La ventana / medios y comunicación Apelando a ejemplos recientes y manifestaciones de mandatarios latinoamericanos, Manuel Barrientos actualiza el debate por la tensión entre los medios y la política, intentando mirar ese fenómeno con una perspectiva que trascienda lo local. Juan Pedro Gallardo abre otra ventana para discutir sobre el lenguaje publicitario y la función que cumple como legitimador de determinados discursos sobre la seguridad.
Por Manuel Barrientos*
El presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva se enfrenta a los medios de comunicación de su país por las operaciones que descargan contra la candidata petista Dilma Rousseff: “Ya no tienen más aquel negocio de decir que si salió en la televisión es verdad, eso acabó. Es verdad cuando es verdad. Pero el pueblo sabe cuándo es mentira, el pueblo sabe cuándo ellos están intentando mistificar cosas, crear cosas nuevas”. Desde Ecuador, Rafael Correa plantea: “El viejo poder derrocado se atrincheró en algunas empresas de comunicación privadas para, desde la ilegitimidad de los poderes fácticos, tratar de hacer daño a un gobierno de verdadera representación popular”. El primer mandatario uruguayo José Mujica apela a la conciencia de la opinión pública y les pide “que no se dejen intimidar o arremolinar por gritos fuertes de medios de prensa que insisten con campañas machaconas”.
Las tres declaraciones muestran que hoy el debate sobre el rol de los grandes multimedios trasciende las fronteras nacionales y está en el centro de la escena política latinoamericana. Sin embargo, muchos análisis periodísticos operan con una doble reducción de las distintas variables que entran en juego en la discusión. Por un lado, eliminan los antecedentes históricos de los conflictos que se puedan dar entre los medios y los gobiernos. Por otro, buscan restringir el debate a dimensiones puramente nacionales. Ambos recortes presentan cualquier avance normativo en un capricho repentino, que no tiene antecedentes históricos ni geográficos.
Las tensiones entre los gobiernos y los medios de comunicación surgen desde la propia constitución de la prensa a fines del siglo XVII. Pero especialmente a partir de la segunda mitad del siglo XX, los medios de comunicación se convirtieron en una industria central del sistema capitalista, captando grandes masas de inversores debido a su rentabilidad creciente. La concentración de la propiedad incrementó el poder de negociación de los grandes conglomerados frente al poder político. Así se expandió una fuerte tendencia ideológica que busca legitimar una supuesta “no intervención” del Estado en la regulación de los sistemas de medios.
Figura central de la sociología actual, el pensador polaco Zygmunt Bauman recuerda en su libro En busca de la política la división que existía en la polis griega entre las esferas de la ecclesia –la zona institucional de la política, el lugar de los poderes estatales–; del oikos –el espacio de la propia subsistencia y de la intimidad–; y del agora, la zona asociativa pero no estatal donde es posible la deliberación entre las personas privadas sobre los asuntos comunes.
Conformada como zona de diálogo entre lo público y lo privado, el agora está atravesado por una tensión constante. Históricamente se registra la tendencia totalitaria de los gobiernos de aniquilar la esfera público/privada e instaurar un monólogo del poder. Se trata de la intención de silenciar a la opinión pública y los medios de comunicación e instaurar asimetrías entre representantes y ciudadanos.
Bauman advierte que, sin embargo, las principales invasiones hoy se producen en la zona de proximidad entre el agora y el oikos: “El agora, como antes, sigue siendo un territorio invadido, pero esta vez los roles se han invertido y las tropas invasoras se apiñan en el límite de lo privado; pero, a diferencia del caso en que ‘lo público’ era representado por el Estado que creaba y hacía cumplir las leyes, esta vez los invasores no son un ejército estable con cuartel general y mandos unificados, sino más bien una tropa indisciplinada, variada y sin uniforme”. Se refiere, claro, a la pérdida del poder de los gobiernos en manos de un capitalismo líquido y deslocalizado.
Las palabras del pensador polaco, entonces, muestran que es necesario repensar las relaciones entre los gobiernos y el poder empresarial y mediático, en una era donde poder y política parecen haberse desligado. También obliga a redefinir el rol del periodismo en tanto “guardián de los derechos ciudadanos”. En muchos casos, parecería inadmisible que los mismos periodistas que no dudan en dar a conocer la intimidad de los políticos se animen a divulgar las informaciones sobre asuntos públicos que involucran a ciertos sectores empresariales. Hoy el verdadero periodismo comprometido debería también poner el foco sobre ese verdadero poder que se refugia bajo la invisibilidad. Aunque, en algunos casos, implique afectar los intereses de las empresas para las que trabajan.
* Periodista. Licenciado en Comunicación UBA.
