LA VENTANA › MEDIOS Y COMUNICACIóN
Martín Santos advierte sobre realidades y mitos del desarrollo tecnológico construido y relatado desde los países centrales y pide promover experimentos de innovación tecnológica que generen aquí mecanismos y sistemas para sustituir importaciones dentro de la experiencia del usuario digital.
› Por Martín Santos *
El estado del arte tecnológico nos machaca con los detalles de las carreras brillantes de jóvenes audaces que exclusivamente en el mítico Silicon Valley pueden producir la alquimia de sensibilidad artística y rigor técnico que hoy domina los sistemas de atención del tercio del Globo conectado a Internet.
Conocemos de memoria los ejemplos de vida de las biografías de Steve de Apple, Bill de Microsoft, Mark de Facebook, Sergei y Larry de Google, los adolescentes hipertalentosos de Twitter y los nuevos que se suman cada año al relato épico de jóvenes genios multimillonarios que no cesan de innovar para mostrarnos la última novedad de pasado mañana, de la misma manera que hace veinte años, en la era broadcast, el star system escupía cíclicamente un Michael Jackson por temporada.
Cambian los gobiernos, quedan los artistas y los lobbistas... y las maquinarias que los reproducen. Cambia la tecnología, sus usos y costumbres, pero la misma intención precede las innovaciones: vender mercancías en la mayor cantidad de mercados posibles; o sea, ofrecer un modo de vida, una cultura pop para sostenerse; un tótem donde rascarse, un sistema simbólico más o menos ordenado con el que cubrirse; en definitiva, otro cambio de vestuario más con que el marketing se traviste para vender productos en piel de cultura.
La autoestima de las regiones del mundo que viven lejos de la Costa Oeste americana se escurre por el piso cuando piensa en sus posibilidades concretas de resistir a este dominio total de los grandes del software.
¿Cómo competir con los mayores talentos del planeta y sus posibilidades? Su audacia y el cereal con el que desayunan en las mejores universidades del mundo les permiten resolver problemas intrincados con el buen gusto y el sentido de oportunidad que justo el usuario promedio mundial necesita... El entusiasta tecnológico latinoamericano se encoge de hombros y decide emplearse para alguien, dedicar su vida a dar servicios profesionales, resignar la innovación y la creatividad asociada a su tarea tecnológica para formar parte de los trabajos grises de la tecnología, el proletariado que mantiene los fierros que otros usan para divertirse.
El emprendedor latinoamericano accede a trabajos relativamente bien pagados en el mercado pero pocas veces son creativos o revolucionarios o innovadores. El sueño libertario y las prácticas emancipatorias autorizadas por las nuevas tecnologías se apagan, sólo puede haber creadores en Eldorado de la tecnología: Silicon Valley. Algunos afortunados cruzarán el continente y vivirán la vida de los dichosos habitantes globales que rigen el mundo en monopatines, autos eléctricos y viven vidas creativas y autosuficientes... Eldorado... donde Pasan Las Cosas... y tienen la amabilidad de twitteárnosla en tiempo real.
Demasiado exitoso y exclusivo para ser cierto. Se llenan los diarios de artículos con interrogantes solemnes del tipo: ¿Es posible crear otro Silicon Valley? Y la academia no sospecha con el mismo entusiasmo de esta construcción mitológica como sí lo hizo con el Pato Donald en los ochenta. Desbaratar las formas de la innovación debería ser una prioridad para la academia y para el país si quiere formar parte activa de esta tecnoesfera que no vende simplemente historias de éxito con súper talentos millonarios, sino sistemas operativos de control y comunicación “gratuitos” para los ciudadanos del mundo que estén conectados a Internet. Utilizando como mecanismo de control un discurso continuamente desmoralizante ante cualquier emprendimiento que se aleje de su centro; práctica que repite y hasta exagera esa rara avis informe que es el nuevo sentido común para reforzar las tesis más locas: lo que dicen las redes, que no es más que la canchereada de los nabos en foros y redes sociales que se ríen de las prácticas primitivas de apropiación de las herramientas haciendo el caldo gordo al statu quo que rige los grandes de la tecnología. La revolución comenzará con la amabilidad de los nerds.
El gobierno argentino invirtió en los años recientes como nunca antes en la historia del país: caños de fibra óptica, las netbooks en las escuelas, Ministerio de Ciencia y Tecnología. Es hora de aprovechar los años de política tecnológica y hacerlos prodigiosos en experimentos, riesgos, innovación tecnológica aplicada a la industria, al entretenimiento y a de-
sarrollar formas de protección cultural a través del software abierto. Generar mecanismos y sistemas para sustituir importaciones dentro de la experiencia de usuario digital, que es quizá donde se producen las disputas del porvenir y es donde el Estado y las políticas públicas ceden el mayor de los terrenos.
* Desarrollador de software, periodista.
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