LA VENTANA › MEDIOS Y COMUNICACIóN
Horacio Fiebelkorn analiza una puesta teatral que arriesga el tenso diálogo entre el presente y lo que la web nos dice que fue nuestra historia.
› Por Horacio Fiebelkorn *
La expansión a escala planetaria y sin techo de Internet nos llevó a naturalizar algunas cosas que en otros años hubiesen sido impensables.
Las más evidentes: discografías completas a sólo un toque de mouse. Todos aquellos discos que por años fisgoneamos en las bateas de vinilos o cedés, ahora están a nuestra entera disposición gracias a algún usuario generoso que subió el material a algún sitio de alojamiento on line. Las empresas disqueras no dejan de lamentar el hecho de haber promovido un formato clonable y patalean frente a un fenómeno que no pudieron prever y no pueden frenar.
Otro tanto pasa con las películas: todo aquello que siempre quisimos ver en cine, VHS o DVD, ahora espera ser descargado o visto on line. Los consumidores de “productos culturales” estamos, al parecer, en la casa de caramelos de Hansel y Gretel, donde todo es delicioso y comestible, al alcance de la mano y a cambio de nada.
Hay, sin embargo, otro aspecto, más sutil, de lo que viene proponiendo la web, a través de YouTube.
Porque en los canales de video está cada minuto de aquellos programas de tevé y aquellas películas con que se fue armando nuestro mapa emocional, desde los tiempos de la tele en blanco y negro. Así, podemos pasar horas chusmeando La dimensión desconocida, Los jinetes de McKenzie, los gags de Pepe Biondi o Carlitos Balá o los avisos de Sylvapen, Glostora o cualquier producto que antaño mereciera un spot de algunos segundos.
Lo que en los ’90 propuso el canal Volver, ahora está a un click de distancia, que nos trae capítulos decisivos de nuestra educación sentimental. Porque cada fragmento de esa memoria almacenada en la web nos derivará hacia escenas y personas de un pasado que, como su nombre lo indica, no volverá, no traerá de vuelta a los ausentes y no nos dará la chance de revertir las malas elecciones, las frustraciones, los fracasos.
De este modo, pues, convivimos –voluntariamente, ya que nadie nos obliga a nada– con voces e imágenes que nos recuerdan todo el tiempo aquello que fuimos, aquellos sueños y expectativas vitales.
Cuando ese pasado tan particular como genérico interviene en el presente, la misma idea de “presente” o “futuro” se vuelve difusa, amorfa, y se aproxima a una angustia autoinfligida: esa información que nadie realmente necesita que le recuerden todo el tiempo equivale al ritual de una persona que todos los santos días repasa las fotos de su infancia.
El resultado de todo esto es la “melancogarcha”, palabra con que la obra Lo que yo tuve, de Sabrina Osowski y Gustavo Tarrío, y con dirección de este último, designa a esa elegía contra natura, ese resultado de la fricción interactiva entre el presente y lo que la web nos dice que fue nuestra historia.
El tema no deja margen para otra cosa que una puesta audaz en la sala Abrancancha, partiendo del rescate de una telecomedia de 1965, Las chicas, que se emitió por el 13. En ella, Violeta Rivas, Estela Molly y Selva Alemán encarnaban a tres jóvenes que deseaban triunfar en el mundo del arte escénico.
Frente a las imágenes del programa, y entre bailes y canciones, va desplegándose la contracara de esos sueños a través del relato de las protagonistas. Lo que yo tuve ya no está, lo tuve y ya no.
Las chicas ya se hacía cargo en su momento del anhelo de tantísimas personas por actuar, cantar y bailar en la pantalla chica, y de sus obstáculos y complicaciones. Y Lo que yo tuve se constituye en el negativo grotesco de lo que alguna vez fue “presente”, utilizando además el espacio como lugar y herramienta de reflexión sobre el tiempo.
Un “presente” intervenido continuamente por imágenes del pasado se convierte en una vida poco vivible, bajo la sombra cruel de la melancogarcha. Lo que yo tuve asume el riesgo de una revisión implacable del transcurrir temporal, explorando esa tensión entre dos conceptos distintos de “presente” que se encuentran en la época y en los corazones de cada usuario de Internet, involucrada de forma irreversible en el mundo material y emocional de las personas.
* Poeta y periodista.
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