–¿Cómo se distancia el pionero TVR del resto de la televisión paródica?
–Nosotros buscamos los hechos más destacados de la semana, que por algún motivo hayan resonado, pero siempre los mostramos con algún espíritu crítico. Nos moviliza haber estado muchos años del otro lado y saber que, como es tan complicado llenar un espacio, se van a encontrar un montón de cosas con valor de recopilación. En el repaso de un programa de archivo, uno puede ver casi el inconsciente de la TV: furcios, errores, contradicciones que muestran la verdad de cómo somos. Son muy pocos los que pueden ver, seguir, monitorear setenta canales de TV hasta que, en algún lugar, salta la ficha.
–¿Por qué a la TV le gusta tanto reírse de sí misma?
–A mí me parece que la parodia por la parodia misma, sin contenido, me resulta un tanto aburrida. Y, lamentablemente, es la que más abunda en el último tiempo. Creo que este aligeramiento de la parodia tiene que ver con un momento del país: cuando hay una reconstrucción de determinados poderes, el espacio para la crítica baja. Uno trata de sostenerlo con algunos conflictos, pero también bajamos en TVR.
–¿Cuáles son los límites de la autorreferencialidad?
–Mientras haya tanto auge de la TV como medio y existan tantos canales y tantas horas, esto va a durar. Los límites te los pone enfrentarte con determinados poderes, también en el interior de la TV. Uno tiene autonomía, pero existen los llamados de teléfono, los conflictos, y eso va instaurando límites para la próxima.
–¿Quién empezó con el boom del archivo?
–No sé quién es el dueño del género; es difícil saberlo. El archivo y la parodia sobre la TV fueron creciendo, y también hay muchos programas autorreferenciales en el resto del mundo. En definitiva, el iniciador de todo fue el creador de la videocasetera.