voz de mezzo, su tensión dramática y su cuidada musicalidad, Ada es una intérprete rotunda, que extrae de cada tema toda la tensión emocional posible, pero sin desviarse del rigor interpretativo más estricto. Tiene un marcado afán de perfección: sus versiones son impecables, cuidadosamente estudiadas. No transmiten espontaneidad, sino propósito. Sus mayores logros los alcanza con los tangos que más convienen a su estilo, como No mientas o Envidia, pero son también magníficas sus versiones de otros, como Ventarrón o Yira, yira. De todos modos, carece de la versatilidad de un Gardel, capaz de ser cómico, lírico, reo o dramático con igual perfección.
“Emperatriz” y “sacerdotisa” del tango fueron los dos apodos con los que se la definió comercialmente. El primero aludía a su estilo imponente, distante, pero también a sus lujos y excentricidades de diva millonaria. El segundo sugería su costado religioso, beato, que devendría místico, no siendo fortuito que un tango suyo se llame Pecado mortal. Ninguno de estos rasgos eran ajenos al tango, que arrastraba una vertiente aristocrática (la cuestión de las clases sociales se plantea en innumerables letras) y, por otro lado, tenía como una necesidad de redención a partir de su origen presuntamente herético, prostibulario según algunos historiadores.
Casi toda la discografía de Ada Falcón liga su trayectoria a la de Francisco Canaro, director eficaz pero musicalmente elemental. Ella y ese extraordinario cantor que fue Charlo compartieron aquel destino, y entre 1929 y 1933 realizaron el grueso de sus grabaciones. Estas fueron luego espaciándose por la primera crisis que sufrió el tango. Es sugestivo que los dos últimos registros de la cantante correspondan a Corazón encadenado y el vals Viviré con tu recuerdo, ambos de Canaro, con quien ella mantuvo una relación extramatrimonial que se truncó. El disco es de 1942. Un mediodía del 28 de diciembre de ese año cantó por última vez a través de Radio Splendid, para luego retirarse abrupta y definitivamente.
Sólo una pequeña fracción de la discografía de Ada ha sido rescatada en CD, aunque también es cierto que su repertorio ha sido muy irregular y no todo merece la pena. Al oído actual puede resultarle algo anacrónico su estilo y hasta su pronunciación, por lo que quizá deba pagar algún derecho de entrada antes de poder apreciar toda su fascinación.
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Una emperatriz del tango que se llamó a silencio
› Por Julio Nudler