LA VENTANA › MEDIOS Y COMUNICACIóN
Lorena Suárez aporta una mirada crítica sobre los mensajes que circularon en Perú en la reciente cumbre sobre cambio climático.
› Por Lorena Suárez *
Hace tiempo que desde los ámbitos políticos y académicos venimos observando y analizando el accionar de ciertas ONG en torno de la monopolización de los discursos ambientales. Observábamos cómo imponen los temas, una cierta manera de ver esos temas y de abordarlos, una forma que se pretende como “la forma” y que va acompañada de una propuesta de participación que implica, en primera instancia, el aporte monetario.
En ese marco, la semana pasada, a instancias de la COP 20, la cumbre por el cambio climático que se llevó adelante en Lima (Perú) y mientras los líderes del mundo discutían en torno de los cambios necesarios para disminuir las emisiones y con ello, la temperatura del planeta, Greenpeace Internacional irrumpió con el desarrollo de una acción que fue repudiada no sólo por la comunidad peruana, claramente agraviada, sino también por otros colectivos sociales y ambientales. Sin ningún permiso oficial, un grupo de activistas pertenecientes a esa organización y vistiendo uniformes amarillos, entraron en horas nocturnas a la zona protegida donde están ubicadas las históricas líneas de Nazca, al sur de Perú, para colocar un mensaje de protesta por el cambio climático.
“Tiempo de cambio. El futuro es renovable” rezaba la leyenda que, en inglés, enclavaron los activistas y que recorrió las redes sociales. A las pocas horas, los miembros de la organización emitieron un comunicado de “disculpas” al gobierno peruano, pero el daño estaba hecho y las voces en contra no tardaron en hacerse escuchar: “¿No es irónico que una organización que pide a los Estados del mundo poner leyes y regulaciones para proteger al planeta ingrese ilegalmente a una zona arqueológica intangible instituida para cuidar nuestro patrimonio?”, se preguntó un ciudadano peruano, en la página de Facebook “Peruanos unidos contra Greenpeace”.
Más allá de lo repudiable que puede resultar la acción en sí, vale la pena analizar el nivel discursivo de este tipo de organizaciones. Lo significativo de haber violado todas las reglas posibles para entrar a un lugar considerado sagrado por varias comunidades de la zona para dejar un mensaje que habla de cambio y de futuro resultó ofensivo y excesivo. “No sé si es una buena idea hablar de un futuro mientras destruyen el pasado”, expresó un ciudadano peruano en las redes.
En varias oportunidades, esa misma ONG suele resaltar su independencia de los gobiernos, poner el énfasis en los Estados como responsables de los conflictos ambientales y resaltar que el camino a ese futuro que imaginan vendrá de la mano de ciudadanos comprometidos con el ambiente, al punto de aportar con su tarjeta de crédito desde cualquier lugar del mundo a unas causas que describen como de “malos” (los Estados) y “buenos” (las ONG y los ciudadanos).
Como hemos observado en anteriores oportunidades, ese mensaje viene perdiendo fuerza en Latinoamérica, donde los Estados son cada vez más representativos de la voluntad popular y donde lo ambiental expresa conflictos políticos que involucran multiplicidad de actores e intereses.
Quizá valga la pena, en función de lo acontecido, hacernos algunas preguntas: ¿Es lo ambiental un tema de clases sociales? En ese marco, ¿el mensaje de Greenpeace expresa la mirada de las clases medias altas? ¿Es el repudio a la acción de Greenpeace la voz del pueblo latinoamericano que no está dispuesto a aceptar que le dañen su patrimonio, en nombre de “un ambiente” que no les es propio?
A contracara del mensaje de Greenpeace, el presidente de Bolivia, Evo Morales, pidió a los delegados que participaban en la COP 20 incorporar la sabiduría de los pueblos indígenas en el borrador de acuerdo para enfrentar el cambio climático, pidió considerar “el respeto a la vida y a la madre Tierra”.
Durante su intervención, recordó que en el Perú se desarrolló “una civilización indígena con mucha sabiduría, que nos ha dejado un gran legado que debe orientar las decisiones que se tomarán en esta reunión”. Lo dijo en idioma local y sin dañar ningún recurso intangible para hacerse escuchar.
Valorar nuestro patrimonio es también una cuestión de ambiente. El tiempo de cambio que Greenpeace propone no sólo es violento, alejado de los pueblos y de lo que Latinoamérica necesita en tiempos de gobiernos democráticos y populares. Quizás el cambio implique, en parte, dejar de delegar en ONG internacionalistas el tratamiento de los temas ambientales; dejar de visualizar lo ambiental como un tema ajeno para entender que es nuestro entorno, lo que nos pasa a todos y a todas, aquí y en las líneas de Nazca.
* Licenciada en Ciencias de la Comunicación (UBA). Especialista en ambiente y comunicación. Integrante del Frente Ambiental por la Inclusión.
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