LA VENTANA › MEDIOS Y COMUNICACIóN
Marcelo García y Roberto Samar enmarcan la disputa actual en el mundo de la comunicación como “Choque de Globalizaciones”, en medio del cual los Estados deben definir su rol como proveedores de libertad.
› Por Marcelo J. García y Roberto Samar *
Cuando cayeron las Torres Gemelas, una década atrás, muchos pensaron que se confirmaba la visión de Samuel Huntington y las civilizaciones habían (uf, finalmente) empezado a chocar. La metáfora, sin embargo, se mostró más potente que la literalidad. Que un movimiento horizontal (el avión) derrumbara a una construcción vertical (la torre) fue, en última instancia, más importante que el hecho de que el atentado fuese perpetrado por una civilización contra otra.
No hace falta haber leído las obras completas de Karl Marx para notar el lenguaje materialista histórico del primer párrafo. El edificio se derrumbó, pero la metáfora quedó. Y la nueva metáfora del edificio derrumbado abrió, en realidad, la era del Choque de las Globalizaciones.
La década que siguió al derrumbe de las Torres fue la década de Internet y de las redes sociales: nuevas formas de comunicación que, al convertirse en dominantes, modifican las formas de entender y actuar en el mundo y, con ello, las prácticas sociales. Y a pesar de las tentaciones de sobredeterminación metafórica, la materialidad estructural (la base) sigue siendo fundamental en la confrontación global de nuestro tiempo.
La problemática actual, en términos de Toni Negri, incluye a “multitudes” en busca de destinos. El otrora “pueblo” parecía, al menos a la distancia, más fácil de aprehender: un cuerpo social con aires de homogeneidad que reconoce (cuando tiene suerte) una conducción y vive (cuando se lo gana y lo defiende) en un espacio territorial determinado. Esta nueva multitud, en cambio, trabaja en red, de forma horizontal y no reconoce ninguna centralidad. Aviones en busca de torres, aquí y allá.
La nueva lógica horizontal tiene tantas manifestaciones como la vida misma. En cada ámbito se lucha contra la jerarquía y se disputa soberanía. Lo que antes era una rareza –por ejemplo Linux, el software libre cuyo código fuente puede ser utilizado, modificado y redistribuido libremente por cualquiera– es hoy la norma, o cuanto menos la tendencia. Desde WikiLeaks y Anonymous hasta el uso político de herramientas de “mercado” como Twitter en lugares donde la circulación de la palabra es revolucionaria. Todo se convierte en construcción colectiva. Lo discursivo, redes sociales mediante, no es la excepción.
El derrotero de lo horizontal, como todo camino revolucionario que se digne de tal, no está libre de contradicciones y momentos de tensión. Negri afirma que su afamada multitud se compone “de innumerables diferencias internas que nunca podrán reducirse a una unidad, ni a una identidad única”. La multitud no se “somete al dominio de uno”. Lo cual no quiere decir, agregamos aquí, que el “uno” no intente dominar a la multitud. En el choque de globalizaciones, los aliados de hoy pueden ser los adversarios de mañana. Una multitud que, en palabras de Negri, “emerja para expresarse autónomamente y gobernarse a sí misma” tiene que estar atenta a las tendencias que dominan su propia dinámica. La Revolución Francesa, nunca está de más recordar, terminó en el 18 Brumario.
No es difícil ver si se mira hacia el horizonte cuáles son los actores con potenciales ambiciones napoleónicas y las dos corrientes que coexisten en el “frente popular” del nuevo espacio público global. El debate, con origen en los Estados Unidos y alcance mundial, sobre la Stop Online Piracy Act (SOPA), encontró a los piratas redentores del presente aliados con grandes empresas de tecnología cuyo culto a la apertura horizontal es una gran estrategia de marketing. La configuración de alianzas durante ese proceso fue más bien contradictoria y la bandera “Stop Piracy, Not Freedom” enarbolada por los asesores de public relations de las vacas sagradas de la Era Digital (con Google, Facebook y Twitter a la cabeza) contraponía dos términos que parte de la “masa del pueblo” en la multitud (los partidos piratas, por ejemplo) posiblemente conciba como sinónimos.
Lo que quedará por definir en esta dicotomía globalizadora es el rol de los Estados, muchos de los cuales apenas atinan a intentar mantener (torpemente) la impronta westfaliana de monopolizar la fuerza y la información. Ante un espacio público digital-global sin fronteras, sin embargo, los Estados sobrevivirán si se convierten en proveedores de espacios de libertad para sus ciudadanos más que de control. Para el control, ya habrá fuerzas más fuertes y globales. Ante la duda, consultar a Julian Assange, cuyo avión informativo también hizo caer un par de Torres.
* Miembros del Departamento de Comunicación de la Sociedad Internacional para el Desarrollo (www.sidbaires.org.ar).
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