LA VENTANA › MEDIOS Y COMUNICACIóN
En oportunidad de las elecciones porteñas, Pablo Castillo aporta algunos elementos sobre la comunicación de los candidatos y sobre el voto como manifestación de una imagen de ciudad.
› Por Pablo Castillo *
Mucho se ha escrito y hablado sobre los modos en que los principales candidatos a jefe de Gobierno porteño han desplegado sus campañas: qué intentaron comunicar, cómo buscaron posicionarse, a quiénes privilegiaron interpelar en sus discursos, etcétera...
Si cuando Macri empapeló la capital con “Bienvenidos” debía ser leído como un posible rasgo aperturista surgido del corazón de Barrio Parque o era sólo un gesto más de quien se percibe a sí mismo administrando a su antojo el derecho a la admisión y no pensándose como un gobernante transitorio al servicio de sus conciudadanos. Si cuando Solanas planteaba que “el voto del interior tenía baja calidad” era solamente una desafortunada expresión en medio de una mediocre campaña o escondía una intención deliberada por acercarse a las percepciones de algunos sectores de clase media urbana, que lo llevaba irremediablemente más cerca del iluminismo y del voto calificado, que el hacer honor a las viejas tradiciones nacionales y populares de las cuales daban cuenta la marca de origen. Si cuando Filmus decía desde la gráfica y la tele: “llegan los que pueden...”, su equipo comunicacional no omitió algunas imprescindibles lecturas dolinescas que desde hace bastante nos vienen advirtiendo que tanto a la ciudad como al barrio: “No se va, se vuelve...”
La comunicación tiene siempre una doble dimensión: como gestión comunicacional, en tanto productora de relaciones sociales (diagnósticos, estrategias, planificaciones, etc.), y como mirada comunicacional, a partir de examinar el papel que ocupa en el estudio y la acción que el cambio histórico produce.
La ciudad de Buenos Aires, misteriosa en Marechal, eterna como el agua y el aire en Borges, asoma como un punto intrigante de múltiples rostros e intersticios. Confluyen en ella un entramado sofisticado de componentes ideológicos demoliberales, conservadores, nacional-populares y progresistas que hacen sentido, la mayoría de las veces, tanto en la supremacía de la influencia de los medios de comunicación masivos como en los modos en que éstos ordenan, nunca inocentemente –por acción u omisión–, sus principales narrativas. Así, esta identidad en construcción, como decía Mónica Despervasques, “se convierte en más de una oportunidad en matrices de comportamiento electoral, de prácticas sociales, de erudición fallida, de modos de protesta, de características de consumo y sobre todo de perfiles de carencias”.
Desde la mitad de la biblioteca nos podrán decir que este formato de ciudad tiene innumerables puntos comunes con otras modalidades que funcionan en otros grandes centros urbanos del planeta. Que la imposibilidad de inscribir las significaciones de las prácticas colectivas y sociales dentro de matrices más totalizantes nos obliga a los comunicadores a prestar mayor atención a las formas a través de las cuales los actores articulan los signos y la acción y, sobre todo, a estudiar cómo estos acontecimientos son percibidos desde las subjetividades.
Pero también es cierto que en medio de ese interesante debate, la ex Reina del Plata el domingo va a empezar a diseñar qué tipo de lazos sociales pretende cimentar en los próximos cuatro años; cómo imagina la construcción de una ciudad más saludable y equitativa que merezca ser vivida por encima de slogans vacíos de marcas de yogures.
Representaciones sociales, rupturas de vínculos e imaginarios colectivos encontraron más de una vez, en la ciudad de Buenos Aires, un escenario propicio para que los distintos relatos inscriban sus fragmentos ante las diferentes crisis provocadas por prácticas elitistas y cambios de paradigmas. ¿Acaso esta ciudad no es también tributaria de la Revolución del Parque y del 17 de octubre?
Hoy partimos de otro escenario nacional con importantes logros, como la Asignación Universal por Hijo, el matrimonio igualitario, la nueva ley de servicios audiovisuales, la estatización de las AFJP, el Fútbol para Todos, etc. En ese contexto, es posible que los porteños y las porteñas podamos pensar en apostar a construir un nuevo modelo para la capital de la República, que articule los vientos del sur con los padecimientos futboleros, las preocupaciones cotidianas y los desafíos que nos impone la mundialización.
De alguna forma, las elecciones son una de las maneras, seguramente no la única, de cómo una sociedad comunica y cristaliza sus expectativas, aspiraciones, proyecciones y sobre todo cómo imagina las coordenadas deseables por donde debería circular su comunidad en los próximos años. Nunca es una foto definitiva. Pero tampoco sus resultados son inocuos ni indiferentes –para bien o para mal– hacia cada uno de los sujetos que la integran.
* Magister en Comunicación, UNLP.
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