Por Luisa Valenzuela

Muy grandes amigos son los libros, y por eso hoy elijo hablar de dos amigas entrañables que me brindó la Feria en distintas ediciones. Tiempos del olor a choripán que ahora añoro. En mi recuerdo aparecen como la mujer de blanco y la mujer de negro. En ese orden. La primera “irrumpió en el recinto”, como habría de titular Clarín al día siguiente. Principios de 1983 y había un comienzo de respiro y estaba a punto de largarse una mesa sobre censura en la que participábamos, entre otros, Osvaldo Soriano, Abel Posse, el escritor chileno Enrique Lafourcade y yo. La mujer de blanco irrumpió, desafiando la guardia, en la sala del primer piso que ya estaba repleta. Y reclamó de viva voz que nos mudáramos porque, dijo, en una vasta sala de abajo el ministro de Educación estaba hablando ante un público mínimo mientras la gente se agolpaba en la tembleque escalera queriendo entrar a escuchar algo sobre aquello que había sido imposible mencionar durante largos y tremendos años. La mujer de blanco resultó ser Monique Altschul, ferviente defensora de los derechos humanos, infatigable luchadora que aquella memorable noche logró su cometido y tras esperas y cabildeos todos bajamos a la gran sala arrastrando al público que le había dado la espalda al ministro.
De la mujer de negro me hice amiga en la feria del ‘98. Hasta entonces yo desconfiaba de las cuentacuentos y fui con cierta desconfianza a ver su espectáculo al que había incorporado un cuento mío. ¿En qué punto confluyen la literatura oral y la escrita?, me preguntaba entonces, y María me lo marcó de la manera más deslumbrante, en un recital sobre tonadilleras y tangueras lleno de ingenio y de gracia. Fue maravilloso, pero ésta es otra historia que tiendo a repetir porque siempre que presento un libro la invito a participar.

* Escritora, autora de El gato eficaz, La travesía y Novela negra con argentinos.