Entre los numerosos homenajes que se le rinden a Elvis Presley por el 25º aniversario de su muerte también hay, claro, uno televisivo. La señal de cable MGM programó para hoy un maratón de nueve horas de duración, que comienza a las 10 con un documental sobre los últimos días del Rey y continúa con cuatro de sus películas: Campeón de nacimiento (a las 11), Rubia contra pelirroja (a las 13), Sigue ese sueño (a las 15) y Fuga de su destino (a las 17.30). Sin embargo, ya que el propio Elvis se reía de la calidad de su producción para Hollywood, está claro que lo más jugoso del maratón está al principio, aunque tenga más de crudo testimonio periodístico que de real homenaje.
“Elvis: el capítulo final”, tal como lo indica su título, no centra la mirada en los primeros años jóvenes del cantante, ni tampoco en el momento en que movió la pelvis y “el mundo hizo ¡plop!”, como cantaba Charly García. El relato comienza con su regreso de la guerra de Corea junto a su amigo Joe Esposito, que se convertiría en su “padre, hermano, asistente y enfermero”. El testimonio del road manager es uno de los más importantes con los que cuenta el documental porque, más allá del trabajo, ambos eran casi hermanos. Con dolor evidente a pesar de los años que pasaron, Esposito cuenta cómo intentó revivir a Elvis en un baño de Graceland y lo perdido que se sintió con la muerte de su amigo. La otra voz clave es la de Sheila Ryan, una de las amantes de los años de decadencia de Elvis. Cuando se conocieron, Elvis coleccionaba chicas tanto como armas y diversas pastillas. Lo que diferenciaba a Sheila del resto de las beldades que lo rodeaban era que a ella no le importaba ser una más. Y fue precisamente eso lo que la convirtió en alguien a quien el cantante necesitaba: fue de las pocas que él llevó a su mítico hogar de Memphis, hoy un centro de peregrinación.
Los productores del documental se inmiscuyen en los costados más oscuros de los últimos días de Presley, en la búsqueda de una respuesta al porqué de la muerte del cantante. A veces hacen preguntas que incomodan a sus entrevistados. Ryan, por ejemplo, contesta con cierto disgusto acerca de las cualidades amatorias de Presley. Esposito reconoce que no le gusta hablar sobre los momentos en que debía sacar comida de la boca a su amigo dormido (el peligro era que se atragantara y muriera, incapaz de reaccionar por los barbitúricos que tomaba). El círculo vicioso en el que Elvis había caído con las drogas, la relación con su madre y cómo afectó eso su visión de las mujeres, los aumentos de peso y los cambios de carácter son otros de los espinosos temas que trata el programa.
La figura más controvertida en cualquier biografía de Elvis –y también en este documental– es su manager, el Coronel Parker. Los testimonios de varios de los entrevistados ayudan a completar su imagen de avaro, jugador y manipulador de Presley, un hombre que había sido educado en la lealtad y el honor y que dependía hasta límites insospechables del juicio de su mentor. Parker fue quien descubrió y convirtió en estrella a Elvis, pero muchas de las decisiones que tomó respecto de la carrera del cantante estuvieron basadas exclusivamente en sus intereses. Por eso, por ejemplo, lo hizo tocar montones de veces en casinos de Las Vegas en los que había perdido fortunas. También le negó la oportunidad de desarrollarse como actor serio: las películas sin canciones no le reportaban beneficios al manager, que se llevaba el 50 por ciento de las ganancias de Elvis.
La sensación que transmite el documental, como muchos otros trabajos sobre el fin de Elvis, es que el Coronel podría haber cambiado la historia. ¿Por qué dejó morir a su gallina de los huevos de oro? Tal vez porque sabía que seguiría produciendo, e incluso la necrofilia incrementaría el rendimiento. Por eso, cuando Joe Esposito lo llamó para anunciarle la muerte de Presley, lo que dijo el Coronel Parker fue: “Eso no cambia nada, seguiré teniendo mi cincuenta por ciento”.