LA VENTANA › MEDIOS Y COMUNICACIóN
Washington Uranga insiste en la necesidad de construir mayor calidad en la información, tarea que a su juicio deben asumir los profesionales de la comunicación como aporte a la democracia.
› Por Washington Uranga
Terminó el año y comienza uno nuevo con las mismas o similares expectativas respecto de la dilucidación de un tema central para la comunicación y para la democracia, como es la definitiva puesta en marcha de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, que lleva más de tres años parcialmente suspendida en uno de sus aspectos centrales: la cláusula de desinversión de los grandes grupos que abre la puerta a la diversidad. Más allá de los avatares judiciales –y no porque éstos no resulten significativos e importantes—, está claro que –como bien señala la nota de Agustín Lewit en esta misma página– hay debates culturales que ya están ganados. Es importante que así sea y ése es el resultado de la construcción y de la lucha colectiva de muchos actores de la sociedad.
A partir de lo logrado se hace necesario trabajar en otro frente no menos fundamental: la calidad de la información. Alguien podrá decir que diversidad de voces y pluralidad de fuentes es ya un salto cualitativo en este sentido. Que el lector, el televidente, el radioescucha –que son siempre ciudadanos y ciudadanas– puedan acceder a diferentes medios con miradas diversas ya representa por sí mismo un salto de calidad en los servicios informativos.
Pero, más allá de lo anterior, es preciso trabajar para que la información, aun con los sesgos y las selecciones editoriales que cada medio hace y sin ninguna pretensión de una “objetividad” tan impracticable como fraudulenta, es necesario exigir a periodistas y medios que se atengan a la veracidad de los hechos. Siempre habrá criterios de selección, recortes posibles, miradas que privilegian unos y otros aspectos. En ello van no sólo los perfiles políticos de quienes construyen las noticias y las posiciones editoriales de los medios para los que trabajan, sino también estilos periodísticos. Pero veracidad implica sujetarse a la verdad de los hechos y describirlos tal cual se presentan aun con la relatividad que supone todo relato para, de esta manera, ofrecer a las audiencias la posibilidad de tomar sus propias decisiones.
Más allá de los debates acerca del periodismo “independiente” o “militante” está claro que en el escenario mediático del país estamos viviendo un momento de excesiva acentuación de la editorialización en desmedro de la información. Y ello no sólo en lo que se muestra. Quizás es mucho más grave en lo que se oculta o se deja de informar. Situación que obliga a las audiencias a recurrir a varios medios para tener una idea nunca certera pero por lo menos aproximada de aquello que denominamos “lo real” (que también es diferente de “la realidad”, entendida esta como un dato único, incontrastable, “objetivo”).
Mejorar en la calidad de la información debería incluir que un lector o un televidente pueda, a la vez que seleccionar a un medio por su línea editorial, saber que aun con el sesgo que la editorialización supone se le está brindando la totalidad de la información, con todos los elementos al alcance para que, ahí sí con criterio propio, pueda generar su particular punto de vista, encontrar otras explicaciones afines o en contradicción incluso con el medio informante.
Lo contrario es someter a la audiencia a un peregrinaje tan infinito como incierto a través de los medios buscando, por un lado, “lo real” y por otro –lo que puede ser aún menos útil y más pernicioso por la falta de certezas en que se ingresa– “el promedio” o el “punto de equilibrio” entre quien afirma blanco y quien dice negro.
Por este camino no se aporta a la calidad de la información. Y es importante no perder de vista que más información, y sobre todo más calidad de la información, es un insumo fundamental para la calidad de la misma democracia y de la participación ciudadana.
De esto nos tenemos que hacer cargo los profesionales de la comunicación. La calidad informativa es un aporte esencial e insustituible de nuestra parte a la calidad de la democracia. Si no lo hacemos no podemos echarle la culpa a nadie. De esto también tienen que ocuparse los ámbitos de formación, las carreras de comunicación y escuelas de periodismo, públicas y privadas. De la misma manera que el país necesita de excelentes científicos y técnicos, demanda de comunicadores y periodistas que tengan nivel óptimo en su servicio informativo. Sin pretensión de objetividad. Sí de veracidad, que incluye amplitud y diversas fuentes, inclusión de la mayor cantidad de temas en la agenda y contextualizaciones pertinentes. De todo esto estamos hablando cuando decimos calidad en la información.
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