LA VENTANA › MEDIOS Y COMUNICACIóN
› Por Marcelo J. García y Roberto Samar *
“Cuando hice Facebook hace dos años mi objetivo era el de ayudar a la gente a entender un poquito mejor qué estaba pasando en su mundo.” Esto lo decía Mark Zuckerberg en una carta abierta a los usuarios de su red social en 2006 (https://www.facebook.com/notes/facebo ok/an-open-letter-from-mark-zuckerberg/2208562130), ante el primero de los muchos problemas de respeto a la privacidad que tendría a través de sus primeros diez años de vida.
La clave de la frase, sin embargo, es el adjetivo posesivo “su”. “Su” mundo no era (ni es) “el” mundo. Las redes sociales miran al mundo desde un nosotros excluyente. “Nuestro” mundo es un mundo a nuestra imagen y semejanza.
El mundo social-digital actual invita a todo tipo de predicciones utópicas y distópicas sobre lo que será la Humanidad una vez que las lógicas que habitan en las redes alcancen su máximo potencial y sean ya no una novedad revolucionaria (Google cumple 16 este año, Facebook 10, Twitter tiene 8 años), sino el statu quo de nuestra existencia. Para entonces, los Zuckerberg y los googlers Brin y Page quizá se parezcan más a Hosni Mubarak o Robert Mugabe que a los simpáticos iconos pop del capitalismo global que son hoy (algunos ya empezaron a entender la importancia de estos personajes para el futuro y están compilando, por ejemplo, las “Zuckerberg” files http://zuckerbergfiles.org/ con cada una de las declaraciones públicas del fundador y líder de Facebook).
Pero los apocalípticos y los integrados del siglo XXI quizá sean uno y lo mismo. Así al menos surge de The Circle (El Círculo), la novela más reciente de Dave Eggers, uno de los principales nuevos escritores estadounidenses de este nuevo milenio. En la ficción de Eggers, The Circle es el nombre de una empresa que podría ser la conjunción de las principales empresas de Internet de la actualidad: Google, Facebook, Twitter, Instagram y YouTube, por ejemplo. El Círculo convierte a la privacidad de la gente en un commodity, en un mundo en el que “los secretos son mentiras”, y presenta una aplicación llamada Demoxie, que permite a los miembros de El Círculo –y potencialmente a todos los ciudadanos del mundo– votar en tiempo real todas las decisiones públicas –desde la comida del comedor de la empresa hasta el bombardeo de un país lejano– con el mismo nivel de involucramiento que requiere un “Me gusta”.
La idea de círculo –cerrado, claustrofóbico, estanco– fue discutida por Jonathan Zittrain en su libro The Future of the Internet and How to Stop it (http://futureoftheinternet.org/), en el que cuestiona cómo la Web está mutando de ser un lugar abierto y de generación creativa a uno en el cual nos movemos en los “círculos” que generan artefactos/plataformas/ecosistemas prefabricadas por un “poder” central, sean éstas soft como Facebook o hard como el iPhone. La tendencia que marcó Zittrain en 2008 es la que lleva al futuro que imagina Eggers. Zittrain cree que revertir esa tendencia depende de los miles de millones de usuarios. Eggers no es muy optimista al respecto: juega con seis años de consumo prefabricado a su favor.
Lo cierto es que el gueto, sea de estructura o de contenido, tiene consecuencias sociales y políticas que vemos todos los días, aquí y en todos lados. La sociología norteamericana lo llamó ya hace muchos años confirmation bias, una tendencia a favorecer a la información que confirma nuestras propias preconcepciones del mundo, sin que importe si esas informaciones son verdaderas o no. El mundo mass-mediático del siglo XX ya nos permitía elegir qué informaciones creer para confirmar nuestras creencias a partir de un menú de fuentes más o menos establecido. El siglo XXI va un paso más allá: nos permite elegir entre infinitas opciones las fuentes que sabemos las confirmarán (y eliminar al resto). Los grandes actores como Google pretenden ser los editores de este tiempo.
Nacionalismos exacerbados, sectarismos irreductibles y discusiones sin síntesis empiezan a ser norma más que excepción en los debates públicos. Ante la opinión hiperconfirmada por el círculo de los propios, se hace difícil para los actores públicos salir de las posiciones de máxima y buscar acuerdos. La distopía está peligrosamente presente en nuestro tiempo. El rol del liderazgo –político, económico, social– es mirar más allá de los círculos áulicos y salir de la zona de confort. Si no es probable que un día nos encontremos decidiendo el destino de la especie en un retuit.
* Licenciados en Ciencias de la Comunicación y miembros de SIDbaires (@sidbaires).
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