LA VENTANA › MEDIOS Y COMUNICACIóN
Luciano Sanguinetti sostiene que en los debates actuales se pretende evitar que cualquiera ingrese en un espacio que consideran privado y de carácter económico.
› Por Luciano Sanguinetti *
Me llegaron comentarios sobre el último artículo (“Saber y enseñar”, publicado el 5 de agosto en este diario). Me puse a pensar qué había en ese texto que causaba estas reacciones. Lo volví a leer. Descubrí que no eran grandes ideas. Ni siquiera puedo decir que sean originales; es decir, comencé a criticarme. Después me pregunté por qué tenemos que ser originales. Lo volví a leer (¡cuidado con la megalomanía!, me dije). Observé en esa tercera lectura que lo interesante del artículo estaba en otra parte, en un aspecto que yo no había considerado demasiado y que mucha otra gente sí; en el fondo el texto reflejaba, más allá del discurso explícito, la sensación que tenemos muchos de que hay una parte del país que sólo habla de lo mal que hacen las cosas los otros, y otro, medio desapercibido, que, por el contrario, trata, no sé, de poner el hombro, incluso más allá de las dificultades o las diferencias.
Lo mío era un mensaje del tipo: “Bueno, che, hagamos algo, tenemos una oportunidad y una necesidad. Los pibes están reclamando, se están matando en los boliches, con el paco, o quizás ni siquiera eso, y se acomodan en alguna vereda con una cervecita, indiferentes, viendo cómo los demás se matan”. El artículo reflejaba ese sentimiento, aunque yo no fuera consciente cuando lo escribí.
Ahora se nos vienen dos o tres debates interesantes: la ley de servicios audiovisuales, la despenalización del consumo privado de ciertas drogas y la ley de educación superior. Y por supuesto, las famosas retenciones. La lista sigue...
Vayamos por lo primero. La tesis básica de un libro fundamental del pensamiento político contemporáneo, me refiero a Historia y crítica de la Opinión Pública, del filósofo alemán Jürgen Habermas, puede ilustrar bien el conflicto que se suscita con relación al debate sobre la nueva ley de radiodifusión. Habermas dice que la “esfera pública burguesa” nacida durante el siglo XVIII, particularmente en Inglaterra, se constituyó en un proceso progresista mediante el cual los ciudadanos comenzaron a desarrollar entre la esfera de la vida privada (y su economía) y el ámbito de la autoridad estatal un nuevo espacio de representación y crítica en el cual se encontraban con sus pares, democrática y políticamente, en el sentido griego, para ejercer un control del Estado sobre la cosa pública, es decir, sobre lo que les era común como integrantes de una sociedad. Habermas observa que este nuevo espacio constituido al calor de la filosofía política iluminista es uno de los momentos fundamentales de las democracias modernas. El problema, observa Habermas, es que este espacio que se articuló necesariamente en los periódicos de la época, como aquellas famosas tribunas de doctrina donde los ciudadanos utilizaban los medios para expresar sus posiciones ideológicas, decayó en los siglos XIX y XX cuando esos mismos periódicos, por el avance del sistema capitalista, se fueron convirtiendo en una industria, es decir, en productores, más que de ideologías y posiciones políticas sobre el bien común, de mercancías. La pregunta que se hace Habermas es cómo ejercer la libre representación de lo público en un espacio que tiene dominio privado cuyo objetivo no es político, sino económico.
Esta es la única explicación desapasionada que encuentro para pensar en el problema que tenemos. Es decir, la mayoría de los grandes oligopolios privados de comunicación no quieren lisa y llanamente que el Estado se inmiscuya en una actividad en la que creen tener derecho como simples productores de mercancías. ¿Acaso no son ellos finalmente responsables de que la ley de la dictadura no se haya modificado hasta ahora? Recordemos si no lo que pasó hace poco cuando nos lavábamos las manos dos veces cada media hora como si nos hubiera agarrado alguna de esas nuevas fobias compulsivas. Teníamos miedo de acercarnos a un desconocido a menos de un metro como si todos fuéramos terroristas. En la farmacia te atendían con barbijo (yo temblaba cuando pedía una aspirina). Y el mate era de pronto una bebida solitaria. La gripe A se parecía mucho a ese fantasma invisible que azota las ciudades en muchas películas recientes de ciencia ficción, tipo “Exterminio” o “Soy leyenda”. ¿Y esto por qué? Básicamente por la acción de los medios de comunicación. ¿Alguien podría imaginar si todo ese esfuerzo comunicacional lo ponemos en luchar contra el consumo de paco?
Lo que habría que recordarles entonces a los propietarios de los medios es que de la misma manera que los Estados contemporáneos no son los mismos del siglo XVIII, donde el poder era ciertamente absoluto, los ciudadanos fuimos ganando derechos, que en principio, en el campo de las comunicaciones, garantizaron para ellos la libertad de expresión, conquista típica del siglo XIX, en el siglo XX para los trabajadores de prensa, los periodistas, los comunicadores, y en el siglo XXI para los informados. Es decir, en este debate hay medios que quieren volver al siglo XIX y nosotros alcanzar el XXI.
* Docente e investigador de la FPyCS-UNLP.
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