Ricardo Haye, Roberto Samar y Alejandro Aymú aportan tres miradas complementarias sobre el escenario actual de los medios en la Argentina, la responsabilidad social de los periodistas, la instalación de los temas de agenda, los debates sobre la libertad de expresión y la vinculación de todo ello con la ciudadanía.
› Por Ricardo Haye *
Desde General Roca, Río Negro
A veces conviene explicitar lo obvio: el reclamo de libertad de expresión no puede circunscribirse a los periodistas. Es un derecho que les asiste a los profesionales de la comunicación, pero también a cualquier ciudadano de a pie. Una vez entendido eso, cuesta comprender la pertinacia con que se reclaman medidas que obturen el pronunciamiento de las personas.
Existen miles de argentinos que sienten repugnancia por el comportamiento de algunos poderosos medios decididos a potenciar su condición de agentes de poder. Y resulta anacrónico querer prohibirles la manifestación de su sentimiento.
Sin embargo, un grupo de periodistas ataviados con el ropaje de la fama concurrieron al Congreso de la Nación con el propósito de exigir que se “fijen límites institucionales a las agresiones” que dicen estar sufriendo.
En primer lugar, habría que detallar la índole de las presuntas agresiones, que parecen consistir –apenas– en el ejercicio de su libertad de expresión por una parte de la ciudadanía.
Pero luego cabe reflexionar respecto de los “límites institucionales” requeridos. Sería provechoso que alguno de los peticionantes aclarase si lo que demanda es la reposición de la figura de calumnias e injurias, esta vez a favor propio y en contra de quienes razonan distinto.
El otro reclamo de ese selecto grupo es el de que se realicen tareas de inteligencia para descubrir quién pagó los afiches anónimos que cuestionaron el desempeño de algunos periodistas.
Que sean precisamente profesionales de la información los que demandan acciones de “inteligencia interior” produce una profunda perturbación. Quizá si se les preguntara, alguno de ellos querría proponer al Fino Palacios para que conduzca la tarea.
Estos hechos documentan una complejidad epocal tal vez inédita desde el derrumbe de la última dictadura.
Hace unos 25 años, cuando empezábamos a acostumbrarnos a vivir de manera democrática, el término “alternativa” cobró importancia por su función calificadora del sustantivo “comunicación”. El mayor déficit de la palabra era que siempre terminaba definiéndose por oposición. Aludía a lo “otro”, a lo que, siendo diferente, resultaba necesario. Pero su dilucidación, muchas veces adolecía de firmezas.
Frente a la formidable acción corporativa de grupos concentrados que trabajan en pos del discurso único y hegemónico, tal vez no fuera mala idea desempolvar aquella expresión y darse a la tarea de llenarla de sentidos. Porque sólo la presencia de pensamientos alternativos posibilitará que se enriquezcan el escenario social y nuestro paisaje mental.
* Periodista, docente e investigador. Universidad Nacional del Comahue.
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