Por Juan Pedro Gallardo *
Durante los últimos meses pudimos observar, por la pantalla de la televisión abierta y de cable, cortos publicitarios de Puertas Pentágono, una empresa que ofrece servicios de seguridad. Uno de ellos comienza con la embestida de un hombre contra una puerta de importante espesor. Cuando no logra derribarla, un primerísimo primer plano denota la frustración ante el choque y realza su aspecto físico. Este presenta la fatiga y el sudor de un sujeto obeso, desaliñado y de tez morena.
Inmediatamente después, el foco se posiciona en lo que pasa del otro lado. Allí, plácidamente, una familia caucásica se distrae. En la comodidad de un confortable sillón, la madre y la hija utilizan una notebook, mientras que el padre lee un diario formato tabloide. Acto seguido, una voz en off da cuenta de que tal situación –la tranquilidad del grupo familiar y el fracaso del asaltante– es consecuencia directa de su producto, es decir, de una puerta blindada mucho “más dura que la realidad”.
Esta pieza publicitaria sobresale, en primer lugar, por la asociación que hace entre individuos con ciertos rasgos corporales y la peligrosidad. En segundo, por la polarización y victimización de una de las partes que se ve amenazada por la otra. Y en tercero, por la asignación de valores y categorías que corresponden –supuestamente– a un sector social cuyo status de civilidad es caracterizado por la ausencia de violencia o delito.
De ahí se desprende la necesidad de protección que padecen ante quienes intentan hacerles algún daño. No obstante, el comercial les ofrece mucho más que ello. Promete lisa y llanamente su inmunidad, ya que su producto, la puerta blindada, se convierte en un verdadero módulo militar defensivo, ubicado en la frontera, que debe repeler e impedir que la violencia penetre y corrompa ese “cuerpo sano”.
Esta división entre un nosotros y ellos, interior y exterior, puro e impuro, propio y extraño, es resultante del quiebre del concepto de comunidad. Esa ruptura del lazo social, que hoy dificultosamente se intenta recomponer, fue resultado de la aplicación del modelo neoliberal, con sus recurrentes políticas para la desregulación de la economía y la modelización cultural basada en el individualismo y el pragmatismo que supo traer aparejado.
En consecuencia, un Estado con estructuras corroídas y sin capacidad de gestión para establecer los dispositivos que inscriban la condición de ser en común, hace propicio el escenario para que prevalezca la voluntad del más fuerte y participen, con suerte dispar, actores del ámbito privado, que intenten llenar ese espacio fallido.
La publicidad mencionada es un emergente de lo anterior, pero no podemos asignarle ingenuidad ni quitarle responsabilidad, porque la estrategia de marketing incorpora nociones de un sentido común vigente, que estigmatiza a grupos sociales poco favorecidos en el reparto de la riqueza, agudiza los conflictos sociales existentes y beneficia peticiones que le reclaman al Estado “políticas de mano dura”.
Ya en noviembre de 2008, un informe del Observatorio de la Discriminación en la Radio y la Televisión (www.obserdiscriminacion.gov.ar/informes/pentagono.pdf) recalcó que el spot viola de manera sistemática el Plan Nacional contra la Discriminación (Decreto Nº1086/2005), que establece que “son prácticas sociales discriminatorias crear y/o colaborar en la difusión de estereotipos de cualquier grupo humano por características reales o imaginarias, sean éstas del tipo que fueren”. Asimismo, subrayó el incumplimiento de la Ley 23.592 de Penalización de actos Discriminatorios. La empresa en un primer momento aceptó lo dicho y respondió con una edición del material cuestionado. Suprimió del relato a la familia del living, pero, de todos modos, continuó con la carga de violencia asociada al hombre de tez morena.
No es menos grave el hecho de que la publicidad en cuestión fuera pautada en horarios centrales. Esta contribución simbólica, que acentúa o define ciertos paradigmas que cargan sobre los mensajes que éstos transmiten, refuerza la lectura que los medios masivos ofrecen a la sociedad sobre la prescripción del delito. Ya no es el Estado quien posee esa potestad de manera exclusiva, sino que son los medios de comunicación los que la detentan a través de la criminalización mediática.
Guiados por la espectacularidad y el pronto impacto, los medios masivos dificultan el acceso a una interpretación compleja. El sensacionalismo favorece la percepción del mundo en términos de conmoción permanente, por lo que apela a la emotividad del receptor, hecho que disuelve la posibilidad de su anclaje en agendas pertinentes para su tratamiento. Esta tendencia, que impregna a casi la totalidad de las coberturas noticiosas, desplaza y neutraliza las responsabilidades gubernamentales, sociales y propias en la pérdida de derechos y garantías de buena parte de la población.
* Periodista. Asesor de Prensa y Comunicación de la Unión de Trabajadores de Sociedades de Autores y Afines de la R.A. (UTSA).
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