LA VENTANA › MEDIOS Y COMUNICACIóN
Daniel Mundo recuerda los modos en que los medios informan (o desinforman) el pacto de lectura que construyen y pide devolverle a la comunicación social su dimensión política.
› Por Daniel Mundo *
Hubo intentos serios por investigar y denunciar la connivencia de los medios de comunicación en los golpes de Estado que puntúan la historia argentina, y en especial en el de la última dictadura. La relación es densa. No basta con culpar ideológicamente al medio o con denunciar sus silencios y sus medias palabras, resguardados por la política de la objetividad informativa, como si la abundante bibliografía que demuestra la construcción de la realidad que supone toda información no los atañera. Si uno se refiriera a la propiedad de los medios, a la internacionalización de sus capitales, a la incorporación de nueva tecnología, a la presión sobre los actores políticos, a la espectacularización de la política, se tendría un panorama por demás intrincado. Aquí se tratará de pensar algo más elemental, pero no por eso menos contundente. La información y ciertos estados de ánimo.
Los motivos por los cuales en Argentina todavía no se logró un consenso sobre lo ocurrido en la década del ’70 son muchos y controvertidos. Uno, no menor, es el modo en que los medios se ocuparon de informar en el pasado reciente sobre lo que ocurría. En la transición democrática se llamó “El show del horror” al modo de presentar lo que había acontecido durante la dictadura. La sociedad argentina desayunaba diariamente con diarios y revistas que de pronto descubrían una realidad siniestra, oculta. Este “show” de imágenes logró crear el primer consenso fuerte de la democracia, apuntalado por intenciones políticas expresas: la a esta altura zarandeada “teoría de los dos demonios”. Dos bandos en una guerra fratricida y una sociedad inocente que (no) había visto lo que sucedía a pocos metros de su casa. La contracara de esta “teoría” exculpatoria de la sociedad es el pedido de rendición de cuentas que progresivamente fue apareciendo en los trabajos críticos sobre aquella década. De inocente la sociedad pasó a ser cómplice, cuando en verdad fue víctima, el objetivo de los proyectos de reorganización que habían emprendido los militares. Los medios allí funcionaron como un instrumento pedagógico.
Si se recorren las páginas de los diarios de los años 1976, 1977, los operativos militares, las muertes en “enfrentamientos”, pero también algún que otro cadáver que aparecía por la playa aleccionaban sobre lo que estaba ocurriendo. Los lectores leían y creían. Un pacto de creencia, un contrato de lectura. Contra él apuntó su inteligencia Rodolfo Walsh, porque sabía que para que el terror se instaurase los individuos debían estar aislados y desinformados... o sobreinformados, otra manera de escamotear la información. La noticia en sí misma puede ser inocua, lo importante no es que el lector no lea, lo importante es que lea, pero no enjuicie, que no sea capaz de discriminar en lo que lee un sentido que le afecte.
Bertolt Brecht elaboró una imagen de este nuevo ciudadano: lo único que debe importarle es contar papas, saber si llega a fin de mes o qué nuevo electrodoméstico puede comprar. Su vida privada se convierte en el centro de sus preocupaciones y sus alegrías. El no desaparece, pero sin embargo le dicen que “primero eliminaremos a los subversivos; después a los cómplices; luego a sus simpatizantes; por último a los indiferentes y a los tibios”, una frase atribuible a algún personaje de Brecht, que pertenece al ex general Ibérico Saint-Jean. Esta frase es complementaria con el slogan de la dictadura: “por algo se lo llevaron”.
Para que este tipo de frases se naturalizara (en los discursos de los militares encontramos miles: “No importan las vidas que cueste pacificar el país”, sostuvo el ex general Videla a fines de 1975; o el ex almirante Guzzetti: “Mi concepto de subversión se refiere a las organizaciones de signo izquierdista. La subversión o el terrorismo de derecha no es tal”) fue necesario que previamente se creara una atmósfera de terror. Los “ajusticiamientos”, el “cinco por uno”, las prácticas asesinas de la Triple A, las listas negras, la hiperinflación y el cotidiano bombardeo informativo de estos sucesos son los elementos con los que se creó esa atmósfera.
Un individuo aislado que rompió muchas de las formas de comunicación con los otros, que sospecha de todos (“¿Usted sabe qué está haciendo su hijo ahora?”) y que no puede compartir ni sus sospechas ni sus miedos termina siendo un individuo indiferente por la suerte de cualquiera que no sea él mismo. Devolverle a la comunicación social su dimensión política implica, entre otras cosas, reconstruir este lazo primario que tanto esfuerzo se hace por cortar.
* Docente de la Facultad de Ciencias Sociales (UBA).
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