LA VENTANA › MEDIOS Y COMUNICACIóN
Marcelo García y Roberto Samar invitan a pensar, a la vista de los resultados, que la televisión no genera por sí misma consecuencias en la participación ciudadana. Depende del uso que se haga del medio.
› Por Marcelo J. García y Roberto Samar *
Es posible que un libro de Giovanni Sartori les haya hecho mal a muchos líderes del mundo occidental. En Homo Videns (1997), Sartori postula el surgimiento de un nuevo tipo de ser humano, más pobre intelectualmente, capturado por las luces y sombras de la pantalla como los primitivos habitantes de la caverna platónica. No es descabellado entonces que algunos dirigentes se aferren a este axioma para justificar cada ocasión en la que sus mensajes, racionales y coherentes, no derivan en un voto masivo a su favor por parte de los ciudadanos.
La tentación es muy grande. Carlos Menem solía citar al autor italiano en los últimos meses de su mandato, no siempre entendiendo de manera acabada el sentido último de la obra de Sartori. Y hasta la presidenta Cristina Fernández hizo referencia al Homo Videns en una entrevista reciente, donde explicó que “o hace falta ser muy inteligente para entender que hay un mundo de construcción mediática que crea determinadas imágenes, determinadas construcciones que la gente cree, pero no porque es tonta, sino porque se ha producido en el mundo el fenómeno de los monopolios mediáticos”.
En la guerra mediática argentina de los últimos años, dos programas funcionaron como la punta del iceberg –y la punta de lanza– de los esfuerzos políticos que el gobierno nacional y los grandes medios opositores para imponer su versión de la situación del país ante el público: 6, 7, 8 (producido por PPT en la TV Pública) y Periodismo para Todos (PPT, por Canal 13 del Grupo Clarín). En espejo, ambos programas compartieron una pretensión de trasvasar los límites de la pantalla cada vez menos chica y jugar el partido de las mentes en otros territorios, tanto físicos como virtuales.
Los seguidores de 6, 7, 8, a través de su página de Facebook, convocaron a manifestaciones a favor del Gobierno en el momento político más crítico de la presidencia de Cristina Fernández, cuando un oficialismo a la defensiva parecía incapaz de recuperarse y cuando la disputa política en torno de la aprobación e implementación de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual pasó a ser “la madre de todas las batallas”. Las denuncias de corrupción unidireccionales de Periodismo para Todos, en tanto, fueron el alimento principal de las masivas concentraciones caceroleras contra el Gobierno durante el 2012 y la primera mitad de 2013.
Estos fenómenos, en un momento, parecieron contradecir las miradas pesimistas sobre el rol del lenguaje televisivo en la construcción de ciudadanía. Según Pierre Bourdieu, la televisión, “es la búsqueda de lo sensacional, de lo espectacular”, no es muy favorable “a la expresión del pensamiento”. El medio, decía Bourdieu, “apela a la dramatización, en el doble sentido: pone en escena, en imágenes, un hecho y exagera su importancia, la gravedad y el carácter dramático, trágico”. En los últimos años hemos visto también que puede existir otra forma de hacer y consumir televisión, impulsada por el Estado, como lo demuestran canales como Pakapaka y Encuentro.
La discusión política argentina de los últimos años fue, efectivamente, espectacular y dramática. Quizá hasta se haya exagerado algo su importancia. Pero lo cierto es que la discusión existió y la política retomó la centralidad, aun en la grilla televisiva, algo impensado en tiempos pasados en los que el prime time estaba reservado a culos, tetas y cortes de manzana. ¡Enhorabuena, pensamos!
Sin embargo, la capacidad mediática de producir un “efecto de realidad” en la agenda política en el largo plazo parece ser más acotada que en otras agendas, como por ejemplo la agenda acerca de la inseguridad, donde la “criminología mediática” deriva rápidamente en pedidos de mano dura y cambios efectivos de la legislación para aumentar penas. La política es un territorio en movimiento, que resiste los silos conceptuales que estos dos programas fueron incapaces de modificar. Mientras que 6, 7, 8 fue perdiendo su influencia a medida que el oficialismo salía de la trinchera, el programa de Lanata no sólo no logró que ninguna de sus espectaculares denuncias mostrara resultados sustanciales, sino que vio cómo el movimiento de indignados vernáculos reducía su número de cientos de miles a cientos de un #8N a otro.
Es probable que los “clásicos” como Sartori y Bourdieu tuvieran finalmente razón y que las luces y sombras de la caverna audiovisual no sean suficientes para iluminar una participación ciudadana comprometida a lo largo del tiempo. El problema no son las luces y las sombras, sino el uso que se haga de ellas.
* García (@mjotagarcia) y Samar (@robertosa mar) son integrantes del Departamento de Comunicación de la Sociedad Internacional para el Desarrollo, Capítulo Buenos Aires (www.sidbaires.org.ar).
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