LA VENTANA › MEDIOS Y COMUNICACIóN
Luciano Sanguinetti sostiene que las luchas democráticas contemporáneas, más que basadas en las viejas antinomias (como lo estatal/privado), se ubican en la expansión de los conceptos de lo público y lo común.
› Por Luciano Sanguinetti *
Henry Jenkins, uno de los más importantes innovadores en materia de nuevas tecnologías y educación, definió sobre tres conceptos la “gran transformación” de la civilización contemporánea: la convergencia mediática, la cultura participativa y la inteligencia colectiva. Sobre estos carriles se mueve el mundo hoy. Los medios de comunicación tradicionales (la radio, el cine, la televisión, la prensa) del siglo XX se están fusionando en una única plataforma de múltiples lenguajes, formatos, idiomas, estilos, que se cruzan y fluyen, en el siglo XXI, en lo que llamamos el entorno digital; pero esta convergencia se amplifica y profundiza con la expansión de diversas terminales de recepción: computadoras, celulares, pantallas callejeras, Internet, blogs, redes sociales, ubicuos y transversales. En cualquier lugar y en cualquier momento nos alcanzan sus mensajes. En el auto, en casa, en un aula, en la oficina, viajando en la ruta o en una plaza. Por otro lado, las últimas transformaciones sociotecnológicas están fortaleciendo una cultura participativa. ¿Qué significa esto? Que ya nadie se contenta con ser espectador. Lo que en los años ’60 era una performance de las elites, como los happenings de Marta Minujin, pioneros en la Buenos Aires pop de unos pocos, hoy es masivamente disfrutado, consumido, divulgado, experimentado y creado. Como demostraron los fans del último Gran Hermano, las audiencias quieren dirigir el juego. Y ese juego tanto puede fluir por la red como trasladarse a las calles, como en las movilizaciones recientes de Brasil o Argentina. Por último, la inteligencia colectiva. Pierre Lévy lo advirtió a principios del siglo XXI como una diferencia cualitativa en la experiencia del conocimiento: el saber es más útil y profundo cuando más somos los que participamos en su construcción. Y esa construcción, a medida que es más colectiva, es más democrática.
Estas son las causas por las cuales varias de las distinciones que organizaron nuestros marcos de interpretación del orden social desaparecen: lo culto y lo popular, lo estatal y lo privado, el hogar y el trabajo, el estudio y el ocio, el consumo y la ciudadanía. Las políticas de los internautas, como bien sugiere el título del último libro de Mario Carlón, tienden a la autonomía. Es decir, cada uno quiere decidir a dónde dirigir sus esfuerzos y sus deseos, solos, acompañados, en grupos, en comunidades, colectivamente, pero nunca en masa. No comprender este proceso es ir contra la historia. Esto no significa suponer que en este contexto hipermediatizado no haya disputas ni conflictos. Tampoco nos permite imaginar que el mundo digital es transparente. Por el contrario, el espacio de los flujos, como lo definió hace ya tiempo Manuel Castells, vuelve a ser un campo de batalla. Ahora bien, cuál es el sentido de las luchas democráticas presentes. Voy a arriesgar una hipótesis: creo que las luchas democráticas contemporáneas, más que basadas en las viejas antinomias (como lo estatal/privado), se ubican en la expansión de los conceptos de lo público y lo común. Porque lo público supera la distinción entre privado y estatal y lo común supera la distinción entre identidad y alteridad. ¿A qué me refiero?
Usemos estas categorías para pensar, por ejemplo, la escuela pública. La educación en la Argentina es pública, con dos modelos de gestión: estatal o privada. Pero es pública porque es un derecho garantizado por ley y definido en cuanto a sus políticas curriculares, sus contenidos académicos, sus prescripciones pedagógicas, por el Ministerio de Educación de la Nación y el Consejo Federal (que integran todos los ministros de Educación de las provincias). En el caso de la provincia de Buenos Aires, la ley dice expresamente que “los niños y jóvenes son sujetos de derechos”, y la “educación y el conocimiento, un bien social y público”. En este sentido, no importa quién lo administre, el fondo de la cuestión es que tiene que estar garantizado para todos los habitantes del suelo argentino.
Con lo común, nos referimos a lo que nos interpela como sociedad. ¿Qué es eso? Pueden ser muchas cosas, pero si hay algo que atraviesa profundamente a las sociedades contemporáneas es el “conocimiento”. El conocimiento que define hoy el modo de desarrollo, como lo llamó Manuel Castells: el modo informacional de desarrollo, motor de la economía del mundo. Lo común es hoy el conocimiento. Y el conocimiento, en la escuela, en los medios, en el trabajo, en la calle, es de todos, de lo contrario estaríamos de nuevo en la barbarie, antes del pacto; porque el pacto social abre el camino a lo común, a pesar de nuestras diferencias. Si buscáramos solos la identidad estaríamos negando la dialéctica de la vida, si primara la alteridad, no habría nosotros. En lo público hay más que lo estatal y en lo privado debe haber menos exclusión. Lo que quiero sugerir es que hay una correspondencia entre las transformaciones en la cultura mediática contemporánea que hace posible tantas interacciones y el crecimiento de los valores de lo público y lo común.
* Docente e investigador. Ex decano de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social UNLP.
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