LA VENTANA › MEDIOS Y COMUNICACIóN
Washington Uranga plantea dos temas para reflexionar en el nuevo escenario de la comunicación: ubicarse más allá de la controversia e interrogarse acerca de qué significa hacer comunicación popular hoy.
› Por Washington Uranga
La aceleración de los procesos políticos y sociales en la Argentina y en la región latinoamericana es tan vertiginosa –también atrapante y significativa– que por momentos no nos queda tiempo más que para vivir los acontecimientos y no existen espacios suficientes para reflexionar sobre ellos, hallar nuevas claves interpretativas, entender qué nos está ocurriendo. También sucede en el campo de la comunicación, en particular, en el sistema de medios.
Apenas dos aportes a la reflexión.
Hasta hace no mucho tiempo, desde el llamado campo popular (para usar una noción que si bien no es muy precisa puede ayudar a entendernos) los medios masivos de comunicación eran planteados como el “enemigo” a derrotar, si bien desde ese mismo espacio se carecía de herramientas significativas para enfrentar esa cruzada con eficacia. Se utilizó entonces el arma de la crítica, traducida en discurso académico y político. Fue útil para generar miradas alternativas y para alimentar el espíritu en batallas que vinieron después. El proceso de construcción política, social y cultural de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual abrevó en muchas de esas perspectivas y se nutrió de propuestas que surgieron en aquellos espacios.
Hay que rescatar ese proceso valioso. Pero ya estamos en otro momento. Esto no significa abandonar la crítica de la visión mercantilista y manipuladora de las corporaciones mediáticas que siguen operando. Es bueno seguir haciéndolo, pero los mayores esfuerzos tienen que volcarse –dadas las nuevas condiciones– a generar nuevas propuestas creativas, a mostrar que el ejercicio del derecho a la comunicación es posible también en el escenario del sistema de medios masivos. Hay pasos en ese sentido, pero no suficientes y con ello se corre el riesgo de seguir jugando “el partido” que el sistema quiere. Si nos dejamos llevar únicamente por la controversia, menguarán nuestras energías para encontrar nuevas respuestas, tan urgentes y necesarias. En esto hay responsabilidad de los comunicadores, pero también del Estado que debe alimentar una política pública de comunicación que deje de poner el ojo solamente en el combate a las corporaciones y refuerce –como ya se comenzó a hacer– la creación de nuevos espacios comunicacionales que sean también públicos, diversos y plurales.
Algo similar ocurre con la llamada comunicación popular (o comunitaria). De esos lugares surgieron muchos líderes y dirigentes que alimentaron y alimentan los procesos de transformación de la comunicación de los que hoy nos vanagloriamos. Ha sido un logro de éstos ofrecer todos sus conocimientos y energías para aportar a esas transformaciones y de la conducción política del país tenerlas en cuenta. Pero, una vez superada la marginalidad, ha llegado el momento de que los lenguajes, las estéticas, los modos de producción y, en fin, los modos de hacer comunicación de aquellos comunicadores populares se trasladen al sistema masivo de medios. Porque si “lo popular” en algún momento se asoció a lo pequeño y a lo marginal, hoy lo popular tiene que asociarse a público, a lo común, a lo diverso, pero también a lo masivo.
Es claro también que todos estos cambios no nos dejan a los periodistas, a los comunicadores en general, en el mismo lugar. Nuestro rol y nuestra tarea se pone en tela de juicio. Y tenemos que tener la apertura y la disponibilidad para repensar la profesión, los roles y las responsabilidades. Es decir, tener la libertad y la grandeza de revisar, de cuestionarnos y animarnos a enfrentar lo nuevo. Genera incertidumbre, es difícil, pero necesario.
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