LA VENTANA › MEDIOS Y COMUNICACIóN
› Por Corina Verminetti *
Desde hace años, tecnófilos y tecnófobos proclaman su amor o su odio hacia las nuevas tecnologías con igual vehemencia. El tema, anunciaba Dominique Wolton, no es estar a favor o en contra, sino saber a partir de qué momento la problemática de la comunicación será por fin reconocida antes que la de las propias técnicas.
Todos los que hemos accedido a la conectividad coincidimos en no poder imaginar nuestra existencia sin ella. Los mismos que nos complacemos con la libertad que experimentamos cuando hay señal de Internet pareciéramos disfrutar de la esclavitud a la que nos sujeta el teléfono celular a la espera de una mención. Si naturalizamos un oxímoron, aceptemos otro. Repetimos con frecuencia el concepto realidad virtual, ¿sería posible pensar en una dependencia liberadora? Porque más allá de los debates respecto de si esos amores en red son líquidos o sólidos, las personalidades auténticas o editadas y los vínculos duraderos o fugaces, lo real es que nos sujetamos a una máquina en busca de un ser humano aferrado a otra. Es esa búsqueda del prójimo la que libera.
Mucho se ha debatido acerca de esta nueva forma de estar juntos. Hay amistades que quitan soledad pero no dan compañía, dice Jesús Martín Barbero cuando se refiere –con la cita de uno de sus maestros– a las nuevas relaciones en espacios comunicacionales virtuales. Para Zygmunt Bauman, la diferencia entre la vida en red y fuera de ella estaría dada por la tecla suprimir. Según el sociólogo, las relaciones virtuales son muy frágiles, de fácil acceso y salida. Porque si para conectarse con otro se necesitan dos, para desconectarse “online” alcanza con uno que oprima “delete”. Aun aficionado a la web, agrega que allí se pueden tener muchos amigos pero son poco confiables.
Hay fanáticos en ambas posiciones. Por un lado, la idea de que el mundo en línea es la nueva realidad y que los vínculos allí edificados son igual de respetables. Por el otro, la seguridad de que vamos en camino al aislamiento o al desencuentro. A veces pienso con preocupación en esa idea. Si –como sostiene Lacan– el deseo del hombre es el deseo del otro, ¿por qué no lograríamos encontrarnos en tiempos en los que contactarse es tan sencillo? Hay dos características atribuidas a la construcción de nuevas subjetividades que podrían complicar las relaciones: la individualización y la espectacularización como rasgos identitarios de los cuerpos conectados. Seríamos víctimas de la tiranía que ejerce en nosotros el deseo de visibilizarnos. Guy Debord explicaba en el año 1967 que en la lógica del espectáculo lo que aparece es bueno, y lo que es bueno aparece. Hoy el show es en la web, donde millones de publicadores seriales pareciéramos estar condenados a aparecer para ser. Una carrera por el millón de amigos o seguidores más cercana a ¡un aplauso para el narcisista! que al compromiso. Nuevas condiciones de vida que –según Bauman– instan a esperar que personas famosas les enseñen a otras –confinadas entre cuatro paredes o sumergidas en un teléfono celular– cómo hacer cosas aparentemente importantes.
Ser “celebrity” no es tan sencillo. La fama cuesta y ahora se paga con sudor virtual.
Otra característica que suele mencionarse en estos tiempos es el corrimiento de los límites entre lo íntimo y lo público, y en especial el fenómeno de la Granhermanización. Con una significativa diferencia: ya no hay un solo ojo al estilo del panóptico. Hemos pasado a una sociedad estilo sinóptico. Hoy somos muchos los que observamos a otros pocos, pero no siempre con la intención de acompañar. Para Franzen, el planeta se ha convertido en una gigantesca alcoba global, con cada uno de nosotros viendo a través de pantallas –cómodamente instalados en nuestros cuartos propios– intimidades ajenas. No lo niego, pero tampoco me parece que sea un rasgo exclusivo de esta época. Sólo ejercemos el voyeurismo con métodos menos ortodoxos que el vaso de vidrio pegado en la pared del vecino. ¡Me lo contaron! (?)
Soy usuaria de redes sociales y vivo “online”. Por momentos añoro los viejos tiempos, pero definitivamente elijo éstos. Las tecnologías son sólo herramientas que también permiten planificar encuentros en medio de conexiones.
El deseo del hombre por el otro es el de amar y ser amado. Algo difícil de alcanzar con sólo hacer clic.
Vivimos tiempos en los que nos iluminamos más a través de aparatos informáticos que mirándonos a los ojos. Cuando el afecto se asume como real, la virtualidad no alcanza. En algún momento hay que salir de las pantallas porque la mejor aplicación va a ser, eternamente, un abrazo.
* Lic. en Relaciones Públicas. Esp. en Comunicación. Docente UNLZ. Coordinadora académica de Instituciones Adscriptas al ISER. @corinavermi
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